Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

domingo, 24 de abril de 2016

La puerta.

Ahí no había nadie, estaba segura de ello. Sin embargo no dejaba de escuchar murmullos que provenían desde el interior de la puerta. Posó su pálida mano sobre el pomo de la puerta y lo torció, cautelosa. Se abrió sin problema, pero en su interior sólo había oscuridad. No se distinguía suelo, ni paredes, absolutamente nada. Sólo una oscuridad palpable. De repente, un sentimiento invadió su corazón, una opresión tan fuerte que la hizo llorar. Sus lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, y se arrodilló ante la puerta abierta, expectante de la oscuridad.

Quizás fueron segundos, o puede que horas. La chica ya sólo tenía marcados en la cara los recorridos de las lágrimas que hacía rato se habían marchado, dejando tras de sí, la prueba irrefutable sobre sus mejillas, de que habían pasado por ese lugar. Seguía mirando la oscuridad y, sin darse cuenta, la comisura de sus labios se elevó hacia el techo desgastado. Apoyó la palma de la mano en el suelo para ayudarse a ponerse en pie. Agarró el pomo de la puerta y, ya no con cautela, sino con una delicadeza asazmente dulce, cerró la puerta.

Allí ya no quedaba nada para ella.


jueves, 21 de abril de 2016

Demonia.

De repente el cielo se tornó negro y dio paso a una estentórea tormenta. La tierra comenzó a agrietarse, y de las fisuras que aparecían salía un vapor que se mezclaba con la lluvia que, de repente cubría el lugar desde lo más alto. La azul luz de la noche esclarecía el lugar cuando, junto a ella, los relámpagos, fugaces, se manifestaban en silencio. Dando paso a los truenos, rabiosos, dolidos, que envolvían la atmósfera con su odio atroz.

Las fisuras se hacían cada vez más grandes, y una luz de color roja parecía salir de sus profundidades. Un ser comenzó a emerger de la tierra, de aquellas hendiduras que daban paso, sin duda, a algún tipo de infierno. Su tez era de color grisáceo, estaba desnuda. Su cuerpo era casi esquelético. El pelo negro y mojado por la lluvia, y el sudor provocado por el calor del lugar de donde provenía, cubría una parte de su cara. Estaba cabizbaja, agazapada en el suelo. Cuando levantó un poco la mirada, se distinguó una cara indudablemente inhumana. En su frente habían dos heridas, y de ellas brotaban unos pequeños cuernos de color gris oscuro. La sangre, cohagulada, seca, se extendía desde las heridas hasta sus mejillas, escuálidas. Sus ojos eran completamente negros, carecía de nariz y su dentadura era afilada, como los dientes de un escualo. Su respiración se volvió aún más agitada y su mandíbula comenzó a contraerse. Se puso en pie lentamente y su cuerpo fue deslumbrado por un relámpago. Sus costillas se veían a la perfección cuando cuando inhalaba.

Abrió sus brazos, alzándolos al cielo. Un grito colérico inhundó el lugar, y se aunó con el llanto desolado de los truenos.


jueves, 14 de abril de 2016

El gato.

Sentado sobre la mesilla miraba el gato por la ventana.
A través de la blanca cortina se divisaba la calle
con la perfecta nitidez que posee la mirada de un felino.

Por ella paseaban humanos cogidos de la mano,
extraños entre sí, y posesos del miedo.
También paseaba gente cabizbaja cuyas miradas,
seguramente tristes, se encontraban con la nada.

 Quizás por algún motivo
oculto en el pecho de aquellos humanos,
la vida no parecía ser más que un instante más,
envuelto en momentos malbaratados.

El gato miraba a través de sus verdes ojos
la vida a través del cristal. Y se sentía sobrecogido,
ante las adversidades de la vida.

Y pasaron las horas del gato,
sentado sobre la mesita.
Contemplando la vida pasar.



domingo, 3 de abril de 2016

Sobre tumbas.

Cuando despertó, estaba echada sobre un montón de hojas secas. Al principio no lograba disipar la niebla de su mirada, pero una vez parpadeó un par de veces seguidas, vió claramente que estaba en el cementerio. A su lado estaba la tumba de su amado, y alrededor, la soledad.

Incorporó un poco su cuerpo, e intentaba recordar qué había pasado. Tragó saliva, y notó un sabor a hierro y a óxido. Era el sabor de la sangre. Notaba su cuerpo diferente, tenía la sensación de poder escucharlo todo, de poder ver con vasta claridad. Escuchaba el sonido de cada hoja, luchando por desprenderse de la ramita que le había dado la vida. Como si ya no encontrase razón para permanecer, como si fuese consciente de que su tiempo se había agotado. Escuchaba también el silbido del aire, mientras la hoja se deslizaba hacia el suelo con elegante tristeza. Sus ojos grises miraban con cautela y con asombro a su alrededor. Volteó hacia arriba la palma de su mano; tenía una herida que había dejado de sangrar, que podía verse tras el agujero de su guante roto. Levantó la vista, y recordó que el día estaba gris cuando llegó, pero aún era de día, sin embargo parecía que llevaba horas allí tendida en medio del camposanto, puesto que el cielo ya comenzaba a alzarse oscuro, amenazante con dejarla a oscuras. Se puso en pie, y se sacudió las hojas que habían quedado enredadas en su pelo, y adheridas a su traje. Se apresuró en voltearse para mirar la lápida por última vez antes de marcharse.

EL agua de la bañera se tornó marrón, resultado de la tierra y la sangre que permanecía cohagulada en las heridas de sus brazos. Cuando salió de la tina, se miró al espejo empañado y con la palma de su mano acarició su nebuloso reflejo para eliminar el vaho. Necesitaba mirarse a los ojos para comprobar que seguía ahí. Sus pupilas parecían más grandes que nunca, y casi impedían ver el bonito tono grisáceo que tanto le gustaba. Se percató sin esfuerzo de que en su cuello había una herida. No le dolía, y parecía estar cerrándose con rapidez. Era una mordida. Quizá de algún murciélago, o alguna rata. Una voz femenina interrumpió sus pensamientos de forma brusca. Era su hermana, que vivía con ella y la avisaba para cenar. Hasta entonces no se había percatado de que no había comido en todo el día, pero lo cierto era que no tenía hambre. Así que se disculpó con su hermana, y se metió en la cama. Encendió la vela de su mesa de noche, y la observó consumirse en silencio. Escuchaba con total claridad el sonido del esperma, mientras se derretía con cautela y empezaba a escurrirse vela abajo. Todo iba hacia abajo.

Era plena madrugada cuando un sonido apabullante la despertó. Notó un ardor en su interior que la hizo asustarse. Era hambre, un hambre voraz. Un hambre de locos. Y de repente echó de menos el sabor óxido y metálico de la sangre. Se atavió con su fina bata de cama y se dirigió a la ventana. Se detuvo en seco al pasar por delante del tocador. De repente un pánico paralizante se apoderó de ella, Se encontraba de lado frente al gran espejo. Volteó lentamente la cabeza para tratar de encontrar su reflejo en él, pero estaba vez no hubo mirada con la que encontrarse. Su otra yo, no estaba ahí. Presa de su terror descendió las escaleras lo más rápido que pudo, abrió la puerta y salió a la calle. Vacía, muda para cualquier mortal. Y de repente lo recordó todo.





Aquél cabello largo, aquellas facciones perfectamente delineadas, rectas y escuálidas, aquella voz limpia, que danzaba dulcemente en sus oídos. Aquella esbelta figura masculina, que parecía haber salido de otra época, se había abalanzado sobre su cuerpo tendido, que lloraba sobre el sepulcro del hombre al que su corazón tanto daño con su ausencia le había hecho. Tapó su boca con su gélida mano, y la miró a los ojos. En ellos veía su tristeza, su belleza. Y la belleza que a su vez había en su tristeza. Y pensó que eso era algo merecedor de ser inmortal, una lúgrube hermosura que vagaría por el mundo conviviendo con sus demonios para toda la eternidad, si así lo deseaba ella. De modo que quitó suavemente la mano de sus labios y la descendió a su mentón. Le alzó la vista y le propuso su pensamiento. Ella no opuso resistencia, al fin y al cabo, ya parecía estar muerta en vida, y a juicio del vampiro, el concepto opuesto, estar viva aún cuando hubiera muerto, era mucho más atrayente. Recordó cómo su mirada fue ocultándose bajo su cara, y lo fríos que estaban sus labios. Y recordó además que no la mordió directamente, sino que besó su cuello despaciosamente, con deleite. Y sintió cómo su sexo se encendía, tras tantos años de anhelo después de la muerte de su amado. Su lengua se paseó a la par que sus húmedos y glaciales labios, y ella lloraba de deseo. Fue tanta la excitación, y el sobrecogimiento del momento, que se desmayó en sus brazos.

Y allí estaba ella, sin darse cuenta de que había empezado a llover y su cuerpo casi desnudo estaba empapado e inmóvil en medio de la calle. Levantó la vista y le vió a unos metros frente a ella. La lluvia le molestaba en los ojos, y debía bajar la mirada y pestañear con continuidad. Pero sabía que aquella efigie oscura, era él.

El sonido de la lluvia al estrellarse contra las piedras que formaban la calle era casi adormecedor. Repetitivo, era un sonido que le inhundaba el alma. En el caso de que aún poseyera una. Pero el sonido se vio interrumpido cuando la voz de aquél Ser la llamó por su nombre.

- « Lucielle »...