Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

sábado, 27 de febrero de 2016

Roullete.

Sólo sé que ahora todo da vueltas.
Mi sombra ya no me sigue, se queda tras la puerta.

Sólo sé que ahora soy nadie,
y por un tiempo quiero conformarme,
a simplemente haber dejado de existir.

Tan sólo quiero dejar que cuelguen
de mis ojos mis lágrimas,
y que de mis pestañas se balanceen,
como si no fuese el tiempo a acabar con ellas,
como ha hecho conmigo.

Necesito que nadie traspase esto
pues bastantes demonios tengo ahora dentro.
En mi soledad, en un silencio constante
inquebrantable, inalterable...
estoy aquí, queriendo no estar.

Tan sólo quiero, cual partícula de ceniza,
desaparecer con el viento.
Y así me siento. En un vacío constante,
del que no puedo salir.
Del que no quiero salir.


viernes, 26 de febrero de 2016

It's over.

De un lado a otro se paseaba inquieta tocándose las manos. Recogiendo sus mechones tras las orejas y remangando las mangas de esa sudadera enorme que llevaba puesta. ¿Qué más daba? De igual manera nunca había sido mujer que marcara silueta bajo una ropa apretada e, indudablemente femenina.

Escuchó el sonido inconfundible de una llave deslizándose en el interior de la cerradura. De repente plantó sus pies y fijó su mirada en la puerta, esperando que se abriese. Cuando J. entró, la miró fijamente. Parecía un dibujo animado, de esos ridículos con el rostro desencajado.


-¿Qué pasa? - preguntó J. sin haber aún cerrado la puerta.

-Ven, siéntate a mi lado. - R. se dirigió al sofá y se sentó en un borde. Con su mano izquierda acarició el lugar donde le indicó sentarse. Una vez los dos allí, se hizo el silencio durante unos segundos. Ella le miró, y en sus ojos se reflejaba una desesperación terrible, como si quisiera gritar, como si se hubiera vuelto loca... pero él sabía qué ocurría.

-Oye, ya lo hemos decidido.... -comenzó J. tratando de arrancar la conversación, pero R. le interrumpió alzando la voz:

-¡No! ¡Tú lo has decidido! ¡Yo no! - Unas lágrimas cayeron de sus ojos. R. trató de calmarse, respiró hondo y recordó que había decidido hablar con él, e intentar no discutir. - Cielo, yo...

- No me llames cielo.- Su voz sonaba áspera.

-...Yo te quiero. -Continuó ella con un hilo de voz que podía romperse con el aire.- No podemos acabar así sin más, no podemos tirar todo lo que hemos vivido durante estos años, ¿qué pasa con nuestros planes? ¿qué hay de lo mucho que decías amarme hace unos meses? ¿Qué ha pasado con nosotros?


Por la cabeza de R. pasaban de repente un millón de recuerdos. Se conocieron en un hospital, siendo compañeros de habitación. Las benditas casualidades de la vida trajeron ante ella al hombre que más amaría en toda la Tierra. Su amistad fue intensa hasta límites inimaginables hasta que mirarse el uno al otro resultó no ser suficiente. Eran una pareja perfecta, todos lo decían, pero en la intimidad eran tan pasionales que discutían desaforadamente por cualquier discrepancia. A ella le gustaba recostarse luego sobre su pecho y escuchar su corazón, frenético, alterado, después de hacer el amor. Pasaba el tiempo sobre él porque era su lugar favorito. El acariciaba su espalda desnuda y la rodeaba entre sus brazos. Cuando la besaba, la hacía sentir como si flotase sobre una pompa de jabón. Aún recordaba el calor de sus brazos envolviéndola mientras estaban acurrucados en el sofá, y ella lloraba sin parar con alguna escena romántica, de esas que a él no le gustaba ver. Pero lo hacía por ella, como muchas otras cosas. Su boda fue un gran acontecimiento, lleno de lágrimas, abrazos y flores por todas partes. Renunciaron a la idea de tener hijos tras intensas discusiones. J. nunca fue empático con que R. desease ser madre. Y ella, simplemente se adaptó a él, porque su amor le valía todo lo demás.

Y allí estaban sentados, tres años y seis meses después de aquél gran día en el que ambos emanaban felicidad por todas partes, un día en el que ambos creían que pasarían toda su vida junto al otro, porque desde el inicio, habían sido uno.


J. la miraba como quien mira a alguien que ruega. Con lástima. Sabía que eso la mataba, pero no conseguía mirarla de otra manera. La terapia no había funcionado, y los lapsus en los que se daban un respiro y satisfacían sus necesidades sexuales no eran más que espejismos de algo que no volvería a ocurrir de verdad. El había zanjado el tema por sí sólo. Porque simplemente había dejado de amarla.

-Lo siento, de verdad... hoy he hablado con mi abogado. No hagámos esto más difícil.

-Por lo que veo no está siendo difícil para ti. - R. se secó las lágrimas y, acto seguido se levantó del sofá. Miró fijamente y en silencio la foto de bodas que estaba enmarcada en la pared del salón. Y luego dirigió su mirada al collage que estaba también en la pared, donde podían verse varias de sus fotos; en el viaje a B., en un paseo por el parque, otra de cuando hicieron senderismo, otras en la playa. Había una en particular que le produjo congoja. Eran ellos dos, abrazados y sonrientes, con un bol de palomitas sentados sobre el mismo sofá donde ahora hablaban de separarse. De romper con todo aquello. De acabar con todo. Los ojos de R. volvieron a llenarse de lágrimas, y trató de contenerse. Pensó que sería mejor derrumbarse cuando él ya no estuviera allí, mirándola con compasión sentado tras ella.

-Lo es R...

-¿No hay nada que pueda hacer para volver atrás? ¿Para cambiar esto? - J. la miró y bajó la mirada, pero no respondió. - Es duro dormir en una cama en la que ya no estás, está helada. Imaginaba que siempre tendría un hogar al que volver después del trabajo, donde tú me esperaras, o donde yo esperarte a ti. Ahora tenemos una casa, y no quiero llegar a ella porque sé que estará sola, o estarás tú metiéndo tus cosas en bolsas de deporte. Por cierto, he encontrado tu camiseta amarilla, estaba en el cajón de las sábanas, no sé por qué. Llévatela también. - R., que seguía mirando las fotos de la pared, se giró para mirarle a él. - Creí que esto duraría siempre, perdóname por no poder encajar que ahora quieras marcharte. 




jueves, 25 de febrero de 2016

Soy tristeza.

Me preguntaron una vez si yo siempre estaba triste.
Me dijeron que mis ojos, por muy maquillados que estén
muestran mi realidad. Mi tormento, mi pasado,
muestran las grietas, tras la huella de los ríos de lágrimas
que por ellos parason.

Soy tristeza. Porque en mi vida no hay luz.
Con los abrazos hago nudos que no se pueden desatar,
tras mi sonrisa, tras mis dientres apretados
ahogo palabras de angustia y desconsuelo,
para que no sean oídas, y mucho menos, escuchadas.

Soy esa clase de personas que se acerca al mar,
sólo para mirarlo con deseo.
Y así puedo pasar horas, ante él
sin que se percate de mi presencia.
Como si no existiese.
Así soy yo.

Y que no me digan que una persona triste
no puede amar. Pues con mi amor
construyo puentes hacia brazos inalcanzables.
Quiero a la gente, a los animales, a la naturaleza,
a la vida, te quiero a ti, con tristeza.

Soy un trozo de cuerda deshilachada,
abandonada y desapercibida
en un rincón del universo.

Sé que las personas que se encuentran a mi alrededor,
se sorprenden cuando arqueo hacia el cielo
la comisura de mis labios.
Les gusta cuando río a carcajadas
aún siendo triste, aún estando rota.

Y les regalo de vez en cuando luz tras mi mirada,
y cuando estoy en soledad
me envuelvo en mis brazos,
y vuelvo a pensar en la magnificencia de la vida,
en todo lo bueno, y en todo lo malo,
y entonces, me destruyo de nuevo.

Soy tristeza cuando recorro su piel y me la como a besos.
Soy tristeza cuando le escribo poemas que jamás leerá.
Soy tristeza cuando miro al cielo, y al horizonte.
Soy tristeza cuando río, cuando lloro y cuando canto.
Soy tristeza al abrazar. Al acurrucarme en su pecho.
Soy tristeza, todo el tiempo.

Y aún no he encontrado una persona en mi vida,
que pueda con mi tristeza.
En su estado puro. Sin disimulos.
Por eso disfruto de mi soledad siempre que puedo.
Y en ella recreo un lugar,
donde poder ser triste sin tener que esconderme.
Donde nadie me juzgue.
Y, sin más, me quieran de esta manera.

Soy tristeza, todo el tiempo.



sábado, 20 de febrero de 2016

ild.

Sólo quiero poder envejecer contigo,
y si no es así, si la eternidad no existe para esto,
quiero que nos amemos hasta reventar,
hasta que este amor muera,
de agotamiento.

Que no sea por no haberlo usado.


Joy.

Le temblaban las manos. Pero a pesar de ello su decisión era firme. Había recreado este momento en su mente una y otra vez, planeando hasta el más mínimo detalle. Podía incluso oler el aroma a plomo que desprendía la bala que atravesaría su cabeza. Pudo escuchar ese sonido decenas de veces, tantas como lo había imaginado. Se observó a sí mismo boca abajo sobre un charco de su propia sangre, e imaginó con total claridad cómo la policía hallaba su cadáver tras haber echado abajo la puerta de su cutre apartamento. Pudo incluso asistir a su propio funeral, y luego a su entierro. Y vio a su madre, una mujer bajita con el pelo encanecido, llorar sin fuerzas. Como si le hubieran arrancado un trozo de su alma. O quizás el alma entera.

Allí estaba, su único hijo, en aquella caja, a punto de ser introducido en un nicho de hormigón, que sería tapiado, y tras el cual el cuerpo sin vida de su retoño, sería devorado por todo tipo de insectos a medida que se pudría en la oscuridad y la soledad de aquél lugar. Vio incluso a su madre, meses después, dejándose morir. Sentada en su sillón mirando fijamente su pequeño altar de fotografías y velas. Donde estaba su foto, la de su padre y la de otros familiares difuntos. Veía las velas encendidas y podía oler el humo que salía de ellas. Pudo saborear las lágrimas de su dulce madre, cuando espectralmente trataba de besarle la mejilla, colmada de lágrimas.

Pudo ver también a Clara, llorar por él, sentada sobre su cama. Envuelta por el azul de las paredes de su dormitorio, sola. Y arrepentirse de haberle abandonado cuando más la necesitaba. Y a pesar de seguirla amando, disfrutó imaginando que sufría arrepentida. Como si eso le diera cierto consuelo. Hacía tiempo que su vida era una espiral de errores. Se atiborraba a antidepresivos y buscaba aplacamiento a través de la autolesión. Su novia comenzó a cansarse, y le abandonó justo antes de tocar fondo. Al parecer había encontrado un punto de apoyo en un compañero de trabajo que ahora la cogía de la mano. ¡Cómo son las cosas!

Y allí estaba él, sentado en su afeado sofá de cuero sintético marrón. Con el revólver sobre la mesa. Descruzó los dedos de las manos, y con su mano derecha se secó el sudor de la frente.

Su decisión era firme, pero le temblaban las manos...