Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

sábado, 5 de diciembre de 2015

Camino.

¿Hay realmente obstáculos en el camino que transitamos?
 
¿Existen las piedras que nos hacen tropezar una y otra vez en el mismo punto del mismo lugar, aún a miles de kilómetros de distancia de aquella primera vez?
 
¿Estamos atados? ¿Somos realmente libres?
¿Somos la broma del Universo? o... ¿somos uno más que se niega a avanzar?
 
Todo está en la mente. Dicen. El camino está ahí. Sólo hay que cruzarlo con decisión. Que quizás podremos caer, podemos herirnos, podemos sangrar con cada recuerdo o con esa sensación de no saber qué hacemos aquí. Podemos querer abandonar, podemos sentirnos abatidos en algún momento. Pero lo importante es saber dónde está esa maldita piedra, dar las gracias al Universo por haberla puesto en nuestro camino, levantarnos, esquivarla y seguir adelante. 
 
No nos queda otra que aprender de lo malo. De esas experiencias que nos hacen ser quienes somos, por muy heridos que nos dejen. Y aunque nuestro cuerpo refleje eternamente esas cicatrices, si luchamos contra el dolor que el mirarlas nos provoca, tarde o temprano dejarán de doler.
 
El camino está ahí.
 


 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Azael.

En el momento en el que la miró, ella supo que nunca la abandonaría. Lo vió en sus ojos cristalinos que parecían esferas de otro mundo.

El la cogió suavemente de la mano como si temiese el rechazo y se llevó sus frágiles nudillos a los labios. Los besó uno a uno con cautela y anhelo. Ella, con su mirada que emanaba una tristeza inocente, no reprimió el impulso de echarse a sus brazos y susurrarle cuánto le echaría de menos. Fue un buen momento, nadie les miraba. Azael la estrechó entre sus brazos y sintió los latidos de su amada contra los suyos. Tenía corazón. Eso era algo que le confortaba, pues según las historias, las mujeres como ella solían ser depravadas con los marineros, y les arrastraban sin compasión hacia lo más profundo del abismo.

Latía con la dulzura de una niña, con pensamientos de mujer. Cogió la cara de Azael con sus heladas y pequeñas manos, y le besó con ternura.

- Ten el viaje a salvo.- le dijo con un hilo de voz.

- Que el tiempo en la mar me permita verte al menos una vez más. - Acarició su carita redonda mientras ella, melosa, movía su cara sobre sus dedos.

Se dió la vuelta y remó hacia el navío. Le observó marchar entre el mar y el cielo, que batallaban por ver cuál de los dos era más oscuro. Dejó escapar una lágrima entre sollozos, y de repente el océano era testigo de su lamento.

Ilustración de la artista Victoria Francés.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Ruska II.

Algo que existe, algo que se ve.
Algo que no puedes tener,
algo que no puedes tocar, ni besar....

Algo que existe, pero que no está.


domingo, 22 de noviembre de 2015

Ruska.

De nombre, Eneida.
De corazón, destrozado.

Es tan frío el aura que me rodea, es de un azul casi pálido que me envuelve de tristeza y desolación. ¿Dónde estás, amor mío? Y mi desgracia es no poder alcanzarte, no poder rozar tu alma, no poder verte ya ni en sueños.... te has marchado, y como bien dijiste, parece que sea para no volver. Me quiebro al recordar el tacto de tu mirada sobre la mía y esa complicidad en la comisura de nuestros labios. Esos labios ahora inalcanzables que han dejado de tener sabor sobre los míos. ¿Dónde estás?... Creo poder morir de desesperación enroscada sobre mí misma en esta habitación, y mis lágrimas, que antes dormían abrazadas a mi alma ahora brotan de mis ojos, tornando nublosa mi vista y descargando el peso de mi corazón sobre mis mejillas. Te quiero. Hace tanto que no te siento, que no te veo, que se me hace imposible no pensar que quizás fue todo un sueño. Pero ¿cómo es posible eso? Si el dolor que llevo sobre mí es real, es palpable y es constante. Sé que existió, sé que estuviste ahí. Y ahora te miro, y no te veo... ya no estás. ¿por qué no puedo alcanzarte? ¿por qué ya no puedo olerte? ni sentir el áspero tacto de tus dedos sobre mí. Te has marchado. Y aquí estoy sola amando todavía a un fantasma que aún late en alguna parte de este mundo. Y es lo que me queda... vivir con tu recuerdo. Aún me parece escucharte reir a lo lejos, aún creo escuchar tu voz resonando como un eco eterno en mi cabeza. Y mi vello se eriza al recordar sutilmente tu aroma, y sonrío a la vez que me rompo por completo. Te echo tanto de menos que creo haberme perdido a mí misma en algún oscuro rincón de la locura, abrazada a ti, aunque ya no estés, aunque sigas estando aquí.


viernes, 13 de noviembre de 2015

Alma.

Bien es cierto que el alma puede reflejarse en las personas. Sólo basta con observar a cada una con atención, pues algunas tienen la capacidad de ocultar en gran parte sus alegrías y sus temores, y otras lo gritan con la mirada. Pero cierto es que el alma se refleja ante cada uno de nosotros, como un espejo que nunca miente, y que nos habla de verdades aunque no queramos escucharlas. Pero si te encuentras cara a cara con este espejo, mirarás a tu propia alma directamente a los ojos con la máxima claridad. ¿Serías capaz de aguantar sus bramidos de desesperación sin apartar la mirada? O ¿sin echar a llorar? ¿Sabes lo que veo yo?...

Un callejón oscuro, de pavimento empedrado y atezados tabiques, mojados por una larga noche de lluvia, con una ligera niebla que parece alzarse del suelo, es ahora el lugar donde camino. Con las manos a los bolsillos de mi largo abrigo y cabizbaja, mirando las puntas de mis zapatos al deambular por aquél lugar. No sé a dónde voy, ni a dónde quiero ir. Sólo sé que camino por un angosto callejón cuyo techo es el cielo completamente negro, y en mi cara seguramente podría reflejarse claramente la amarga luz de la incertidumbre y, probablemente desprendería un cautivador aroma a muerte.

Y así es que... en mi casa ya no hay espejos. Con mi alma ya no quiero hablar, pues no me brinda sosiego alguno ni en esta vida, ni en la que se vé en mis reflejos.


domingo, 1 de noviembre de 2015

Mein gebrochenes Herz..

Mi obsesión por los corazones es algo casi palpable.

Porque estás dentro y a la vez fuera de mí. Padeciendo en silencio mis alegrías y mi profunda tristeza.
Porque lo haces en silencio, porque sólo te quejas una vez al año.

Que agradeces que explote en mil pedazos mi mudez, aunque suela ocurrir con poca frecuencia. Estallando así en llanto y librándote en parte, por un momento, de esa agonía que sufres sin que nadie más que yo lo sepa.

Cariño, cuánto te tengo que agradecer que guardes mis más oscuros secretos, que hayas caminado junto a mí por este camino de espinas. Y cuánto me enorgullece que, junto a mí, hayas llorado de alegría dos veces en mi vida. Lamento que por ti haya pasado más pesar que felicidad.

Gracias por mantenerme fuerte, por saber comunicarte conmigo tan bien. Por esos momentos a solas; el silencio de cualquier lugar, tú y yo. Por esas largas horas de madrugada en las que lates con furia en mi interior, y en las que a veces, no sé cómo calmarte.

Eres mi esencia.



miércoles, 28 de octubre de 2015

Indigna.

Supuso que las palabras que se habían disuelto en el aire no eran ciertas. Algo en el fondo de su corazón le gritaba lo ingenua que había sido, y lo poco madura que esa persona la había considerado para mentirle tan descaradamente. Se quebró sin más al darse cuenta de que a ella la habían despreciado, y decidió introducirse de nuevo en su burbuja de papel, para imaginar su propio mundo. Uno donde ella fuese lo suficientemente importante como para que no la tuviesen que despreciar de esa manera.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Floreciendo.

Desde el silencio y la plenitud que me otorga la fría oscuridad
veo poco a poco aflorar de la nada una tenue y cálida luz,
que me embriaga de bienestar, y que poco a poco se expande a través de mi ser,
hasta cubrir cada milímetro de mi forma física.

Como si me amase.


domingo, 6 de septiembre de 2015

Janis.

Hay quienes saben abrir tu alma de par en par.
Sin conocerte.
Hay quienes te entienden a la perfección,
sin haberte escuchado.
Hay quienes consiguen erizarte el vello,
sin haberte rozado.
Hay quienes consiguen arrancarte un par de lágrimas,
sin haberles amado.

 Gracias por tanto...



sábado, 5 de septiembre de 2015

Broken.

Ella se sentía rota, y caminaba
al borde de las lágrimas, ensimismada en sus memorias.
Sumergida en el recuerdo de todas sus cicatrices.
De todas las traiciones que le regalaron.
Ella era gris, como el cielo que ahora cubría los tejados.
Su corazón, desolado, partido en dos latía con ternura en su pecho.
Ella, sóla entre cuatro paredes, o sóla en cualquier parte.
Se limitaba a hacer lo que mejor se le daba.
Sufrir en silencio.

Y a veces quería explotar,
y desaparecer.
 Extinguirse de repente entre una nube de polvo,
sin más.

 

lunes, 6 de julio de 2015

Jane.

Poco a poco fue saliendo de su plácido sueño y abriendo los ojos con lentitud. A medida que sus párpados dejaban entrever el entorno en el que se encontraba iba comprendiéndolo mejor. Parpadeó varias veces aún con somnolencia. La única luz que entraba a través del ventanal era tenue, y el cielo se alzaba totalmente oscuro y parecía helado. Eso sólo quería significar una cosa; estaba a punto de amanecer.

Jane miró el techo y fue girando lentamente la cabeza hacia su izquierda. Allí estaba él, aún en alguna parte de su subconsciente, ajeno a ella en aquél momento. Parte de su torso desnudo quedaba expuesta. Sus músculos estaban completamente relajados, al igual que él, que siempre parecía una persona tensa a pesar de la integridad que quería demostrar en todo momento. Jane cerró con fuerza los ojos y se sintió por un momento asfixiada por la situación. Habían tenido una noche estupenda de sexo tras algo que pareció ser una cita improvisada.

Se había encontrado con él la tarde anterior en el centro comercial y se habían saludado tímidamente, como de costumbre. Paul la invitó a café y estuvieron charlando en aquella terraza durante una hora y media. Uno de los temas de conversación que desarrollaron con más entusiasmo fue la admiración que ambos tenían por el arte y mitología de Egipto durante época de faraones. Tras esto, le propuso llevarla a casa y enseñarle su colección de revistas, libros y artículos al respecto, y así de paso, invitarla a cenar. Jane accedió encantada. Así que en lo que ella ojeaba las revistas, él preparaba una suculenta ensalada César en la cocina. Ella se había ofrecido a echarle una mano, pero él resultaba ser muy suyo en la cocina... al igual que en tantas cosas. De segundo comerían unos bistécs que hubieron sobrado de su almuerzo y que tenía preparados en un tupper en el frigorífico. "¡Madre mía, qué bueno está!", pensaba Jane, y no sólo sobre la comida. Sin saber realmente cómo, la espontaneidad entre los dos surgió como una llamarada, y de repente estaban ambos bebiendo vino sentados en el sofá. En lo que desencadenó aquello, ya lo sabemos.

Ella se sintió avergonzada en aquél momento, allí tumbada, con ese hombre que casi doblaba su edad. Le sintió moverse ligeramente y le miró. Se estaba despertando, pero ella no estaba a tiempo de levantarse y echarse a correr. El fue haciendo movimientos suaves y abriendo poco a poco los ojos. "Tiene un despertar precioso, parece incluso perfecto", pensó la chica. Paul la miró y sonrió brevemente mientras le daba los buenos días con su dulce voz.

-Buenos días... -empezó a decir. Le temblaba un poco la voz.- Lo siento muchísimo, cerré los ojos un segundo y me quedé dormida, enseguida m....

-Tranquila- la interrumpió- yo también estaba cansado y me dormí, ni me percaté de que seguías aquí... -Le lanzó una sonrisa pícara y prosiguió.- ...quédate un rato más, ya luego desayunamos y, si quieres, te marchas.

"¿Si quieres?" ¿Qué significaba aquél "si quieres"? Estaba confusa, pues una parte de ella deseaba que todo hubiese sido un sueño, y otra parte deseaba que si lo era, no despertase jamás. Ella le devolvió una sonrisa y se percató de que su rostro, finamente iluminado por la breve penumbra de la noche, empezaba a tornarse anaranjado. Miró hacia la ventana y vio que empezaba a salir el sol tras el horizonte del mar. Desde su ventana se veía muy de cerca el azul del agua. Se quedaron en silencio por un momento.

- ¿Te gustan más los amaneceres o los atardeceres?- preguntó él, mientras la miraba.

-Me gustan más los atardeceres, -comenzó a  decir a la vez que se giraba hacia él para mirarle.- ...la luz es más intensa y cálida, y se va tornando fría a medida que da paso a la noche. Me encanta ver atardeceres. ¿Y a ti? ¿Qué te gusta más?

Paul miró hacia la ventana y contestó.

-Me gustan más los amaneceres. Uno sabe que va a amenecer cuando el cielo de la noche se vuelve totalmente negro, y parece que no hay nada más gélido que ese momento mientras lo miras, y luego, sin esperarlo, sobre el horizonte se levanta un halo tenuemente anaranjado que empieza a indicar el cambio. - Su voz dulce sonaba triste, y a la vez apasionada y firme. - Ese tono naranja compienza a cobrar intensidad muy poco a poco, tan lentamente que ni siquiera te das cuenta de que es un color que ya se refleja en la parte posterior de las nubes que rondan el cielo. Este va dejando de ser negro, y a su paso se abre una capa que sube expandiéndose desde el mar. Y de repente el cielo no es negro, y la oscuridad restante va dejando paso a un azul menos intenso que, a su vez, deja entrever un celeste. El tono anaranjado va desapareciendo lentamente a medida que el sol empieza a asomar, y varios subtonos azulados, rosados y amarillos alumbran aquél cielo que parecía que permanecería ennegrecido eternamente. Los amaneceres son como tú.

Sobrecogida por aquellas palabras, Jane se limitó a seguir respirando.



miércoles, 17 de junio de 2015

Deseo.

Dime en qué parámetro de tu pensamiento quedó mi imagen sublevada.
Que puramente carnal es mi deseo.
Hijo de puta. Irracional. Que te crees el centro de universo.

Meramente quiero desnudarte y satisfacer mis deseos.
No quiero amor, ni casamientos.
Ni ataduras de ninguna envergadura.
Sólo te deseo a ti, en este momento.

No me infravalores pensando que estoy ligada a tu persona,
pues soy un ser libre. Y mis instintos naturales me dictan.

Que sepas tú, que yo tampoco te menosprecio.
Quiero ser libre contigo, en este momento.


martes, 16 de junio de 2015

...

Quiero pertenecer a mis entrañas, y dejar de querer correr por tu piel, y abrirme paso como la luz entre tus escamas.


viernes, 12 de junio de 2015

Just me.

Me desprendí de ti, de cuanto eras.
Y no tengo remordimiento alguno.

 Soy libre, y fiel a mí.
Ahora bailo a solas en ropa interior.






jueves, 11 de junio de 2015

Más azul.

En pocas ocasiones he conocido a gente así.
Eres de esa clase de persona que corta la respiración,
que pasa fugaz ante tus ojos.
De esa clase de gente de la que no quieres olvidar cada detalle.
Cada palabra, cada roce.
Quieres que permanezcan siempre ahí,
poder rozarte sin tenerte a mi lado,
acariciarte bajo una mesa,
mirarte directo a los ojos.

Y lo cierto es que lo hago a menudo.
Cuando mis ojos se cierran veo los tuyos mirándome,
y de repente un escalofrío me recorre el cuerpo
y siento el impulso de lanzarme contra tu imagen
y fundirme en ella.

Lo curioso de esto,
es que cuando te tengo delante no soy capaz de formular palabra.
Me congelo a tu lado, me quedo petrificada.
Y el tiempo pasa de largo mientras no puedo acariciarte.
Y te escapas fugaz entre mis brazos. 

Ojalá pudieras entender lo especial y bello que eres,
la luz que desprendes siempre tras esa sonrisa,
y la capacidad que tiene tu presencia
para dejarme sin aliento y helarme el alma.

El cielo envidia lo azul que eres.



sábado, 6 de junio de 2015

ild.

Esta noche me haces falta.

Necesito tanto poder escuchar tu voz, tenerte a mi lado tendido en la penumbra, susurrando palabras, hablando de la vida. Hoy daría lo que fuera por volver a tenerte aquí, por simplemente sentir tu presencia a mi lado, y que la frialdad se disipe de nuevo.

Si pudieses esta noche apaciguar mi dolor con tu presencia, pues en este momento es todo lo que necesito de ti.

Que estés de verdad, a mi lado. Que acaricies mi mano, que me abraces en la cama. Que te rías y me contagies con tu risa, esa que casi siempre consigue disipar mis enfados.

Ahora mismo te siento tan lejos que no sé si aún existes... y no quisiera saber que ya no estarás jamás. Y me parece tan lejano el día en el que nos abrazamos por última vez, que parece un recuerdo fugaz de un sueño. Echo de menos tu mirada, ver la luz de la luna reflejada en tus pestañas, echo de menos tus labios sobre los míos, y echo de menos el refugio que hallo entre tus brazos. Que ahora mismo sólo querría estar ahí, y llorar en tu pecho.

Porque te quiero tanto, que me rompo cuando no estás.



El espejo del alma.

Intento acostumbrarme a echarte de menos.

Y no dejo de verte en sueños.


viernes, 5 de junio de 2015

Frío.

Ojalá pudiera decir que me alegra el despertar,
que no lucho contra mis miedos cada mañana antes de levantarme.

De mí no brotan arcoíris, ni a mi alrededor hay un halo de felicidad.
Encuentro refugio en cadáveres, en recipientes vacíos
que poco se diferencian de mí.

No encuentro la dicha en las cosas simples de la vida.
No soy esa clase de persona que sonríe al inhalar.

Mi meta en la vida es la muerte.

Como la de todos, en realidad. Pero me atrevo a expresarlo
en voz alta y sonora, cada vez que alguien me mira a los ojos.

Me veo a mí misma,
andando descalza sobre un lecho de espinas.
Nadie me espera al otro lado, pero sólo deseo llegar.


sábado, 30 de mayo de 2015

Es un "hasta luego".

Quiero que te cuides, y que te cuiden bien.
Llévate todo lo necesario, y todo lo que te traiga de vuelta a mí en un recuerdo fugaz.
Mira hacia atrás con nostalgia y alegría, pues siempre fuiste lo más importante para mí.
Sigue siendo fuerte e imparable, y rómpete por momentos cuando sea necesario.
Espero que la vida te ofrezca todo lo bueno que mereces, y que la luz de tus ojos sea siempre la misma que ahora brilla tras las lágrimas.
Quiero que sigas riéndo así, y que sigas apretando los labios cuando te enfades.
Que escapen de tus ojos ríos de sentimientos, pues eres un ser humano. Espléndido, por cierto. Y tu corazón, por suerte no es de piedra.
Ahora agarra con fuerza esa maleta, y sal por la puerta con la cabeza alta.
Con decisión bajo tus pies, y la incertidumbre de esta nueva vida que te espera.
Pero te irá bien. Y si no es así, si todo se tuerce;
sabes que siempre tendrás un hogar al que volver,
una taza de té y un hueco entre mis brazos.



miércoles, 20 de mayo de 2015

Sueños.

¿Cuándo son suficientes las fantasías?
¿Dónde está trazada la línea entre la razón y la locura?
¿Hasta qué punto es sano dejar fluír nuestros sueños?

Yo digo que ya está bien de soñar. 
Que al final, siempre termino envuelta en llanto.
Que la esperanza puesta en algo imposible, hace más duro el despertar.

Siento una y otra vez que choco ciega contra paredes,
y sin embargo, cuando el dolor comienza a cesar, vuelvo a darme de cara contra ellas. 
Porque mi mente no escarmienta, y no para de pensar que quizás sea posible.

Que tú estés aquí ahora mismo, 
abrazado a mi espalda, susurrando tras mi cuello.






martes, 19 de mayo de 2015

Richard.

Amanecía el día de nuevo para él. Richard Pascow abrió los ojos lentamente, a medida que la luz del sol bajaba por su cara, acariciandole cariñosamente como si quisiera no asustarle. Los pájaros cantaban en los árboles del jardín, era un sonido con el que estaba acostumbrado a despertar. Antes le encantaba despertar así: el sonoro y dulce cántico de los pájaros, el sol desplazándose a su anchas dentro de su dormitorio, el olor a una mañana de campo y el sonido de las hojas de los árboles. Solía beber un vaso de agua según despertaba, se estiraba y se encaminaba al cuarto de baño. Tras refrescarse, tenía la costumbre de despertar a Carla con un beso en la mejilla, y desearle un "buenos días" tras mostrarle ella su cara de desconcierto, como si parte de ella siguiera en sus sueños. Al reconocer a su padre, de ojos verdes y pelo rubio, de nariz afilada y sonrisa amplia, ella sonreía y le devolvía el deseo. Normalmente se abrazaba a su cuello. Su padre, su príncipe.

Richard seguía ahora tumbado sobre la cama. Hacía tiempo que no iba a trabajar, y que su mundo había dejado de tener sentido. Se preguntaba qué clase de Dios le arrebató a su hija, lo único que le daba fuerzas para continuar. Ella era lo único que tenía. Michelle había fallecido durante el parto, seis años atrás. Habían pasado sólo tres meses desde que Carla no estaba. A veces le parecía escucharla corriendo por el pasillo, riendo a carcajadas por alguna nimiedad. A veces deseaba con fuerza que su puerta se abriera de repente y ella estuviera allí, dispuesta a entrar y saltar sobre su cama para abrazarle. Era la niña más feliz y más cariñosa del mundo, y su padre, también lo era todo para ella.

La familia de Richard no sabía cómo ayudarle, a veces venían y preparaban una cena o comida familiar en su casa, sólo para los más íntimos. Sus padres, sus hermanos y respectivas familias. Por suerte en este momento, tenía dos sobrinos pequeños que, aunque no eran ni la mitad de cariñosos que Carla, daban cierta alegría a la casa cuando llegaban, para luego llevársela al marchar, dejándola dolorosamente vacía. Eran hijos de su hermana mayor, Lily. Su otra hermana y su hermano, no tenían hijos aún. Su padre era un hombre regordete de unos sesenta y tantos, y aparentaba ser mucho más duro de lo que era en realidad. Le brindó su apoyo más profundo cuando más lo precisó. Su madre era alta y llevaba el pelo corto y rubio. Sin duda los ojos verdes eran de ella. Y también los llevaba Carla. La mirada risueña de su madre había desaparecido por completo hacía tres meses. Ahora sus ojos desprendían una grave compasión hacia su hijo, y dejaban entrever también su dolor. Los abuelos de Carla habían cuidado inumerables veces de ella cuando su padre tenía turnos complicados en su trabajo, para ellos la niña era tremendamente querida, y ahora la añoraban con todas sus fuerzas.

Richard recordaba allí tumbado una de las cenas. Su madre había preparado unos muslos de pollo al horno que desprendían un olor sensacional que inhundaba toda la casa. Era muy buena cocinera y se había dedicado toda su vida a cocinar en acontecimientos familiares. Le gustaba hacerlo y se le notaba con frecuencia que la cocina era su pasión, pues no dejaba de hablar de ello. En cualquier conversación podía introducir perfectamente el tema de la comida, ya sea una receta, un sabor, un olor... siempre encontraba la manera de hablar de comida. Richard estaba preparando la mesa del comedor con ayuda de Dan, el marido de Lily, y el cuñado con el que más tenía afinidad. Ultimamente Dan no sabía cómo entrar en sintonía con él, sabía lo mal que lo había pasado, y sabía el dolor que encerraban sus palabras cuando hablaba de su hija. Por eso a veces se limitaba a hablar de cualquier otro tema, aunque no tuviese la más mínima importancia ni relevancia. Dan sentía la congoja de Richard, y por un momento se quedó con el tenedor que iba a disponer en la mesa, atrapado en su mano, y en la otra, el resto de grupo de tenedores. Se quedó mirándole con pena hasta que se decidió en dejar todos los tenedores apilados sobre la mesa, e ir hacia donde él estaba y ponerle la mano sobre el hombro, aprentándolo con suavidad. Richard se abrazó a él y rompió en llanto. Un llanto desolador que hizo que Dan dejara escapar también su pena en forma de lágrimas. Lo abrazó con fuerza, como si quisiera demostrarle que estaría siempre ahí para él.

Interrumpió su recuerdo, y en ese momento se sorprendió a sí mismo con la cara empapada. Las gotas habían estado corriendo por su cara y mojando la almohada, pero él ni lo había notado. Ahora debía buscar una razón para levantarse de la cama, y era su mayor lucha cada mañana. Pues lo único que quería era perecer allí y dejar de sufrir. Quizás reencontrarse con su hija; quizás le estaba esperando en alguna parte, con el camisón verde y el pelo castaño, liso y alborotado. La recordaba con ese pelo por los hombros, y el flequillo recto siempre descolocado, riéndo a carcajadas. Le parecía escucharla, y aquella risa desmedida invadía su alma e incrementaba su añoro. Con la esperanza de reunirse con ella, la niña de sus ojos, el amor de su vida, el ser más grande de su mundo, Richard se incorporó, bebió de un tirón su vaso de agua que aún conservaba fresca de la noche anterior, estiró los brazos y la espalda, y se encaminó al cuarto de baño.





A ti, pequeño ángel. Que nos has dejado.
Te queremos.







viernes, 15 de mayo de 2015

....

"Me gustaría decir lo que pienso sin que me juzgaran por ello.
Me encantaría poder llorar sin tener que esconderme, porque algo me duela reciente, o porque la herida cerrada escueza de nuevo.
Me gustaría poder enfadarme sin parecer una mala persona.
Me encantaría poder decir que soy una persona estable emocionalmente, que no necesita de abrazos constantes ni de palabras de aprecio.
Me gustaría poder formar parte de eso a lo que llaman felicidad, en vez de estar sumergida hasta lo más profundo del pozo sin que nadie vele por mí desde arriba.
Me gustaría poder contar con aquellos que contaron conmigo.
Me gustaría poder reclamar un poco de cariño y de atención, un poco de tiempo para mí, sin parecer una egoísta.
Me gustaría que se recordara lo buena persona que he sido cuando he complacido a todos los que me rodeaban.
Me gustaría que no me diese miedo abrir mi alma en dos y acoger en ella a nuevas personas, que quizás no me hieran ni me den la espalda.
Me gustaría que cuando se pensase en mi nombre, recordasen a una persona que intentó dar lo que tenía, y que quiso a su manera, silenciosa y precavida.
Me encantaría no ser el monstruo de tu historia, ahora que ya no te convengo.
Me gustaría que si nada de esto ocurriese, pudiese explotar en mil pedazos y no dejar huella en ninguna parte.
Me gustaría que, cuando me vaya, sólo me lloren aquellos pocos que me han aceptado en lo bueno y en lo malo.
Me gustaría poder tener fe en la Humanidad.
Me gustaría poder tener un mundo al que salir, y un mundo propio al que volver cuando lo necesite.
A veces me gustaría que todo acabara, pero mientras eso ocurre, me siento a esperar."


miércoles, 6 de mayo de 2015

Tú.

Quiero disfrutar de ti, con todo lo que me ofrezcas.
Quiero oler tu piel, besarla
conocer cada centímetro de tu anatomía.
Quiero saber a qué sabes,
cómo de cálido es tu cuerpo.
Quiero saber cuántos colores puedo encontrar en tus ojos,
y cómo prefieres el café por las mañanas.
Quiero saber si tus manos son ásperas,
 y que esboces una sonrisa para mí antes de que amanezca.
Quiero recorrer tu espalda con la yema de mis dedos,
y encontrar dulzura en tu mirada.
Quiero saber si te gusta que te quieran.
Quiero que te enfades conmigo
y que todo se resuelva, pues quiero conocerte
en tu integridad y tu flaqueza.
Quiero saber que estás ahí, ahora
y que quieres estarlo.
Quiero contemplar atardeceres en tu mirada
besar tus labios cada mañana.
Disfrutar de ellos, bien en un esporádico beso,
o mientras abandonamos la cordura en un beso voraz.
Quiero que seamos nuestros
sin dejar de ser libres.
Quiero tu tristeza, quiero tu melancolía
te quiero seguro, te quiero riendo.
Quiero que seas transparente y humano,
que me mires y pueda ver cómo te sientes.
Y quiero estar ahí para apoyarte,
en tu dicha y en tu pena.
Quiero saber todo de ti
devorar tu historia como si fueses el mejor libro escrito jamás.
Quiero que duermas sobre mi pecho,
y que mis demonios no perturben nunca tu paz.
Quiero recorrerte con suavidad e intensidad,
quiero que seas un universo.
Quiero que no hagan falta palabras
para decirnos cuánto nos queremos.
Quiero brindar contigo por este momento,
por los que se han ido y los que nos quedan.
Quiero que me regales un ramo de sonrisas
que me abraces cada día.
Quiero abrir los ojos,
y tenerte aquí.




martes, 5 de mayo de 2015

Animal

Sólo hacía unas horas que se había marchado, pero ella seguía allí, medio cubierta por una sábana grisácea mientras fumaba un cigarrillo mirándo al techo. "Esta es la última vez", le había dicho. Y ya había perdido la cuenta de todas las "últimas veces", pues en cuanto se cruzaban la mirada, estaban perdidos. Aquello no funcionaba, como relación eran un fracaso, es por ello que se limitaban a decirse cuánto se odiaban para terminar revolcándose en cualquier rincón. Eso era más divertido. El sexo era más que satisfactorio cuando la furia hacia el otro resurgía como una bestia desde sus adentros. Eran un mero objeto el uno para el otro, a pesar de que se pensaban a veces con algo más que lujuria. Estar frente a él y sumergirse en su mirada era algo que no podía soportar. Le imaginaba bajo ella entre sus piernas, y recordaba cuánto le odiaba, y embestía contra él sin piedad, como si de un castigo se tratase. A veces después de culminar se quedaban juntos en silencio, fumando y mirando al techo. Salvo cuando lo hacían en lugares públicos y ella tenía que recolocarse las bragas y subirse los pantalones a toda prisa mientras él subía la cremallera de sus vaqueros. A veces se despedían con una sonrisa pícara y cada uno seguía su camino, y otras, como aquella tarde, él se marchaba sin decir adiós y sin mirar atrás. A ella eso no le importaba, seguía mirándo al techo y encendía otro cigarro mientras de fondo sonaban Deep Purple, envolviendo la atmósfera de pasividad. Sonreía sin saberlo; su cuerpo exhausto permanecía allí tendido, inmóvil y satisfecho, por ahora.

sábado, 2 de mayo de 2015

.


Aquí tumbada mirando las estrellas, rezagada en mis anhelos y pendiente de nada, dejo pasar el tiempo como si de nada se tratara. No hay nada que me empuje a alcanzarlas, no hay valor ni ganas de pelear esta noche. Rodeada de demonios y fantasmas que no dejan de gritarme, y escucho como susurros sus voces en mi cabeza. En mi interior, carente de sensaciones, sólo se deja entrever a veces la angustia que provoca no haber alcanzado la meta. Ser sólo un muerto en vida, tumbado mirando hacia arriba, esperando que nada cambie. Ahora sólo sé, que todo está perdido cuando dejas de luchar.

domingo, 19 de abril de 2015

El amor está sobrevalorado.

El amor está sobrevalorado. El único amor que importa es el que sientes por ti mismo, es el que hace de ti quien eres. Puedes amar a alguien, puedes creer que sin esa persona tu vida no tendría sentido. Pero esa persona puede traicionarte; no importa cuánto le quieras, no importa lo que hagas por él, no importa que se lo des todo. Si quiere traicionarte lo hará. Y te hundirás si así lo sientes, porque le habrás querido más que a ti mismo y has hecho de él tu mundo. Amar a alguien no es algo vital, no es algo necesario para sobrevivir. Lo realmente válido y que merece la pena es quererse a sí mismo, ser capaz de mirarse al espejo cada mañana y no sentirse decepcionado, no sentir rencor ante la persona que está al frente. Todo lo demás es opcional y reemplazable. El amor viene y va, a veces viene y se queda para siempre. Cuando eso pase, no lo sabrás, pues nadie vive para siempre como para garantizar algo eterno. A veces crees que lo tienes todo, vives pensando que esa persona no será capaz de reemplazarte a ti, o de dejar de considerarte algo valioso, y de repente todo cambia y te das de bruces contra el suelo. Por eso digo, que hagas lo que hagas, procura que la primera persona a la que ames, seas tú mismo. A los demás, aprécialos, quizás aprécialos mucho. Puedes permitirte derramar alguna lágrima, pero no imagines tu mundo dentro de ellos, porque estarás jodido. Cada persona es libre de decidir a quién desea tener en su vida, y en cualquier momento, ese a quien aprecias puede decirte de cualquier manera que no quiere tener ningún tipo de relación contigo. Y esto puede decírtelo, repito, de cualquier manera. Y tendrás que ser fuerte para soportarlo, superarlo y volver a mirarle a los ojos día tras día. Es fácil llevárselo todo al terreno personal, y sentirse herido, rechazado e infravalorado. Por eso es importante ser la persona más importante de tu propia vida. Conseguirlo requiere mucho esfuerzo y mucha frialdad. Pero si lo consigues, merecerá la pena.



jueves, 9 de abril de 2015

Locke.

Estaba sediento. Caminaba espectante por aquél callejón andrajoso y mugriento mientras alzaba la cabeza intentando captar algún aroma apetecible. Las últimas noches sólo se había alimentado de condenados a muerte, apestosos y enfermos pobladores de clase baja. No esperaba encontrar algo mucho mejor por aquella zona, pero al menos tenía la esperanza de acabar con aquella sed que lo estaba matando. Locke había sido hijo de duques hacía ya muchísimos años. Unos cien al menos y ciento sesenta como máximo. Vestía un abrigo negro que le llegaba a mitad de los muslos, una camisa blanca de cuello almidonado que portaba un lazo voluminoso y unos pantalones negros medio cubiertos por unas botas de piel. Su cabello era largo y oscuro, recogido por una coleta baja hecha con una cinta de raso. De tez pálida y mejillas pronunciadas, ojos grises y nariz perfecta. Era alto y tenía un caminar elegante que iba a tono con su personalidad. Tenía la mirada tan profunda que los que se cruzaban con él durante la noche no eran capaz de mantenerle la mirada por más de dos segundos. Y más les valía no hacerlo y rehuirle todo lo posible, pues no aguantaba desafíos de ningún tipo.

Las calles empedradas estaban empapadas, pues no había parado de llover en varias horas. El chapotear de su caminar hacía eco en la noche fría y negra. De repente, un aroma dulce y fresco captó la atención de Locke. Siguió caminando lentamente por el callejón, pero ansioso e interesado en aquél aroma. Giró la esquina que le obligaba a rotar a la derecha y se percató de que esa calle estaba tenuemente iluminada por una luz amarillenta. Descendiente de una ventana en lo alto de una de las viviendas. El vampiro se paró en seco frente a la luz y miró hacia arriba. Sin duda el olor procedía de allí. Flexionó levemente las rodillas y de un salto se agarró a la cornisa del segundo piso. Con cautela miró el interior de la habitación que estaba iluminada por un candelabro con cinco velas a punto de consumirse. A pesar de que la estancia daba una apariencia completamente zarrapastrosa, había algo en el ambiente que olía exquisitamente bien y que le impulsaba a seguir allí colgado, en busca de su procedencia.

En el lado izquierdo del aposento había un camastro de madera y, sobre éste, una mujer que dormía plácidamente. Sin duda aquella fragancia era ella. Sigilosamente abrió la ventana y entró, con suerte ella dormía de un modo profundo y parecía que nada podía perturbar sus sueños. Se acercó a ella lentamente, pese a que debido a sus habilidades y a su desesperada sed, pudo haberse abalanzado sobre ella sin tan siquiera despertarla. Disfrutaba del perfume de su sangre mientras la contemplaba; una sábana cubría sólo su torso, mientras que el resto del cuerpo yacía desnudo. Su larga melena dorada trazaba caminos sobre la almohada e, incluso algún mechón colgaba fuera de la cama. Tenía unas pestañas largas y una piel blanquecina de mejillas sonrosadas. Locke hubiera jurado que su piel era tan suave como una nube, y se atrevió a acariciar su cara de una manera muy dócil. No se equivocaba. Debía tener unos veinte años. Por un momento sintió deseos de retirarle la sábana para contemplar su cuerpo desnudo. Hacía más de un siglo que su apetito sexual había desaparecido, no sentía atracción física por las mujeres y creía por perdida su virilidad en el ámbito carnal. Sacudió su cabeza intentando despejar esa idea, tan absurda como el hecho de estar allí de pie frente a su tan ansiada comida de la noche. El anhelo de beber de aquella sangre batallaba con la idea de no querer matarla. Tal vez si bebía sólo hasta cierto punto y luego le ofrecía su sangre a cambio de no dejarla morir, la convertiría inexcusablemente en su compañera eterna. Se inclinó hacia su cuello y deseó poder parar cuando fuese el momento para no acabar con su vida.

Con dulzura hincó sus colmillos en su cuello. Ella hizo el amago de despertarse y se movió un poco de forma aquejada, pero siguió durmiendo mientras Locke disfrutaba de su sabor. Aquella ternura con la que absorvía su delicioso plasma fue convirtiéndose en cuestión de segundos en un apetito voraz. Comenzó a perder el control de sí mismo y aún siendo consciente de ello, no podía parar. Su instinto animal le obligó a beber de ella hasta la última gota, a engullirla sin piedad. Cuando de ella ya emanaba sólo muerte, despegó su boda de su cuello con lentitud, empezando a sentirse débil y fracasado. De repente una tristeza invadió su corazón, que había dejado de latir hacía ya muchísimo tiempo. Cerró los ojos con fuerza. La luz que desprendía aquella muchacha cuando entró en su habitáculo, había desaparecido por su culpa. Intentó mantener la mente fría de nuevo, pues en todos sus años de cacería nunca sintió el más mínimo remordimiento. Y había bebido de toda clase de personas de cualquier edad, incluso de bebés.

Quizás aquella sensación le advertía de que debía buscar un compañero, o una compañera. Para conversar y compartir la eternidad, aunque él siempre había considerado que hablar estaba sobrevalorado, pero empezaba a sentirse vacío. Vagaba sin rumbo por el mundo con el único cometido de alimentarse y satisfacer sus necesidades hasta la siguiente noche.


Cuando abrió los ojos, ya la habitación estaba oscura. Las velas se habían consumido y a través de la ventana sólo había oscuridad. El sabía lo que eso significaba; estaba a punto de amanecer. Cerró la persiana y corrió las cortinas con sutileza. Se dirigió hasta la cama y se recostó junto al cuerpo de la mujer. La abrazó como en tiempos pasados había abrazado a su mujer, Isabella. Ella murió de cólera unos años antes de que él se transformase en lo que era.

Abrazó el cuerpo sin vida con fuerza y lo acogió en su pecho. Era extraño... ninguno de los dos corazones latía. Cerró los ojos y dejó pasar el día, junto a lo que quedaba de ella.



martes, 7 de abril de 2015

Miriam.

Se daban altas horas de la noche. En el apartamento persistía la luz encendida del pasillo mientras ella dormía en su cama. Se sentía incapaz de apagar todas las luces de la casa cuando llegaba la hora de acostarse, pues las presencias y sus demonios acrecentaban su temor cuando llegaba la noche.

En los últimos segundos de su sueño pareció escuchar un tintineo de campanas a su alrededor. De repente, notó una mirada intensa sobre ella, como si la observasen fijamente desde un extremo de la cama. Esto la sobresaltó e hizo que se despertara, empapada en sudor y aterrorizada. Ultimamente no dejaba de tener sueños perturbadores e incomprensibles, y no terminaba de acostumbrarse a esto. Apartó a un lado la colcha trapeada que cubría su cuerpo de mitad hacia abajo y se incorporó. Puso sus pies descalzos y fríos sobre el parquet de nogal, y vaciló unos instantes antes de decidir levantarse. Se sentía fatigada, así que tomó un sorbo del vaso de agua que depositaba cada noche sobre su mesa de noche antes de acostarse. Volvió a dejarlo en su lugar y se puso en pie. No estaba del todo decidida a avanzar hacia la salida de la habitación y encontrarse con aquél pasillo iluminado y solitario, pues parecía haber algo en el ambiente que la perturbaba, algo en alguna parte de aquella casa que la acechaba invisible. Estaba aterrorizada, pero hizo frente a su temor y salió de su habitación, cuatro pasos a la izquierda del pasillo estaba el cuarto de baño. Miriam entró en él, encendió la luz y se encaró ante aquél espejo que estaba sobre el lavamanos. Lo había tapado por completo con hojas de periódicos viejos, pues los reflejos eran algo que no soportaba ni de día ni de noche. Los pocos espejos que tenía en casa estaban tapados con periódicos o cubiertos con telas. Aún así miró al frente ante él, pareciendo ver ante sí misma su rostro triste, y se agachó para lavarse la cara. Al incorporarse notó aún más la opresión en su pecho, la seña de que la ansiedad que sentía era tan real como ella misma. Se dirigió a la bañera de cuatro patas que se situaba a lo largo de la pared frontal del cuarto de baño y abrió ambos chorros a la vez para llenarla de agua templada. Sobre la alfombra color turquesa del suelo se hallaba descalza, y comenzó a desnudar su cuerpo pálido y escuálido. Tenía los ojos caídos debido a la tristeza que soportaba, y la boca entreabierta que dejaba escapar ligeros gemidos de angustia mientras respiraba.

Se metió en la bañera una vez estuvo llena de agua y se recostó plácidamente en ella. Posó sus brazos sobre los laterales, su cuello sobre el extremo y fijó su mirada en el techo. Trató con éxito dejar la mente en blanco, y se quedó adormilada durante unos minutos. De pronto unos pasos rápidos y unas risas la desvelaron. Parecía que alguien había corrido por el pasillo, y aún parecía escucharse el eco de aquella risotada de una niña. Tajante, Miriam se puso en pie aún dentro de la bañera y salió de ella, tomó una toalla y envolvió con ella su cuerpo empapado. Caminó vacilante hacia la puerta del baño y miró hacia la izquierda, donde al fondo, el pasillo desembocaba en el salón- cocina del apartamento. Allí también se encontraba la entrada de la casa, pero aún así no se planteó que pudiese haber entrado alguien, pues sabía que aquello que ella percibía no era humano.

Su vida había sido un constante altibajo. Vivía acongojada y solitaria, y muy rara vez se encontraba con los pocos amigos que tenía. Anhelaba haber tenido una niñez que mereciese la pena recordar, en vez de la que provocaba humedad en sus ojos al pensarla. Aún podía oler el alcohol en el ambiente, y podía escuchar a su padre balbucear insultos a quien tuviera alrededor. Solía quitarse el cinturón mientras se tambaleaba, y empuñarlo con fuerza para emplearlo debidamente sobre el cuerpo cárdeno de su madre o de su hermana, Lydia. Su hermano mayor trataba de contenerle, y a veces su padre arremetía también contra él. Miriam era la pequeña, y rara era la vez que aquél engendro de ojos grises se ensañaba con ella. Una noche en la que él estaba tan borracho que no podía ni con su alma, resbaló en el cuarto de baño y su cabeza rompió la esquina del lavamanos. Aunque ella sólo tenía cuatro años, ante la muerte de su padre sólo pudo sentir alivio y cierto grado de alegría. Su madre iba de mal en peor según pasaban los años. Contraía idilios a menudo con diferentes tipos de hombre, cada cual peor. El único que se interesó por sus hijos fue Bruno. Solía dar cachetes en las nalgas de Lydia, y acariciar a Miriam cada vez que encontraba ocasión y escusa para decirle cuánto le habían crecido los pechos para tener sólo trece años. Un día su hermano, Paul,  lo sorprendió con ella, y lo sacó de la casa a punta de cuchillo. A pesar de que el tipo no volvió jamás, su madre se atiborraba a antidepresivos y alcohol, y Paul no tardó en marcharse de casa. A Miriam siempre le pesó no haberse marchado con él, pero con los años comprendió que dicha cosa no habría podido ser. En él encontraba la figura paterna que otros no supieron darle, a pesar de sólo tener nueve años más que ella.

Miriam llegó a la cocina, que se hallaba tenuemente alumbrada gracias a la luz amarilla del pasillo. Encendió una lámpara para ver mejor, y corroboró que allí no había nadie a pesar de que de allí provenían las risas de hacía unos segundos. Escuchó un chapoteo estridente y se giró lentamente para mirar el pasillo. Tenía miedo de ver algo inesperado que la dejase sin respiración. Aún así, caminó de nuevo hacia el fondo de la vivienda. Tenía un nudo en la garganta, y su corazón cada vez latía más deprisa. Cuando llegó a la altura del cuarto de baño, vio que la puerta estaba cerrada. Tragó saliva con dificultad y agarró el pomo helado de la puerta. Lo giró hacia la derecha con indecisión y empujó la puerta para que se abriese. De repente dejó de respirar, sus ojos se abrieron estupefactos ante lo que veían. Por su rostro comenzaron a caer lágrimas, pero ella no las sentía. Ya no podía sentir nada. Pues su cuerpo estaba yacente en la bañera. Sus brazos colgaban por fuera de esta, y tanto el agua como la alfombra estaban regados de sangre que había salido de sus muñecas. El cuerpo estaba tornándose grisáceo y la sangre estaba empezando a adoptar un color marrón granate oscuro. Contemplaba absorta el escenario e intentó sin éxito acariciar el cuerpo, pero su mano lo traspasaba. Se miró a sí misma las muñecas y las palpó, pero no veía los cortes ni sentía ningún dolor. Ya no le dolía.


jueves, 19 de marzo de 2015

Sanseacabó.

El odio es un lastre.
 
A partir de hoy, me convierto en alguien nuevo. En alguien que intenta perdonar y olvidar el desprecio y los malos tratos. Soy la persona más importante en mi vida, así que de mí depende salir de este círculo en el que me encuentro envuelta. He sido buena persona, me he preocupado por quienes muy poco - o nada- me consideraban. Y aún así, tengo intención de perdonar mentiras y seguir con mi vida. Y quizás en algún momento, volver a preocuparme por quienes me han herido. Porque soy así, de esa manera. Llamémosle "imbécil". Quiero vivir despreocupada de eso, pues la vida ya es lo suficientemente puta como para vivir dolida constantemente porque los demás me hayan herido.

 Es cierto que he necesitado en más de una ocasión, la presencia de alguien que no está. Bien porque ya no está fisicamente, o bien porque simplemente no quieren estarlo. Y francamente, ambas son válidas. Cada persona es un mundo y nadie está obligado a querer a nadie en su vida. Todos decidimos a quién queremos en ella, a quién queremos conservar. Yo no he sido plato de gusto para aquellos que me han deshecho, los que me han herido, o los que de repente me han apartado sin motivo aparente. Pues señores, así soy yo. Intento remediar algunas cosas de mi vida, de mi manera de ver las cosas.... pero no pretendo cambiar por nadie más que por mí. No tengo intención alguna de dar explicaciones al respecto de esta decisión, pues cada uno debe mirar por sí mismo. Este es un mundo egoísta, de eso ya me he enterado de sobra después de tanto palo.

Soy responsable de haberme sentido herida por lo que otros han decidido "regalarme". También soy responsable de ser quien soy. Y soy responsable de lo que pretendo ser.

Hay días en los que no puedo más, en los que la vida me supera, y no tengo a nadie. Todas esas personas que creían amigos, ya no están. Muchas veces me lo pregunto, ¿tan mala persona soy para que nadie me quiera a su lado? ¿Tan mal me he portado? ¿en qué he fallado? Pues bien... no pienso justificar ni por un sólo momento el que me hayan dado de lado. Porque ha sido sucio, ha estado mal, y me ha dolido. He estado sola, cuando no lo merecía. Pero lo que saco en claro, es que nadie quiere a una persona negativa a su lado. Por mucho que escuche tus problemas e intente ayudarte, es una persona negativa. (Nótese la pequeña punta de ironía....) Casi es mejor tener a alguien que siempre te ría las gracias, aunque sean insípidas y absurdas. Es mejor, al parecer, tener a alguien que siempre te dé la razón, aunque no la tengas. Es mejor que te aplaudan tus actos, a que te digan que te has equivocado. Es mucho mejor tener a alguien que siempre sonría, a alguien que tiene días horribles y no puede ser hipócrita.

Por eso digo, señores, y reconozco, que quizás el fallo fue mío por ser quien soy. Y por eso no me pesa demasiado que la gente no me quiera a su lado. Intentaré remediar el hecho de ser negativa, porque la vida esta requiere al menos cierto grado de positividad (sin pasarse). Porque hay que ser realista, también. Y no tengo intención alguna de despegar mis pies del suelo, como hacen otros. No quiero volar y tener siempre una sonrisa tatuada en la cara, porque siento mucho decíroslo: eso es MENTIRA. Y con mentiras no se debería ir por la vida. Y francamente, yo no gusto por mi negatividad, pero a mí tampoco me gustan las personas que siempre tienen sonrisas en la cara.


Con esto y un bizcocho...



lunes, 16 de marzo de 2015

Mad world..

¿En qué me he convertido?
No soy más que una egocéntrica que siempre deambula triste,
a solas por las calles abarrotadas y sin mucho que callar, pero diciendo más bien poco.
Cansada de la vida, de las miradas que dicen lo mismo en silencio,
de no encontrar alguien con quien hablar de lo absurda que es la vida,
nadie con quien criticar ese positivismo que te venden por todas las esquinas,
nadie con quien compartir una opinión.
Me he convertido en alguien inadvertido, invisible.
No hago sino llorar a escondidas y huír de las falsas sonrisas
y los halagos deshonestos.
Porque sé que no son ciertos, nadie me ve amable, nadie me ve atractiva.
Soy una persona triste y patética que vaga por el mundo,
tropezando a cada paso y levantándose con la resignación de volver a caer.
Así soy yo, y no pretendo ocultarlo.
Ni podría tan siquiera intentarlo, nunca he sido hipócrita.
Siempre he sido transparente en mis sentimientos,
y tal vez eso haya logrado apartar de mi vida a todo el mundo.
Y, ¿qué más da? me pregunto yo...
Si no me aguantan o no me entienden,
yo no pretendo tampoco que me entiendan ni me aguanten.
Soy solo una loca que va a su ritmo por un camino repleto de charcos,
y de hojas otoñales flotando sobre ellos.
Observo la existencia de un modo melancólico, gris y húmedo.
Y lo cierto, es que eso no me importa.
De mí se basan mis recuerdos, mis fantasmas, mi dolor...
es un dolor que sólo yo entiendo, y que no tengo intención de compartir
con quien no lo merezca.
Es como quien se desnuda delante de un desconocido.
Una sensación incómoda, a pesar de que estar desnudo es algo natural.
En este mundo, ser natural está mal visto. Estar triste y desolado es algo imperdonable.
Y esta chica en la que me he convertido, esta que no sabe disimular,
seguirá callejeando descalza sobre los charcos grises,
y dejará caer lágrimas sin motivo evidente alguno,
y seguirá mirando con indiferencia a las personas que ríen a su lado,
que se regalan lisonjas a puñados que no piensan en absoluto.
Y es que yo prefiero sentir. Prefiero mirar a alguien a los ojos y saber cómo se siente,
realmente. Sin ficción. Conocer a una persona y entenderla.
A esta chica en la que me he convertido, no le gustan los actores.
Prefiero una persona triste a mi lado, a una que finge no estarlo.
Y prefiero una persona feliz, a una que finge serlo.
Me gustan las personas, tal como son. Que bailen bajo la lluvia,
o que caminen como yo, sobre charcos grises y hojas de color pardo.
Me gustan las personas que se permiten a sí mismas SER.
He batallado contra sueños imposibles que no querían marcharse,
he amado a distintos hombres que me aportaron diferentes cosas.
Que ayudaron a forjar una minúscula parte de la mujer en la que me he convertido.
Que cada persona que ha pasado por mi vida, ha dejado huella.
Y aún así, no he dejado de ser yo. La chica de ojos tristes que no disimula lo mal que está,
viviendo en esta vida irracional, donde importa más una apariencia perfecta,
a una identidad irreemplazable.
No me importa ser la rara, la oscura, la siniestra, si con eso consigo ser yo.
Si con eso reflejo quién soy yo.
Para bien o para mal...
a quien le guste o no...
en esto me he convertido.
Y sigo andando a solas en este mundo de locos,
viendo la vida desde mi propia perspectiva.
Amando a las personas reales que miran a los ojos,
esas con las que hablas sin tener que pronunciar palabra.
Las que no ocultan en su mirada cómo son, ni lo que sienten hacia la vida,
o hacia ti.
Me he convertido en una mujer fría, con un corazón latiente
que se endurece por segundos con cada recuerdo lacerante.
Pero así soy yo... en esto me he convertido.
Una mujer, que es mujer... a pesar de no vestir faldas ni desbordar feminidad,
que ama en silencio, que experimenta con angustia las injusticias de la vida..
Una mujer que parece ir a ninguna parte, que aparenta no esperar nada.
Una mujer que late oculta en su oscuro universo...








domingo, 15 de marzo de 2015

Azul.


Sabía que estaba loca.
Que en cada segundo de su vida había algo que la ataba, 
sabía que le gustaban los colores, a pesar de que sólo mostraba el negro. 
Porque el negro era el más parecido a ella, el que la camuflaba.
Pero ella sabía que le gustaba el azul, que miraba al mar cada vez que podía, 
que observaba el cielo absorta, sin esperar nada a cambio. 
Que le hechizaba la marea cuando rompía brava, furiosa, 
y sentía empatía por ella. Y cuando estaba calmada, se limitaba a observar sin sentir.
Podía ver su propio interior cuado se alzaban las olas
intentando atrapar el cielo, para romper rabiosas sin encontrar consuelo. 
Era como si su intimidad se viera expuesta ante el mundo
sin que otros lo supieran.



jueves, 12 de marzo de 2015

El cuadro

"Me niego a que esto quede torcido, parece que no sé hacer nada"- pensó Michael, y se dispuso a retirar aquél clavo mal puesto. Martillo en mano se acercó a la pared donde había colgado su nuevo cuadro. Realmente se había decidido a colgarlo en la pared principal de su salón, a pesar de no convencerle en absoluto. Se sentía identificado con aquello que tenía delante, con aquellas manchas interpuestas entre líneas gruesas que bailaban sobre el lienzo. En él predominaban distintos tonos de púrpura, amarillos y azules. Era algo caótico, algo impredecible, algo totalmente subjetivo. Como él.

De repente se paró, antes de retirar el cuadro para quitar el clavo y se dio media vuelta para mirar a sus espaldas. No la veía, pero sabía que estaba allí. Sus ojos se entumecieron otra vez, llenándose de niebla y agua. No había dejado de percibir su presencia ni por un sólo instante desde que ella desapareció. Aún le parecía recordarla riendo a carcajadas, manchada de pintura, tan fresca como siempre. Y hasta en sus momentos tristes, resultaba dulce. Aún parecía escucharla quejarse por aquél dolor de cabeza, justo antes de que cayese inconsciente al suelo. Recordaba el tacto de su mano helada en una ambulancia que parecía no llegar nunca al hospital donde luego pasó las peores horas de su vida. Sentado en la fría y mustia sala de espera, pareciendo esperar una buena noticia que sentía que no llegaría. El único milagro en el que había creído, era ella. Y se estaba hiendo de su lado para siempre.

Cerró los ojos con fuerza echando sus lágrimas de ellos. Volvió a girarse para mirar su cuadro y rompió en llanto. Un llanto agónico y desesperado. Ya no se apoyaba a sus espaldas para mirar su arte con él, para incordiarle buscando formas en el cuadro que no existían ni siquiera en su mente. Para morderle la oreja y hacerle correr tras ella. De vez en cuando sentía cómo le acariciaba el pelo, y podía incluso oler su aroma. Si aquello era estar loco, no pretendía dejar de estarlo nunca. Seguía pintando en aquella casa tan muda y vacía, y la imaginaba a ella cantando en la cocina. Hasta ese sonido tan espantoso lo echaba en falta de una manera sobrenatural.

Michael dejó el martillo sobre la mesita de cristal y caminó hacia su cuarto. Se hallaba al fondo del pasillo que se abría en medio del salón. Fue hacia la cómoda y abrió el segundo cajón de la izquierda, y tras levantar una sábana verde de franela, sacó un portaretrato que estaba en el fondo, boca abajo. No fuese a ser que por accidente lo viese cuando no quería hacerlo. Guardó allí aquella foto cuando el dolor por la pérdida de Amy no pudo ser más insoportable. La levantó lentamente y vio su risa, eternizada en la foto que se tomaron en su último viaje a Irlanda. Ella llevaba una camiseta roja de lo más sencilla, y unas gafas de sol a la cabeza sobre su pelo. No podía ser más perfecta, con aquella risa y los ojos cerrados, y con la mano apoyada en el pecho del hombre de su vida. Ese hombre que parecía que había dejado de existir y se había marchado con ella. Con una sonrisa y pasando su brazo sobre los hombros de ella, parecía completo en aquél momento. Se llevó la foto al pecho, se sentó a los pies de su cama, y lloró.

Poco a poco se fue adormeciendo sobre la cama y se despertó horas después completamente abatido. Se levantó lentamente, pues se sentía mareado tras haber quedado exhausto con el llanto. Se dirigió a la cómoda, y volvió a introducir boca abajo la fotografía. Cerró con suavidad la gaveta y caminó resignado de nuevo hasta el salón. Sostuvo con cuidado los laterales del cuadro y lo elevó ligeramente para descolgarlo. Lo colocó sobre la silla con delicadeza y se dispuso a enderezar el clavo.


miércoles, 11 de marzo de 2015

...

Estaba sentada en aquél lugar que antes la reconfortaba, y que ahora le parecía tan extraño. Con los ojos clavados al frente, esperando un movimiento, un atisbo de calidez que desembocara en una pequeña alegría de estar allí. Pero no ocurrió nada, y todo se desvanecía ante ella. ¿Qué remedio podría darse ante una situación así? ¿Cuánto dolor más tendría que soportar debido a la impotencia que le producía aquella situación que no podía mejorar? ¿Cuánto tiempo debía pasar para asimilar que todo había dejado de ser como era y, que nunca más volvería a ser igual? ¿Cuántas horas seguiría buscando "por qués" de forma inútil? Se sentía sola y angustiada, y no podía compartirlo con nadie. Necesitaba descartar de una vez la posibilidad de que todo volviese a la normalidad, necesitaba un motivo, necesitaba sólo eso... un gesto que demostrase que aún las cosas seguían siendo lo de antes, aunque sabía que no era cierto. Aquél lugar era ahora puro hielo, y eso la paralizaba.


domingo, 8 de marzo de 2015

Naufragio.

Se escuchaban murmullos, y no eran los del viento. Una especie de halo sonírico invadía el lugar, parecía como si de repente, el mar cantara. No habían pisado tierra en algo más de un mes, habían vencido a la bravedad del mar en más de dos ocasiones en aquellos días, pero ahora todo estaba en una titubeante calma. Era de noche, y del mar salía una especie de bruma que impedía la vista más allá de cinco metros de la proa del navío. Empezaba a distinguirse entre aquellos murmullos una hermosa melodía, dulcemente entonada por voces femeninas angelicales. Todos estaban en silencio en la cubierta del barco. El capitán, Alexandre Brower, había escuchado leyendas sobre aquella melodía. Tragó saliva. y miró a sus hombres. Todos estaban en silencio, unos mirandose entre ellos y otros mirando al mar, como si esperasen ver algo resurgir de repente de él. Por sus miradas, el capitán supo que también ellos habían escuchado aquellas leyendas que en ese momento, ya no le parecían tan absurdas. Pero claro... ¿qué marinero no habría oído hablar de ellas? Le pareció gracioso haberse considerado por un momento el único que conocía las historias.

El navío avanzaba lentamente por aquellas aguas misteriosas, rompiendo la bruma a su paso. El silencio era inminente, salvo por el agua al romperse contra el casco del barco. El mascarón de proa  se adelantaba, firme y esbelto. Y hasta la mujer que iba tallada en madera de roble parecía tener el mismo miedo que ellos. Cada vez el sonido era menos tenue, y más hermoso. Los marineros, que empezaron a interesarse por aquél sonido tan angelical, se asomaron por los costados y miraron al agua. De repente el sonido se hizo mucho más intenso, pero el miedo había desaparecido. Algo parecía nadar alrededor del barco. Se oía el rebotar del agua de manera distinta, y entre el canto surgió también un coro de risas de mujer. Smith, el miembro más joven de la tripulación, fue el primero en verla. Surgió de repente, sin hacer un sólo ruido. Sus ojos eran grandes y verdes, de ellos brotaba una mirada tan dulce como fiera, y Smith hubiese jurado que aquellos ojos no eran humanos. Su cabello era de color dorado y largo, totalmente tendido sobre el agua. Sus labios eran perfectos, como toda ella. Se movían casi a destiempo, pero de ellos salía parte de aquél canto. Parecía que aquella música cobraba vida y forma ante él, que ya había olvidado quién era y dónde estaba. El joven apuesto, de melena negra y ojos claros la contemplaba hechizado. Aquél ser de las profundidades se aproximó al costado del barco, y con ayuda de las tablas, subió hasta el hueco rectangular que se abría frente a los pies de Smith. Este se agachó a la altura de su cara, sonreía aún sin saberlo. Ella le devolvió la sonrisa sin dejar de cantar y con sus pequeñas manos le agarró la cara y la acercó a la suya para darle un beso. En cuestión de segundos, el cuerpo del chico se precipitó por la borda arrastrado por la fuerza de aquel beso. No se resistió a su plácida muerte, pues ni siquiera fue consciente de ella. De repente el barco navegaba sólo, sin rumbo alejándose de repente de aquellos cantos.



sábado, 7 de marzo de 2015

...

¿Qué tal si dejas de mirarme con esos ojos tristes y te desnudas?
O mejor aún, ¿qué tal si me permites deslizar mis manos sobre tu cuerpo mientras cae tu ropa al suelo? ¿qué te parece si cierras los ojos y te dejas llevar por mí a donde yo quiera? Bien... relájate.

Sintió cómo sus manos, cálidas y ásperas apartaban su cabello cobrizo hacia un lado, dejando un lateral de su cuello al descubierto. Dios, qué sexy era de aquella manera. Con sus ojos plegados con furia y su boca entreabierta, dejando escapar suaves gemidos mientras paseaban besos por su cuello. Aquellas manos casi predecibles, pasearon por su espalda en busca de una cremallera para desabrochar aquél vestido hortera de flores azules y verdes. Seguidamente subieron de nuevo hasta sus hombros, bajando decididamente pero con una deliciosa calidez. Sintió cómo su ropa se deslizaba sóla gravedad abajo hasta dar con sus zapatos de tacón color miel.

Aquellas manos, sabias y prodigiosas, acariciaron sus brazos y luego rodearon su cintura con suavidad. Y ahí estuvieron paradas unos segundos, mientras su boca fue en encuentro de aquellos dulces labios jadeantes. Aquello no era un beso. Era obra de dioses. Las manos desabrocharon sin dificultad su sujetador, y fue sacándoselo con suavidad, dejado siempre en contacto las yemas de sus dedos con su piel, para que no olvidase su tacto ni por un segundo. Sin esperar demasiado, se dispuso firmemente a liberarla de lo que le quedaba puesto. Mientras de rodillas frente a ella, deslizaba poco a poco la prenda por sus piernas, la besaba. Los gemidos eran más fuertes a medida que aquellos "besos" se intensificaban. Su sabor volvía loco al dueño de aquellas manos, y ella dejó de ser quien era. Aquellas manos que masajeaban sus muslos,  comenzaron a subir, junto con su cuerpo, que se acomodó sobre ella y empezó a poseerla con suavidad, mientras volvía a besar su cuello de forma pasional. Ella dejó de existir en aquel entonces, mientras la suavidad dejó paso a la más ruda virilidad, sobre aquella alfombra envejecida. Se sentía fuera de sí, fuera de control, pero aquello no estaba mal. De vez en cuando estaba bien perder el control.

Con cada movimiento brusco se intensificaban los gemidos, al unísino casi, como si estuvieran sincronizados. Ella rodeaba su cuello con furia, con rabia... no quería que la abandonase nunca más.

De pronto abrió los ojos, la canción había terminado y el tren seguía su camino. Miró a su alrededor, para ver si alguien la había visto soñar despierta con aquella intensidad. Todo parecía en orden, así que sonrió, y volvió a reproducir la pieza, y cerrar los ojos.



Abejorro.

- ¿Sabes que pudo haberse perdido en aquél lugar?
- ¿Y a mí qué más me da? Eso no es asunto mío.

viernes, 6 de marzo de 2015

"Te quiero"- había dicho ella...

...con su mirada cristalina puesta fijamente en aquellos ojos verdes que la observaban atónitos.

- No intentes suavizarlo- prosiguió.- Ya sé que tú no sientes lo mismo. No necesito evasivas ante un asunto como este. Sólo quiero que me lo digas, porque necesito escucharlo.

Él la observaba con dulzura y con pena. Sabía que sin querer había hecho daño a alguien que sólo intentaba crecer, sin pretensión de formar parte de su mundo, pues sabía que ella era consciente de lo disparatado que era aquél plan. La tenía delante, tenía que bajar unos centímetros la vista para encontrarse con su mirada, pero allí estaba ella, creciendo ante él. Esperando y ansiando una respuesta clara, que fuese tan precisa y tan dolorosa que marcase sus límites para siempre. Era difícil para él hacerle daño a aquella chica, pero sabía que era necesario. No debía eludir darle aquella respuesta que ella misma le estaba pidiendo, pues él era consciente de que no la amaba. Y aunque amarla fuese posible, pues lo era.. él sabía que aquello no era honesto para ninguno de los dos.

- Vamos... sabes que lo necesito, y te lo estoy pidiendo... - su voz comenzaba a sonar rogante y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Necesitaba aquellas palabras para seguir su camino. Para ser libre por completo.

- Julia... - comenzó el hombre. - Lo siento mucho.

- ¡Déjate de gilipoyeces! - comenzó a llorar.- ¡Sabes que no te estoy pidiendo eso! Me siento estúpida ahora mismo, pero es necesario que me digas en voz alta que no me quieres, que me vaya. Necesito grabarme esas palabras a fuego en mi mente, para poder olvidar lo que ha pasado. Para olvidar que nos hemos tocado sin tocarnos. Que hemos hecho el amor una y otra vez con la mirada. ¡Formas parte de esto, lo quieras o no, y te exijo que me liberes!

Entre ellos sonó la melodía del silencio acompañada del caer de la lluvia y la respiración entrecortada de aquella joven.

- No te quiero, Julia. -dijo súbitamente, cortando de repente aquél silencio entristecido.

Ella esbozó una sonrisa, y se llevó la mano a la cara para secar las lágrimas que había derramado, y luego volvió a mirarle. Ella vio su rostro sumamente contrariado, sabía que tampoco había sido fácil para él.

- Muchas gracias. - expresó ella dulcemente. Le dedicó una última sonrisa antes de dar media vuelta y echar a andar en la otra dirección. Él moría de ganas de ir tras ella y abrazarla para siempre, pero sabía que lo más justo y correcto era dejar que se marchase. Sin más, la observó caminar durante unos segundos; observó absorto el movimiento de su pelo al andar. Pareciera como si el viento danzase con este, entrelazándose en un cálido abrazo en una noche triste y fría.


Life changes in a heartbeat.

Soportas con serenidad y coraje mi marchitar. Día tras día desde que se fue, vives engarrotado en mi pecho y, sin embargo sigues latiendo. Todo puede cambiar con un susurro. Cuando eso pase, escucharé con atención tu voz, y me marcharé sabiendo que estuviste conmigo hasta el final. Que fuiste partícipe de todas mis sensaciones y las acompañaste con tu dulce melodía.


jueves, 5 de marzo de 2015

...

Esta noche hace una luna preciosa. Es tan, tan bonita, que he salido a mirar al cielo a ver si puedo confundirte, por casualidad, con ella. Porque estés donde estés, sé que siempre estás conmigo.



miércoles, 4 de marzo de 2015

...

Allí estaba ella, junto a la ventana.
La luz azul de la noche penetraba suavemente a través de su cristal mojado.
Ella, con su mano sosteniendo su barbilla, mirando a través
viendo más de lo que tenía ante ella, sintiendose frágil y experimentando esa sensación de romperse en mil pedazos con cada susurro de su pensamiento.
Con la mirada perdida y las lágrimas corriendo por su rostro en busca de ningún destino.
Sentía cómo su alma se despedazaba en cada latido de su corazón, y no tenía pretensión alguna de moverse de aquél lugar que la cautivaba, envuelta en la plácida y triste luz de la penumbra.


martes, 3 de marzo de 2015

...

    A pesar de que era libre de forma natural, no era capaz de abrir sus alas e ir más allá de su triste morada. Temía precipitarse por aquel acantilado de madera, tenía miedo de que su vida, vacía de toda sensación, acabase de aquella manera tan absurda y sin que nadie lo supiese.

    Es así que el colibrí se encogió y echó a dormir, soñando con volar...

Allí quedó dormido, con las nubes a lo lejos. Deseando no despertar.