Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
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lunes, 6 de noviembre de 2017

Llantos de noviembre.

Se había puesto encima mío, con la intención de acabar.

Empujaba con frenesí mis adentros y le sentía jadear cada vez más fuerte. Le conocía perfectamente, y sabía cuándo era el momento. Unos segundos antes, de repente, sentí una sensación de congoja que me hizo empezar a llorar. Él no parecía darse cuenta, y mientras seguía embistiéndome y gimiendo, yo lloraba con los labios apretados, sin saber por qué. Juro que no lo sabía, ni lo sé a día de hoy. Pero no quiero adelantarme.

Se corrió. Salió de mi interior y, sin mirarme tan siquiera a la cara, se sentó por su lado de la cama mientras miraba al suelo en busca de sus calzoncillos. Yo seguía llorando, pero no quería que él se diera cuenta. Así que me incorporé despacio cerrando con cuidado las piernas, pues los abductores me dolían. Me fui al baño con la ropa en la mano; ropa que fui encontrando por el suelo. Allí me vestí y me miré al espejo. Tenía los ojos hinchados y aún caían lágrimas por mi rostro. "Puta asquerosa", me dije mirándome a los ojos. Sentía una especie de furia entremezclada con vergüenza, y apenas podía sostenerme la mirada a mí misma frente al espejo. Me lavé el rostro y decidí pintarme los labios antes de salir del baño.

En la sala cogí mi mochila y me dirigí al dormitorio para despedirme de David. Le vi de espaldas en la terraza, fumando un cigarro en calzoncillos, y decidí marcharme sin decir nada y sin hacer ruido. Poco importaba una despedida en aquél momento.

Caminé casi un kilómetro hasta la parada de autobús y allí esperé cinco minutos hasta subir a mi línea. En el camino me había dado cuenta de que no me había aseado mis partes íntimas después del sexo, y tenía una sensación más que desagradable entre las piernas, y notaba el olor traspasar los pantalones. Deseaba que nadie se diese cuenta de ello. El autobús iba bastante concurrido de gente, pero aún quedaba dos o tres pares de asientos libres, así que escogí el que más al fondo estaba, y me senté junto a la ventanilla. Percibí que una señora mayor me miraba con repugnancia desde el lado opuesto, y pensé que quizás me había olido. Sentí vergüenza y frustración. De repente quise llorar otra vez. Saqué de mi mochila las gafas de sol, aunque el día estaba más bien nublado, y me las puse para llorar tras ellas. Cinco o seis paradas más alante, subió un hombre que decidió sentarse a mi lado. No le puse demasiada atención pero, de repente me dí cuenta de que me miraba por encima del hombro. "Joder, no...", pensé. "Me está oliendo. Está oliéndome". Cerré mis piernas aún más, apretándolas lo máximo posible, para intentar que el olor escapase.

A la par, trataba de disimular que lloraba, y no veía el momento de llegar a casa. El señor no dejaba de mirarme y, de repente, incorporó un poco su pelvis e introdujo la mano en su bolsillo derecho. Yo le miraba de reojo tras las gafas. Sacó un pañuelo de tela, impolutamente doblado, y me lo ofreció. Lo cogí, y vi que tenía bordadas unas iniciales. "A.B.". Le dí las gracias y me sequé las lágrimas. Él no dijo nada y se limitó a mirar hacia adelante todo el trayecto hasta que, tras unas paradas más, tras dedicarme una sonrisa al levantarse del asiento, se bajó del autobús.

Miré el pañuelo. "Debí habérselo devuelto".

Llegué a casa quince minutos después. Ya había empezado a anochecer. Saludé a mi perro y me dirigí al cuarto de baño, desropándome por el camino. Las bragas estaban empapadas. Llené la bañera e incorporé un trozo de bomba de espumas de olor a frutos del bosque. El agua en la bañera se tiñó de azul.  Encendí unas velas y apagué la luz.

La sensación del agua caliente envolviendo mi cuerpo era casi más placentera que el sexo de hacía unas horas. De repente me acordé de David. Ni siquiera me había mandado un mensaje desde que me marché de su casa. ¿Qué podía esperar? Al fin y al cabo, no éramos nada. Sólo follábamos de vez en cuando y discutíamos alguna vez. A veces las discusiones eran mejores que el sexo. A veces iban ambas cosas juntas. "¿Qué más da?", pensé. Y pasé mis manos por mis brazos, frotándolos suavemente. Me sentía un poco menos sucia ahora que no olía a sexo. Las palabras de mi abuela resonaban una y otra vez en mi cabeza... "Una mujer se hace respetar". Si estuviera viva y supiese lo que estoy haciendo, probablemente me diría que soy una zorra. Y no le quitaría la razón.

Pensaba en David, en que quizás él también tenía sus demonios. Pensaba en el hombre del pañuelo, en "A.B.". Pensaba en la señora que me miraba con desaprobación. Pensaba en mi propio reflejo en aquél cuarto de baño deprimente. Y decidí sumergirme y despejar mis pensamientos. Mi perro me miraba desde la puerta del baño con expresión impasible. Empezó a llover, y en la vidriera de la ventana se veían escurrir las gotas.

Me sequé y me vestí con un pijama raído al que tenía mucho cariño. Recogí la ropa que había ido dejando por el suelo, decidiendo firmemente tirar las bragas a la basura. Tal cual estaban. Me dirigí a la nevera y cogí una cerveza, lo cual no iba acorde en absoluto con el ambiente frío que hacía, pero me daba igual. Me apetecía. Me senté en el sofá, junto a mi perro y, mientras pegaba el primer "buche" a la botella, encendí el televisor.

Mi teléfono seguía sin tener notificaciones. Y decidí que, por esa noche, me diese igual.


4 comentarios:

  1. Me gusto tu historia ,la describes como mucha naturalidad y eso es lo que la hace creíble ,a veces las relaciones pasan de ser de amor a simplemente sexo y ves que llegado un momento no te llenan nada es en ese momento cuando debes cambiar el chip y decir basta ...
    Un fuerte abrazo ,FELIZ NOCHE

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    1. Exactamente es eso lo que he tratado de transmitir...
      Decir basta es necesario para poder disfrutar de lo que nos queda por descubrir.
      Un besote y gracias por leerme. Feliz noche!

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  2. Quizás en alguna ocasión puedas devolverle el pañuelo, ¿no? Quién sabe...
    ¿Sigue tu teléfono sin notificaciones?
    Un abrazo

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    1. Aún está guardado en la cómoda.
      Por supuesto que sí, nunca me llegan las que espero.
      Otro para ti!

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