Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

martes, 19 de diciembre de 2017

.aicnesuA

Qué vacío se ha quedado todo,
qué silencio más roto desprenden 
sin más estas frías paredes.
Te llevaste todo contigo,
la inspiración, las ganas, tu olor.

Y de repente me veo aquí,
sentada en el suelo mirando a la nada,
con los ojos resecos
y la angustia de la resignación
columpiándose en mi pecho.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Historias de una mujer loca que imaginaba vidas llenas de amor frustrado.

      Necesito hacerlo ya, mi alma y mi cuerpo me lo piden. Llevo mucho tiempo ignorándoles, a sabiendas que tienen razón. Así que hoy es el mejor día para dejar atrás.


      Me enamoré. Y sabía que no estaba bien, que no era correcto hacerlo así, de alguien sin ningún motivo. Me obsesioné, fui humana, y me dejé llevar por las absurdeces que mi imaginativa mente me susurraba cada vez que le veía. Y ¿quién es él? Ni siquiera le conozco y ya nos imaginaba juntos viviendo millones de experiencias. 


      Lo imaginé todo, lo juro. Hasta el más mínimo detalle, hasta el hilo que sobresalía de tu camisa blanca, esa que mi mente confeccionó para ti. Imaginé el olor de tu piel más de cerca, y sentía erizárseme el vello de mi cuerpo. Te veía en la orilla de la playa mirando el horizonte, mientras tus ojos enfadados se hacían aún más pequeños a medida que tus comisuras se arqueaban felices. Me imaginé hiendo hacia ti y abrazándote por la espalda, me imaginé siendo la persona más feliz del Universo.  Sintiéndome plena, exhausta de tanta felicidad.

      Imaginé los despertares a tu lado bajo unas sábanas blancas,  donde nos refugiábamos desnudos del refrescar de la noche. Te quise tanto mientras dormías. Nos imaginé en la terraza del centro comercial, ese que tiene vistas al auditorio y a ese lugar que tanto me encanta. Te imaginé besándome cuando los pocos transeúntes estaban despistados. Nos imaginé un poco más abajo, sentados en el lugar del que antes hablaba. Mirando el mar romper con bravura en las rocas, mientras yo dibujaba y tú, simplemente estabas. 

      También viví discusiones contigo, oh sí. Y de las fuertes, de las buenas. De las que te dan ganas de marcharte de un portazo; y creo que alguna vez lo hiciste. Te marchaste y yo no quise tan siquiera retenerte. Pero cuando llegaste por la noche encontraste la casa iluminada por velas, y una cena que pedía a gritos tu perdón te esperaba en el comedor. Te recibí con un suave beso en los labios y un abrazo del que siempre me acordaré. En otras ocasiones eras tú quien me pedía disculpas, y también era maravilloso. 

      Nos divisé parando en aquél mirador en una noche de luna llena, y desde allí mirábamos su reflejo en el mar y nos tomábamos alguna foto que jamás compartiríamos.  Te imaginé enamorado. 

      Nos imaginé coincidiendo en algún sendero, y continuándolo juntos. Algo así como la vida, pero bajo las hojas. Reíamos juntos y nos contábamos vivencias mientras ninguno quería llegar al fin del camino. También tomamos fotos esa mañana, y también serían secretas. Nos imaginé acampando de casualidad a los dos solos, en la intemperie. Y por supuesto esa noche la hoguera no fue el único fuego que se encendió entre nosotros.

      Me imaginé en tu sofá tomando vino contigo, mientras hablábamos despreocupadamente de intereses comunes, y el tiempo corría apresurado por separarnos. Nos imaginé haciendo el amor en ese sofá, mientras llovía fuerte y la iluminación de la sala era cortesía de los relámpagos feroces que nos regalaba el cielo. 

      Nos imaginé haciendo arte juntos, en un mismo lienzo, en un mismo tiempo. Te imaginé a mis espaldas besándome el cuello y riendo. Susurrando cual hombre travieso. Y yo reía contigo, ¡vaya si reía! Nunca antes me escuché reír así.

      También nos imaginé en silencio sentados el uno al lado del otro, con lágrimas en los ojos. Hablando de lo imposible de lo nuestro, de que todo era una locura, de que no podía ser; de que debía acabarse. Y nos imaginé estando de acuerdo, llorando. Y yo me levantaba tras un rato en silencio mientras las gotas de lluvia descendían tristes en la ventana, me dirigía a la puerta y me vestía el abrigo que había colgado en tu perchero, a la izquierda de la puerta. Me giré para despedirme, y vi que también en tus ojos quedaban resquicios de lágrimas. Recuerdo abrazarte con todas mis fuerzas, y te sentí gemir de dolor mientras apretabas mi cuerpo entre tus brazos, y un breve y doloroso beso en medio de ese abrazo se convirtió en el último. El más difícil, según dicen. El último.

      Me enamoré de ti. Y lo siento.  Nos imaginé de tantas formas sin que tú lo supieses, que de repente te miro y me siento culpable por imaginarte tan desprotegido ante los sentimientos. Por imaginarte a ti, que no sabes ni que existo, aunque sepas mi nombre y poco más. Lo siento, te imaginé enamorado.

      Me he enamorado, y he sufrido al tiempo que imaginaba, porque sabía que no era real, que yo te era indiferente, que ni siquiera me has contemplado alguna vez. Aunque mi mente dijese que sí, que esa mirada que me habías "echado" era por "algo". He sido víctima de mis propias historias, las he vivido, las he sufrido, y he permitido que manipulen una realidad inexistente. Así que hoy me decido a parar de imaginarte. Y sé que no será fácil, pero también sé que no será imposible.



      Desde aquí te digo adiós, sin que tú lo sepas. A ti, a quien he querido tanto, sin que tú lo supieses.  A ti, a quien yo tampoco conozco, aunque te haya imaginado cada mañana tomando café frente a la ventana de nuestro salón; aunque haya inventado una vida para ti. 


Me despido con lágrimas en los ojos. Y una vez más, lo siento



martes, 5 de diciembre de 2017

Ezequiel.

El cielo acechaba negro sin ser más que las seis. El viejo cementerio estaba vacío de vida en aquél momento; o al menos de vida humana. Los pequeños insectos que en su día rasgaban la carne de los cadáveres, con apetito voraz y afán de supervivencia, probablemente también estarían muertos. Y es que allí no había más que óbito, y no es ironía que al viejo vampiro eso le pareciese algo inusitado tratándose de un cementerio. Ezequiel agarró suavemente sus gélidas rodillas y atrajo sus piernas hacia su pecho. Estaba sentado apoyado sobre una tumba cualquiera y escuchaba el apabullante sonido del silencio. Ya ni siquiera se escuchaba el murmullo de las hojas de los árboles y el viento; ahora, si ponía mucha atención, el vampiro podía escuchar el lamento agónico de unos troncos deshojados por el tiempo. Nunca terminaban de morir, pero muertos en vida como él estaban, y Ezequiel sentía una empatía dolorosa por ese anhelo de muerte.




sábado, 18 de noviembre de 2017

v. Abrazar

Me miraron raro cuando la abracé al verla llorar.
No la conocía de nada.

En otra ocasión, abracé a quien se había declarado mi enemiga
cuando la vi romperse. Y no me arrepiento.

Hace días, una de mis personas favoritas se quebró ante mí,
y la envolví hasta que pudo dejar de llorar.

Y es que un abrazo no es sólo tarea de los brazos como tal,
sino también del alma. Especialmente del alma.


Y que, que algo tan natural, tan humano, a veces se considere algo de lo que sorprenderse me parece algo de lo más triste. Es como si se necesitase una excusa para mostrar al mundo que somos seres vivos, "sintientes", naturales. Y, la mayoría de las veces, no somos capaces de expresar lo mucho que lo necesitamos.

Porque yo sé lo que es sentirse rota, y que nadie te abrace.
Yo sé lo que es necesitarlo, y sentirte vacía.
Sé lo que es estar sola a todas horas.


Y hoy vengo a hablar entonces de los abrazos.

Los que llenan
los que acercan
los que reparan
los que están
los que alivian
e incluso los que duelen.



Los que transmiten
los que son mudos
los que serán recordados
cuando más se les necesite de vuelta.



Abrazar, mi verbo preferido.
Y es que cuando me preguntan
"¿besos o abrazos?",
yo no hesito ni un segundo.



Pocas acciones acercan tanto
pocas alivian tanto
pocas se sienten tanto
como un abrazo prolongado
en el momento justo.

Alma con alma
corazones y un dúo de latires
sincero, humano.
Extraordinario.



Y no hace falta querer a alguien para regalarle un momento de paz.
De protección. De alivio.

Ya sea para llenar momentáneamente un vacío,
o para compartir un momento de euforia o alegría...
abraza ahora. No lo dejes nunca para luego.
Porque no hace falta que diga que nada es imperecedero,
y que es mejor llenar el alma, que acumular ganas.


martes, 14 de noviembre de 2017

A mi retoño.

Te quise tantísimo
con todo lo que yo era, e incluso
con más, pues me inventé para ti.

Era capaz de acariciarte con la mirada
y acurrucarte cual caudal al agua de un río;
y éramos un fluir constante, un fluir en caudal.

Te quise tantísimo
soñé con un mundo para ti
que ya no disfrutarás.

Te cantaba en voz baja
con la esperanza de que me oyeses
y de que me quisieses también.

Te quise tantísimo
antes de conocerte
y de saber que existías.

Imaginaba lo difícil que sería
pero aún así no podía imaginar
ahora ya mi vida sin ti.

Te quise tantísimo
que dejé de sentirme sola
en aquellas noches interminables.

De repente éramos dos en un mismo cuerpo
amándonos mutuamente
y mis manos, sin tocarte, te acariciaban.

Te quise tantísimo
que aquella mañana
parte de mí se fue contigo.

Y no regresaría más,
pues en el Universo desde entonces
brillas con el pedacito que de mí te llevaste.

Te quise tantísimo
que no pude sentirme más sola
que cuando te marchaste.



Siempre te quiero.
Siempre estás conmigo.
Mamá te recuerda siempre.


lunes, 6 de noviembre de 2017

Llantos de noviembre.

Se había puesto encima mío, con la intención de acabar.

Empujaba con frenesí mis adentros y le sentía jadear cada vez más fuerte. Le conocía perfectamente, y sabía cuándo era el momento. Unos segundos antes, de repente, sentí una sensación de congoja que me hizo empezar a llorar. Él no parecía darse cuenta, y mientras seguía embistiéndome y gimiendo, yo lloraba con los labios apretados, sin saber por qué. Juro que no lo sabía, ni lo sé a día de hoy. Pero no quiero adelantarme.

Se corrió. Salió de mi interior y, sin mirarme tan siquiera a la cara, se sentó por su lado de la cama mientras miraba al suelo en busca de sus calzoncillos. Yo seguía llorando, pero no quería que él se diera cuenta. Así que me incorporé despacio cerrando con cuidado las piernas, pues los abductores me dolían. Me fui al baño con la ropa en la mano; ropa que fui encontrando por el suelo. Allí me vestí y me miré al espejo. Tenía los ojos hinchados y aún caían lágrimas por mi rostro. "Puta asquerosa", me dije mirándome a los ojos. Sentía una especie de furia entremezclada con vergüenza, y apenas podía sostenerme la mirada a mí misma frente al espejo. Me lavé el rostro y decidí pintarme los labios antes de salir del baño.

En la sala cogí mi mochila y me dirigí al dormitorio para despedirme de David. Le vi de espaldas en la terraza, fumando un cigarro en calzoncillos, y decidí marcharme sin decir nada y sin hacer ruido. Poco importaba una despedida en aquél momento.

Caminé casi un kilómetro hasta la parada de autobús y allí esperé cinco minutos hasta subir a mi línea. En el camino me había dado cuenta de que no me había aseado mis partes íntimas después del sexo, y tenía una sensación más que desagradable entre las piernas, y notaba el olor traspasar los pantalones. Deseaba que nadie se diese cuenta de ello. El autobús iba bastante concurrido de gente, pero aún quedaba dos o tres pares de asientos libres, así que escogí el que más al fondo estaba, y me senté junto a la ventanilla. Percibí que una señora mayor me miraba con repugnancia desde el lado opuesto, y pensé que quizás me había olido. Sentí vergüenza y frustración. De repente quise llorar otra vez. Saqué de mi mochila las gafas de sol, aunque el día estaba más bien nublado, y me las puse para llorar tras ellas. Cinco o seis paradas más alante, subió un hombre que decidió sentarse a mi lado. No le puse demasiada atención pero, de repente me dí cuenta de que me miraba por encima del hombro. "Joder, no...", pensé. "Me está oliendo. Está oliéndome". Cerré mis piernas aún más, apretándolas lo máximo posible, para intentar que el olor escapase.

A la par, trataba de disimular que lloraba, y no veía el momento de llegar a casa. El señor no dejaba de mirarme y, de repente, incorporó un poco su pelvis e introdujo la mano en su bolsillo derecho. Yo le miraba de reojo tras las gafas. Sacó un pañuelo de tela, impolutamente doblado, y me lo ofreció. Lo cogí, y vi que tenía bordadas unas iniciales. "A.B.". Le dí las gracias y me sequé las lágrimas. Él no dijo nada y se limitó a mirar hacia adelante todo el trayecto hasta que, tras unas paradas más, tras dedicarme una sonrisa al levantarse del asiento, se bajó del autobús.

Miré el pañuelo. "Debí habérselo devuelto".

Llegué a casa quince minutos después. Ya había empezado a anochecer. Saludé a mi perro y me dirigí al cuarto de baño, desropándome por el camino. Las bragas estaban empapadas. Llené la bañera e incorporé un trozo de bomba de espumas de olor a frutos del bosque. El agua en la bañera se tiñó de azul.  Encendí unas velas y apagué la luz.

La sensación del agua caliente envolviendo mi cuerpo era casi más placentera que el sexo de hacía unas horas. De repente me acordé de David. Ni siquiera me había mandado un mensaje desde que me marché de su casa. ¿Qué podía esperar? Al fin y al cabo, no éramos nada. Sólo follábamos de vez en cuando y discutíamos alguna vez. A veces las discusiones eran mejores que el sexo. A veces iban ambas cosas juntas. "¿Qué más da?", pensé. Y pasé mis manos por mis brazos, frotándolos suavemente. Me sentía un poco menos sucia ahora que no olía a sexo. Las palabras de mi abuela resonaban una y otra vez en mi cabeza... "Una mujer se hace respetar". Si estuviera viva y supiese lo que estoy haciendo, probablemente me diría que soy una zorra. Y no le quitaría la razón.

Pensaba en David, en que quizás él también tenía sus demonios. Pensaba en el hombre del pañuelo, en "A.B.". Pensaba en la señora que me miraba con desaprobación. Pensaba en mi propio reflejo en aquél cuarto de baño deprimente. Y decidí sumergirme y despejar mis pensamientos. Mi perro me miraba desde la puerta del baño con expresión impasible. Empezó a llover, y en la vidriera de la ventana se veían escurrir las gotas.

Me sequé y me vestí con un pijama raído al que tenía mucho cariño. Recogí la ropa que había ido dejando por el suelo, decidiendo firmemente tirar las bragas a la basura. Tal cual estaban. Me dirigí a la nevera y cogí una cerveza, lo cual no iba acorde en absoluto con el ambiente frío que hacía, pero me daba igual. Me apetecía. Me senté en el sofá, junto a mi perro y, mientras pegaba el primer "buche" a la botella, encendí el televisor.

Mi teléfono seguía sin tener notificaciones. Y decidí que, por esa noche, me diese igual.


lunes, 2 de octubre de 2017

«🖤»

Hacen falta tantos corazones a día de hoy, que voy yo y me los invento.

«La batata romántica». J.A.
 
Hoy sólo me apetece pasarme a compartir una foto, bajo un profundo sentimiento de anhelo. Pensaba hacer una reflexión breve sobre la falta de empatía, no a modo de relato, ni de poema.. sino algo crudo y rasgado. Realidad en forma de palabras. 

Pero creo que ni siquiera es necesario, ya que a día de hoy son pocos los corazones que realmente se llenan amando, y no es necesario que yo os lo diga. Y no me refiero únicamente al plano romántico; sino al respetar y querer a casi cualquier persona. Es algo maravilloso, es algo que pocos hacen. Es algo mágico.

Anoche me dormí triste y hoy de repente, en el "cuarto de las papas", me encontré esta maravillosa batata, a la cual una conocida mía bautizó como "la batata romántica". Los que me conocen saben que trato de buscarle el lado artístico a todo pero esta vez no fue necesario buscar nada. 

¡Menuda cosa bonita! 

La vida está llena de estas pequeñas cosas, y ojalá la mayoría fuera consciente de ellas y capaz de mirarlas con los ojos del alma.

Qué distinto sería todo, si todos quisiéramos.

lunes, 25 de septiembre de 2017

«En canal: Dolor.»

Quién me mandaría a mí a guardar nuestro hilo.

No he tenido peor idea esta noche que abrir nuestra conversación, esa que hace tanto que no se actualiza. Esa que lleva ahí desde el comienzo.

Nos he leído, X.

Nos he leído con lágrimas en los ojos y una congoja insoportable en el pecho;
un nudo en la garganta que no me deja gritarte cuánto te echo de menos;
un nudo en los dedos que no me permite escribirte un mensaje a estas horas de la noche.
Uno que diga las cosas que no me atreví a decir, uno que diga cuánta falta me haces aún a día de hoy.
Uno que responda a las preguntas ocultas entre tus líneas, y que no vi en aquél momento.

Pero sé que ya es tarde, X. Sé que ya soy invisible, sé que ya no formo parte de tu pensamiento.
Sé que me esfumé poco a poco cuando nos alejamos. Pero tú sigues aquí, y esta noche he cometido el error de mirar a los ojos nuestro pasado. Y ahora no quiero vivir así.

No puedo acostumbrarme a vivir en un mundo en el que yo ya no existo para ti.

Ahora tengo el corazón encogido, a punto de explotar. Hoy hago honor a mi nombre.
Más que nunca, y malditos seamos, X.

Opto por la vía cobarde, y te escribo aquí algo que nunca leerás. Y que si lo haces, no sabrás que eres tú. Pues para nada tu nombre es X. Ocho fases lunares atrás te encuentras inerte en mi pensamiento, a cuál más bonita crezca en este otoño.

Cuánto me cuesta dejarte ir,
cuánto me duele aferrarme al pasado.

Y es que no sé qué me dolerá más;
si retener o soltar.

Esta noche me embriaga la tristeza de nuevo y, la nostalgia por tus palabras se hace presente apuñalándome el pecho y gritándome lo imposible de nosotros.

Si tan sólo pudieras dejar de doler.



sábado, 16 de septiembre de 2017

No me beses en la boca.

"Parece mentira que se haya echado a llover de repente de esta manera, y yo tan lejos de un techo", pensé. Cogí mi bolso y lo coloqué estratégicamente sobre mi cabeza mientras caminaba a pasos largos por aquella avenida desamparada. No se veía nada, entre lo gris del día y la cortina de agua que envolvía el espacio. Los coches pasaban sin cuidado por la carretera y, más de uno me bañó completa. De repente, escuché que un coche se paró a mi lado e hizo sonar el claxon. Me giré y, tras entornar los ojos y poner mi mano a modo de visera playera, conseguí divisar el vehículo de Roberto. Corrí hacia él y me subí, advirtiéndole enseguida que le iba a mojar todo el asiento, pues estaba entera para torcer y tender. Él rió y bromeando me dijo que entonces bajara. Acto seguido, se reincorporó al carril.


-¿A dónde ibas con este tiempo, alma de cántaro?

-Cuando salí de casa no había una nube en el cielo. Acabo de salir de una entrevista, y daba un paseo antes de tomar el bus para ir a casa, y ya ves. En medio del paseo empezó el diluvio.

-Pobre Antonieta... -dijo en tono burlón.

-¡No me llames así!- dije intentando parecer molesta bajo una sonrisa de oreja a oreja y le daba una palma inofensiva en el muslo.

-Vale, Toni. Estamos casi llegando a mi casa, te quedas a comer, te dejo alguna muda mía, y luego te alcanzo a tu casa. ¿Te parece?

-Me has hecho el plan del día, ¡menos mal!, porque no tenía ninguno.- Dije sarcástica.

-Tengo lasaña para comer...


Ambos reímos. Roberto era mayor que yo, y aunque no teníamos una amistad como tal, sí que nos llevábamos muy bien y siempre había complicidad entre nosotros. Me gustaba su compañía, me relajaba.


No tardamos en llegar a su piso. Roberto aparcó el coche y ambos salimos, a la cuenta de tres, corriendo de él hacia el portal del edificio. Su casa desprendía un olor fresco y era más luminosa de lo que había imaginado. Me quedé en el recibidor para no mojar más de la cuenta el suelo. Me descalcé, vi que tenía arrugados incluso los dedos de los pies y eché a reír. Me saqué el abrigo y recogí mi pelo en un bollo alto desenfadado, de estos que me hago a diario para estar por casa. Roberto apareció por el pasillo con una camiseta azul y un pantalón corto de deporte.


-No tengo pantalones que te valgan bien, esto es lo único que tengo.

-Está bien, no te preocupes.


Cogí las prendas y me fui al cuarto de baño para cambiarme. Dudé si la camiseta me serviría, pues él era más delgado que yo. Bastante más, diría. Finalmente tras luchar un poco, entré en la ropa. Aunque quedé marcada por todas partes debido a lo apretada que me quedaba. Salí sonrojada y escuché tenue música en el salón. Caminé descalza en silencio, escuchando la música en busca de Roberto. Reconocía la canción; me encantaba. "No me beses en la boca", de Kutxi Romero. Finalmente a mano izquierda encontré la cocina y allí estaba de espaldas él, mirando dos botellas de vino. Me apoyé en el marco de la puerta y puse mi mano en la cintura.


-¿Buscas el más barato?


Roberto se asustó y dio un brinco que luego trató de disimular. Sonrió.


-Claro, ¿crees acaso que voy a abrir un vino caro para ti? -se paró a mirarme de arriba a abajo y puntualizó-; no parece mi ropa en ti. Ni pareces tú. -Levantó ambas botellas- ¿tinto o blanco?

-Tinto. Pero no es necesario que...

-Eres de las mías.- Interrumpió mientras sacaba dos copas y se dirigía con todo al salón. - Aún es temprano para almorzar, vente para "acá".


Nos sentamos en el sofá, con la música de fondo y la voz rota de Kutxi nos hacía los ecos llenando los espacios en los que dejábamos de hablar para beber o para mirarnos.


Allí sentada a su lado, con su ropa, con su vino, con una música que ahora sería suya también, de repente por un segundo, también me sentí de él. Tenía la sensación de que quería rozarme, de que quería acercarse a mí y besarme mientras sostenía mi rostro en su mano libre.  Me sorprendí a mí misma deseando que lo hiciese.


jueves, 14 de septiembre de 2017

Si lo entendieras.

Si lo entendieras... 

Si no hiciese falta rozarte los dedos de manera despistada, 
o agarrarte el rostro entre mis manos mientras mi mirada no para quieta por tu cara. 

Si no hiciese falta besarte en cada pestañeo que te dedico, 
o susurrarte al oído mis más sentidos deseos contigo. 

Si no hiciese falta disimularlo, 
si no hiciese falta hacerse viejo para llevar ventaja. 

Si entendieras cuánto eres, cuánto significas para mí. Si lo supieras... 

Si supieras que tu mirada es un océano repleto de sueños por soñar 
y de anhelos que ahora son alcanzables. 

Si supieras que ansío sumergirme contigo en el caos de tu existir. 
Si supieras que quiero existir contigo, porque sin ti ya nada tiene sentido para mí. 

Eres mi salvavidas.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Tomemos algo.

El aleteo constante de un alma viviente
traspasa los ecos de la distancia
con decisión y savia.

Que nada se viene solo
a este nido de ruinas
sin un aire de esperanza.

Y una vez aquí
hay que plantarse, denodado,
con certezas claras.

Y está la parte no tan buena,
que es la que te contarán sinceros
los ojos tristes que aquí te encuentres.


viernes, 25 de agosto de 2017

«En canal: El miedo».

Nunca me declaré más humana que cuando descubrí el sentimiento del Miedo.

Se paró ante mí desafiante, con su mirada fija en mis ojos y no esbozaba resquicio alguno de sonrisa en su cara. Sin resonar ni una sola palabra entre nosotros, ató su mano a la mía y pegó su cuerpo al mío.

Levanté la vista; ya frente a mí sólo quedaban pasillos luminosos, salas de espera vacías y un hilo negro que, anudado desde mi cintura hasta algún destino inalcanzable a mis ojos, tiraba de mí hacia aquél interior al que no quería llegar. A mi lado caminaba el Miedo, y yo sabía que pretendía quedarse.

De repente estoy en mi cuarto, en mi cama. Tumbada junto a él. Me mira y sabe lo que pienso, sabe que me duele. Sabe que el dolor cada vez es más fuerte, y las fuerzas son mínimas. Sabe que pienso que me muero. Sabe que la incertidumbre me mata, y ahí está él. El Miedo. No puedo encoger mis piernas, ni estirarlas tampoco sin obtener dolor por la presión. Hay algo dentro. Lo siento, lo noto.
Siento que me quiebro en cada movimiento.

«¡Ayúdame!», grito para mis adentros a cualquier ser del más allá, o a cualquier Poder Supremo que quiera escucharme. Y lo hago en silencio, para no preocupar a quien no puede hacer nada por mí. Es en este momento en el cual me doy cuenta de lo hipócrita que es el ser humano que no cree en Dios, salvo cuando necesita creer que alguien podría ayudarle. Salvo cuando necesita no sentirse sola, aterrorizada, e inmóvil.

Los días de espera son tan largos para mí como larga es la lista de desilusiones de mi vida. ¿Tendrá eso algo que ver? Seguro que sí.

Me acurruco finalmente en su pecho y lloro, la congoja se apodera de mí mientras él me abraza como si me protegiese, y acaricia mientras mi cabeza y le escucho susurrar. Pero no tiene voz. Sin embargo me lo repite, una y otra, y otra vez...

«Te mueres».

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domingo, 6 de agosto de 2017

Ir y venir.

Vienes y vas.
Fluyes cual corriente en mi hondura.
Sollozamos porque está mal,
pero seguimos.
Vienes y vas.
Y la humedad emana entre nosotros.
Somos recipientes llenos de deseo.
Somos flores que se abren
y capullos que se contraen.
Vienes y vas.
Y somos dos culpables que irán al infierno.
E iremos empapados
de sudor y culpa.
Vienes y vas.
Y no debemos, pero sigue.
Sigue hiendo y viniendo
que yo te dejo, que yo quiero ir al infierno.
Vienes y vas.
Y en un último aliento, llegas.
Y con ello, la sensatez del después.

miércoles, 26 de julio de 2017

Pulso.

Se desliza por mi piel un rugido.
Mis palmas acarician mi cuerpo en dirección opuesta,
con mis brazos cruzados en mi pecho trato de detenerlo.
Pero él corre más que yo.

Toda mi materia se refleja desnuda en un espejo
en la penumbra de una madrugada que parece ser cualquiera
pero no lo es. Los relámpagos me iluminan por instantes,
sólo cuando quieren verme.

El bramido de los truenos se acopla con el que me recorre
y juntos hacen de mí huracán.

La silueta de las gotas de lluvia en la ventana
traspasan hasta el interior
pintando mi pared de movimiento.

Levanto la vista y miro
desafiante a los ojos que me devuelve el reflejo.

 «¿Quién eres?»

 

jueves, 20 de julio de 2017

Hoy me largo.

Esto no es un relato. Es una vivencia real, escrita por mi persona la noche de hoy, 20 de Julio de 2017 (o, al menos en Canarias sigue siendo este día) mientras me tomo una tila doble con manzanilla, anís, limón y miel. Y lo escribo a modo de desahogue, nada de qué asustarse. Aviso de vocabulario soez.


Estoy en casa tras un día agotador, me paro a pensar que mañana es mi día libre, y que por lo pronto tengo un plan médico por la mañana, nada apetecible, pero totalmente necesario, pues mi salud no está muy bien desde hace tiempo, pero bueno. Nada de dramas, aún no me muero.

Lo cierto es que sólo hay una persona que me pregunta por mi salud, y esa persona apenas me pide un favor al mes. Luego están las personas con las que hablo poco y apenas. Y luego están los que no son capaces de preguntar cómo estoy, cómo llevo lo mío, cómo me va la vida, pero me hablan (últimamente demasiado seguido para mi gusto, por cierto), para pedirme favores. Favores en los que invertir mi tan menospreciado tiempo a cambio de nada. Y ya no hablo de nada en cuestión de dinero (que oye, que los favores que me piden los hace gente cobrando, pero bueno, obviemos eso también), hablo de una cuestión moral.

¿Dónde quedaron aquellos "hola, ¿cómo estás?" sin estar seguidos de una intención totalmente distinta a saber de mí? Llevo tiempo observando, dando sin recibir, y callando. Y lo curioso de hoy, es que tras mi día agotador, me llegó un mensaje misterioso por la tarde de alguien que sólo me habla y se muestra amable cuando quiere algo (gratis) de mí. Tardó dos horas únicamente después de ese mensaje en marcar mi número, cuatro veces. Ninguna de ellas respondí. De repente he empezado a notar dentro de mí una sensación de malestar, de incomodidad con la situación y de culpa. ¡Soy culpable de no estar a los pies de los demás siempre! ¡Qué mala persona, por favor! ¡Mátenme ya, no merezco ni el aire que malamente respiro! (momento drama queen total, discúlpenme por la emoción).

¡Coño! -y perdónenme ustedes mi malhabladuría, pero la situación y yo lo merecemos.- Llevo una temporada de perros, y aunque no me quejo a nadie porque no soy de esa clase de personas (por norma general), sí que es cierto que muchísima gente es consciente de mi situación en cuanto a la salud y al año de mierda -perdón- que llevo. En el que casi pierdo a mis dos abuelos, he tenido a mi tío apunto de morir también hace tan sólo mes y medio, perdí de repente a un ser muy querido para mí, mi perro casi muere, he sufrido acoso por parte de una compañera, he tenido un gran fracaso laboral, problemas de pareja, problemas con la salud y muchísima soledad, porque nunca me había sentido tan sola. ¡Joder! ¡Qué egoísta soy por estar hasta los ovarios! ¡Qué desconsiderada! ¿Cómo se me pasa por la mente que merezco que alguien me haya tenido en puta consideración y tan siquiera me haya preguntado cómo voy de salud mental? (Que también está jodida, ¡como para no!)


Pues estoy harta. Hoy me largo.

Y no me largo literal, porque no puedo.
Pero me largo de esto, del sentirme mal conmigo misma
por creerme no merecedora de rechazar ser la muleta de otros.
Que yo soy Alguien. Que tengo nombre.
Que tengo vida.
Que soy LIBRE.

Que no es mi culpa que otros me llamen egoísta
por considerar mi tiempo algo importante
y no resolver sus papeletas cuando lo necesitan.
Que ya estoy cansada de que me traten como nada
el tiempo restante al que me necesitan.

No señores, yo soy alguien.
Alguien que intenta vivir en paz con los demás,
alguien que se come su propia mierda,
alguien que no se desahoga a menudo por no molestar,
porque claro, no voy a gastar el tiempo y energías de otra persona
sólo por mi egoísmo de querer hablar de lo que me está pasando.

Soy una MUJER que es LIBRE,
que vale más que gratis.  Que vale más que nada.
Que vale más que "tú tienes tiempo".
Y de verdad, no es que no quiera a toda esa gente,
pero no se trata de querer o no quererles a ellos.
Se trata de quererme yo,
que he sido incapaz de negarme a la prepotencia de los demás
sobre mi persona, mi vida y mi tiempo.

Me largo.
A buscar sólo a quien merece que le busque,
a encontrarme.
A responder con el mismo amor que recibo,
y a recibir lo mismo que doy.
¡Qué distinto va a ser ahora que me tengo!
Que me he agarrado de la mano y he echado a andar.
Los remordimientos injustos no me caben en la mochila,
lo siento. Os quedáis ahí.

Marcho a cuidarme-egoístamente-.


domingo, 16 de julio de 2017

Realidad.

Hizo un camino el triple de largo simplemente para no encontrarse con él. Los tacones la mataban, pero aún así era indispensable que le evitase por todos los medios. No podía reencontrarse con aquella mirada de culpabilidad otra vez, sobre todo sabiendo que la había engañado a propósito. Qué hijo de puta. Después de todos esos meses de amor irracional, de aventuras esporádicas en moteles puntuales, de pocas citas que incluyesen comidas en lugares públicos, de mucho cine, de tanto mimo... al final resultaba que estaba casado desde hacía algo más de doce años. Tenía una hija y otro retoño en camino. Y de todo se había enterado de pura casualidad. En cuanto tuvo la oportunidad le exigió la verdad sin pronunciar palabra. Minutos después se arrepintió de habérsela pedido. Qué ridícula era ahora ante aquellos ojos azules. Se sentía realmente desnuda, humillada y utilizada.

Él lloró como un niño, rogándole perdón. Pero ella se había limitado a darse la vuelta e intentar salir caminando en vez de echar a correr, para evitar perder la poca dignidad que le habían dejado. A partir de ese momento, no contestó ni uno de los cientos de mensajes recibidos por parte de aquél hombre que había creído conocer. Ni por supuesto contestó una sola de las llamadas. Los primeros días se veía obligada a esconderse de la gente cuando su móvil sonaba, pues las lágrimas bailaban libres por su cara cuando leía su nombre en la pantalla. Ahora ya no, simplemente dolía.

El resentimiento no dejaba ya paso al llanto. Pero seguía sin querer encontrarse con él, y si lo veía de lejos, hacía lo imposible porque él no la viese. Coincidían en un mismo edificio por mera obligación, así que no podía evitar sentirse vulnerable ante la posibilidad de cruzarse con él por uno de los pasillos.


Todo empezó con unas miradas inocentes bajo unas largas y densas pestañas, y alguna que otra media sonrisa. Luego los acercamientos se hicieron más frecuentes y el tacto de los dedos se cruzaba con alguna parte de su cuerpo en algún momento en el que se intercambiaban algún documento: Todo empezó siendo un juego. Una noche, al llegar a casa, ella recibió un mensaje de un número desconocido. "Quiero verte". Él había conseguido su número a través de su ficha y parecía dispuesto a ir más allá del flirteo de miradas y sonrisas. Quedaron dos días después, un sábado. Él la había invitado a cenar pero no le había dicho lugar, así que ella no sabía cómo de formal debía vestirse. Finalmente optó por un vestido negro por las rodillas, unas cuñas negras y un labial rojo. Se miraba al espejo y se reía sonrojada, se sentía sexy, se veía mujer. Llevaba la mano a su boca en muestra de timidez ante su propio reflejo mientras sonreía mirándose de reojo. Esperaba no ser demasiado evidente con su arreglo, y a la par deseaba ser deseada.

Él pasó a buscarla, y le costó contener su impulso para besarla en los labios cuando la saludó. Él vestía una camisa azul de botones y un vaquero muy oscuro. Aquellos ojos que la miraban entornados pero radiantes de deseo la volvían loca. Aparcaron el coche y se encaminaron a un restaurante a pie de playa que tenía un aspecto bohemio y de lo más agradable. En la terraza habían unos músicos que tenían un estilo muy peculiar, nada estridente, algo que permitía charlar a las personas que estaban disfrutando de una velada en el lugar. Él pidió una mesa en la terraza y, en lo que esperaban a que el camarero se la preparara, ella sintió el impulso de preguntarle si estaba casado. Sabía que esa pregunta arruinaba un poco el momento, pero ella creía necesario saberlo antes de continuar con lo que parecía avecinarse. Él la miró sorprendido por la repentina pregunta y rápidamente respondió que no,  le dijo que era soltero. Ella suspiró aliviada y se dejó llevar el resto de la noche. Fueron unas horas magníficas en las que ambos lo pasaron genial, primero cenando, luego dando un paseo, luego en casa de ella haciendo el amor en el sofá, y luego en la cocina. Aún así él no pasó la noche, se marchó a casa en mitad de la noche y le dijo que la vería el lunes.

Pasaron meses llevando una relación a escondidas del mundo, viviendo como adolescentes una historia tórrida de amor que parecía sacada de película. Mantenían lo suyo en secreto por la situación en la que estaban, y porque la diferencia de edad era bastante notable. Habían acordado en que cuando ella cambiara de oficina, ya que era temporal en aquél lugar, podrían mantener una relación sin ocultarse de nadie y así evitarían todo el trajín que conllevaría que todo el mundo se enterase en aquél momento de que ellos estaban juntos.

Casi siempre se veían en casa de ella, o en algún hotel, y ya muy pocas veces salían a lugares públicos. Ella le preguntó en una ocasión que por qué no iban a su casa nunca y él le explicó que vivía con dos compañeros de piso y que en su casa siempre había gente. Eso a ella le sonó extraño, pero se adaptó a la idea. Supongo que el enamoramiento a veces hace a las personas cegarse por completo. Se comunicaban vía Whatsapp cada noche, aunque a veces él dejaba de responder sin más. Se enfadaron otras tantas veces por lo dificultoso que resultaba vivir algo tan intenso a escondidas de la gente, pero siempre se reconciliaban. También intensamente.

La única persona que sabía de la historia, era la mejor amiga de ella. Había sido su confidente desde el principio y, aunque todo le pareció una locura al comienzo, ahora aceptaba la locura al ver tan feliz a su amiga y la apoyaba fielmente.

Un día tras el trabajo, ella recibió un mensaje mientras almorzaba. Él le preguntaba si saldría esa tarde, o si tenía algún otro plan. Ella le contestó que no, que se quedaría en casa adelantando unos informes que tenía que entregar la próxima semana. Sin embargo, su amiga la llamó a media tarde y le pidió que la acompañase al centro comercial, y sin dudarlo aceptó la propuesta. Se preparó un café mientras se vestía y maquillaba, lo tomó, y se fue.Visitaron varias tiendas y se disponían a ir a alguna de las terrazas del centro comercial para tomar algo después de las compras. Estaba atardeciendo y el mar se veía precioso desde allí. De repente, su amiga se quedó parada mirando al frente. Ella miró hacia donde su amiga dirigía la vista y se quedó perpleja. El hombre con el que llevaba casi un año saliendo a escondidas estaba allí, paseando de la mano de una mujer embarazada y de una niña de unos ocho años. Él debió notar que le miraban, quizás como esa sensación en la que el vello del cuello se eriza y te recorre un ligero escalofrío. Se giró hacia donde estaba la chica, y su rostro se quedó pálido. Parecieron pasar horas entre esa mirada, pero lo cierto es que sólo fueron segundos en los que el tiempo parecía no transcurrir. Él disimuló y siguió caminando junto a su mujer. Ella, sin mirar a su amiga se dio la vuelta y se encaminó hacia los baños, seguida por atónita amiga. No lloraba, no podía. Se sentó en la taza con las manos en la cara, con la mirada perdida y se sorprendió a sí misma por no haber roto en cólera.

Al llegar a casa ya era de noche. Se despidió de su amiga, conmovida en la puerta de su casa. Ella se dio una ducha y se puso sólo una camiseta vieja y una braga que nada tenía de interesante. Se hizo un moño alto y se tumbó en la cama tras haber sacado su móvil del bolso. Se acurrucó de lado y desbloqueó el aparato, que le chivaba que tenía más de diez mensajes de este señor, y cuatro llamadas perdidas también suyas. Tenía mensajes de varios chats de grupo en los que estaba y, por supuesto también tenía un mensaje de su amiga diciéndole cuánto la quería y que, podía contar con ella en todo momento. Esto hizo estallar en lágrimas a nuestra protagonista, que sólo había decidido abrir el mensaje de su amiga e ignorar los demás, y pensaba para sus adentros que ya sabía que podía contar con ella, que siempre había sido así.

Se quedó dormida agotaba de tanto llorar y se desveló varias veces tras el sonido del teléfono al sonar, pero hizo caso omiso, pues sabía que era él.

Los días siguientes estuvieron llenos de intentos por parte de él de hablar en la oficina, y de huídas de ella, pues no quería hablar con él ni se sentía preparada para hacerlo. Al fin y al cabo la realidad estaba clara; ella era la amante. La habían convertido sin ella saberlo, en la mala de la historia, en la que se mete por medio de una familia para romperla. ¿Qué más daba que ella fuese o no consciente de todo aquello? Eso era lo que ella era ahora. La clase de persona que siempre había detestado.

Unas semanas después ella decidió ir a su despacho, pues no quería verle fuera de allí. Y a riesgo de que alguien les descubriera hablando de aquello, entró en el habitáculo y cerró la puerta, quedándose parada frente a su mesa, de pie. Él tardó unos segundos en reaccionar. Se puso de pie y se acercó a ella sin intención de tocarla, y se limitó a pedirle perdón y a excusarse con que su matrimonio estaba mal desde hacía tiempo, y que él se sentía solo y deprimido. Que su mujer y él decidieron tener otro hijo a pesar de esa circunstancia en un intento de salir de su monotonía y resurgir en el amor. Sus ojos estaban llenos de lágrimas mientras hablaba con su voz ronca. Sin embargo le admitió haberse enamorado de ella y le juró que ella nunca fue un juego para él, que realmente la quería. Ella no pudo pronunciar palabra, sabía que había cometido un error al entrar en esa habitación con él, a escuchar lo que ya se imaginaba que él iba a decir. Se sentía derrotada, ridícula, así que se dio media vuelta y salió de allí antes de que sus ojos decidieran empezar a llorar, otra vez.

Los meses siguientes estuvieron llenos de mensajes sin responder y de miradas de culpa por los pasillos. Un día ella recibió una llamada que le anunciaba que su solicitud para cambiar de lugar de trabajo y trasladarse a otro centro de oficinas estaba aprobada. Por un instante se llenó de alegría y al momento, de nostalgia. Sabía que era lo mejor y que realmente era lo que quería, pues alejarse de él era lo que necesitaba. Su amiga vino a cenar a casa para celebrarlo y le trajo unas cajas para que recogiese sus cosas al día siguiente de su gabinete. Ella había sido su paño de lágrimas durante esos meses y le estaba tan agradecida por todo que no le cabía el amor en el pecho. Estaban tan exultantes esa noche que incluso planearon un viaje juntas para las próximas vacaciones.

Al día siguiente, con dos cajas llenas de cosas, una en cada brazo, se despidió de su jefe y sus compañeros y, al pasar por el pasillo se detuvo durante un instante al lado de la puerta de aquél hombre al que tanto quería y con el que tan enfadada seguía. Supuso que en el fondo aún seguía deseando que él saliera a abrazarla y a decirle que la amaba, y que no existía ninguna mujer, ni ningún hijo, que eran su hermana y su sobrina, o cualquier otra historia que les hiciera estar juntos para siempre. Segundos más tarde, suspiró, sonrió levemente y siguió de largo, sabiendo que eso no iba a ocurrir.

La nueva oficina estaba muy bien. Era más luminosa puesto que tenía unos enormes ventanales que daban vista al mar. El lugar era más fresco, y se respiraba compañerismo y tranquilidad.


lunes, 10 de julio de 2017

Toledo.

No te apagues nunca.
Se me parte el alma cuando miro a tus ojos, y ya no te encuentro.
Cuando trato de ver en ellos lo profundo de mis raíces.
Por favor, no te vayas aún.


domingo, 2 de julio de 2017

Animales.


Nos dejamos caer por ese precipicio de lo prohibido, de lo penado, de lo anhelado. De repente es alcanzable la posibilidad de hacernos uno, tú y yo. Nuestros cuerpos se entrelazan y nuestra piel se mezcla cual lluvia en la arena, y sudamos ansia el uno por el otro. En este momento sólo comprendo que no hay nada más importante que dejarnos llevar por la voracidad animal que hemos liberado. Somos salvajes, de pronto somos magia. Me dejo resbalar por tu torso mojado y te encuentro encendido. Te beso y te devoro, porque este es el momento que importa. Esto es lo que quiero, aquí y ahora. La ceguera es dueña de nosotros pero no llevamos vendas que tapen nuestros ojos. No estamos reprimidos y olvidamos las normas que nos impedían ser animales. Disfrutamos de ser uno, de despojarnos del civismo, nos dejamos ser raza. Nuestras manos curiosas peregrinan por nuestros mojados recovecos y caminos de piel. Nuestros labios no besan; comen. Te hundes en mí mientras mis uñas se clavan en tu espalda, y nuestros gemidos inundan el lugar, acompasados por el furor que nos embriaga. Sólo existimos tú y yo, dos bestias en celo, desatadas llenando el tiempo de placer, a escondidas del mundo, sin echarlo de menos. Tu cuello es un paradisíaco caudal que no dejaría nunca de lamer. Sólo deseo llenarme de ti.


viernes, 30 de junio de 2017

El diario.

 
Edward Hopper, «Habitación de hotel», 1931


«Querida Claudia,

 cuando leas este diario, ya me habré marchado. De una forma u otra, ya no formaré parte de tu mundo. 

Quiero que sepas que te había visto antes de conocerte. Solías acostarte bajo los olmos del parque con tu perro, cada día con un vestido nuevo, pero sin brillo en los ojos.

Fueron muchas tardes las que pasé observándote, indeciso a acercarme a ti. Pero un día ocurrió, y juro que fue un accidente. 

Tu perro echó a correr como loco, y tú intentabas alcanzarlo. Tras correr frenético tras él por todo el parque logré atraparlo, y ahí fue. Ese fue nuestro primer encuentro; donde empezaría todo. 

Estúpido de mí que luego no supe articular palabra cuando te tuve delante. Cuando pude presentarme, tartamudeé tanto que ni siquiera parecía que hablásemos el mismo lenguaje, ¿te acuerdas? Reías, y cómplice, me invitaste a un café para compensarme por atrapar a Cuco. 

Después de cuatro citas, llegó nuestro primer beso. Frío y con sabor a helado de menta, en aquellas gradas que miraban al mar. Bromeábamos sobre el sombrero que llevabas - que aún sigo diciendo que es lo más horrible que he visto en mi vida-, y en medio de una de tus carcajadas, te robé el primer beso, de muchos que vendrían después.

Tan sólo un año después nos casamos, y te recuerdo aquél día como la mujer más radiante del mundo. Sofía llegó tan sólo un año después, y dos años más tarde, Alex. Gracias cariño, por nuestros dos tesoros. Ahora que Sofía ha terminado el instituto, insístele en que persiga sus sueños, que estudie lo que realmente le apasiona. Y con Alex ten paciencia, sólo es una edad difícil que terminará pasando, como todo.

Todos decían que vivíamos rápido, y a día de hoy, mientras te escribo estas líneas pienso "menos mal que no dejamos nunca de ser dos locos con prisa". 

Has sido la esposa perfecta, y una madre aún mejor. No hemos tenido una trayectoria impecable a pesar de todo, ¿verdad? Ambos nos hemos gritado mucho, y hemos dormido en camas separadas alguna que otra vez. Sin embargo, ¡tremendas han sido las reconciliaciones! Gracias por todo eso. Por lo bueno y por lo malo, por todo lo que no nos dejamos atrás. 

Por desgracia, no vamos a tener tiempo de vernos envejecer, pero habrá que conformarse con lo vivido sin menospreciarlo en absoluto. Jamás cambiaría nada de todo esto. Desde hace ya un año, esta maldita enfermedad se ha apoderado de este cuerpo que ahora es vulnerable. Me has visto cambiar y debilitarme, y has visto desaparecer poco a poco a aquél hombre que corría desesperado tras un perro que no era suyo. Ya casi no me mantengo en pie, pero aún mis manos responden bien. Así que te escribo para darte las gracias, y para decirte que eres el amor de mi vida. Y que espero que algún día te vuelvas a enamorar de un hombre bueno, que os quiera y os respete en todo momento.

Doy gracias al Universo por haberte puesto en mi camino, y perdóname por no poder decirte todo esto mirándote a los ojos. Ya sabes que las despedidas no son lo mío.

Siempre tuyo,
Jack.»

Claudia permaneció sentada, con la mirada perdida sobre aquél diario que, en secreto, su difunto marido le había dejado escondido en un cajón. 

lunes, 26 de junio de 2017

Cosiendo los retales.

¿Conoces esa sensación?

De estar sumergido en el silencio, mientras te abraza una agradable sensación de melancolía.

Un refugio agónico constante que te impide salir, pero que al mismo tiempo, no te hace desear escapar hacia ninguna parte.

Estás aquí y ahora, respirando tristeza mientras sonríes, ¿no te dice algo eso?
Igual te gusta sufrir.
Pero a esto, otros lo llamamos arte.

Y quiero quedarme con eso, con las noches a solas en rincones con encanto,
con la soledad o a veces, con la compañía de algún gato callejero que viene también a este lugar,
a dejarse ser.

Elijo deleitarme con el único sonido del agua brotar,
de las hojas rodando por el suelo en cuanto una leve brisa las guía hacia ningún lugar.
Elijo seguir sufriéndote en silencio mientras me quede corazón para amar.

Por las noches en soledad que también merecen la pena ser vividas.


sábado, 24 de junio de 2017

Tiempo.

El sonido provino sin lugar a dudas del fondo de la cabaña. Al final del pasillo estaba situado un pequeño habitáculo donde descansaba un simple escritorio de madera y una estantería llena de libros viejos, estropeados por el paso del tiempo y por la humedad constante de aquél lugar.

El viejo Joe había vivido casi toda la vida en aquél lugar. Siempre se había considerado un hombre asocial, al que sólo le agradaba la compañía de sus gatos y, muy de vez en cuando, se dejaba ver con un viejo compañero de guerra para tomar un ron caliente en el bar del pueblo más cercano. Joe no tenía familia propia; jamás se había casado, y no tenía hijos.

Cuando el golpe sonó, el anciano se hallaba sentado en el sofá descansando de la atareada mañana. Había estado despejando la entrada y el pequeño porche de la inmensa cantidad de hojas secas que se habían desprendido de los árboles. También había estado lavando a mano algunas prendas y las había colgado en el interior de la cabaña, pues fuera había empezado a llover.

Uno de los gatos descansaba sobre las piernas del anciano, y al escuchar aquello se sobresaltó y quedó inmóvil mirando al interior del pasillo. Joe, también alarmado, se quedó en silencio unos segundos hasta que decidió levantarse para mirar a ver de qué se trataba. Quitó con cuidado a su gato de su regazo y se levantó despacio, pues sus piernas estaban entumecidas, por el cansancio y la edad. Se dirigió lentamente pero con decisión al pasillo. La habitación del fondo no tenía puerta, así que podía ver claramente el escritorio bajo el ventanal por el cual descendían las gotas de lluvia. Cuando llegó al marco, se detuvo. De repente le llegó un ligero aroma a lavanda que le cautivó por un segundo. Del interior de la habitación provino un golpe seco, como si algo hubiera caído. Joe se adentró con el corazón en un puño y pudo ver su reloj de pulsera tirado en el suelo de la estancia. Había caído boca abajo y Joe temió que se hubiera roto. Se acercó a él y lo tomó en sus manos, no parecía estar averiado, pero había dejado de andar. Miró el reloj de pared y se dio cuenta de que el reloj que tenía en sus manos había dejado de funcionar tan solo unos minutos atrás.

Extrañado se incorporó y sonrió, y dirigiéndose al estante, volvió a colocar el objeto allí. Decidió no hacerse preguntas y se sentó en la silla del escritorio. Sobre éste había una pequeña caja de puros en la que guardaba algunas cartas que había recibido de varios amigos a lo largo de su vida. Abrió la caja y con nostalgia empezó a leer los remitentes. Entre ellas habían varias de Dita, una chica con la que había tenido un breve noviazgo allá por los años cincuenta. La chica se cansó del carácter de Joe, y decidió dejarse cortejar por un caballero apoderado, y médico de renombre. Joe nunca dudó de los sentimientos de Dita hacia su marido, siempre se la vió enamorada. Pero siempre se rumoreó por el pueblo que habían otros intereses tras esa relación.

De repente una suave brisa fría paseó por la nuca del viejo Joe, erizándole el vello. Se giró sobre la silla, y miró desde ella el pasillo. Desde allí empezó a escuchar a sus gatos maullar con agonía. El hombre se levantó de la silla, dejando las cartas regadas sobre el escritorio, y comenzó a andar hacia la pequeña sala. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando miró al sofá y vió a sus dos gatos maullando al lado de su cuerpo, aparentemente dormido. Uno de los gatos, George, comenzó a restregarse sobre el cuerpo de su dueño con la intención de hacerle despertar de aquél viaje eterno.

Joe tardó unos segundos en reaccionar y comprender lo que había ocurrido, aunque por si las moscas, trató de despertar pellizcándose varias veces los brazos, pero no hubo éxito. Sin duda había abandonado su cuerpo para no volver jamás a él. Trató de captar la atención de sus gatos, pero éstos no se percataron de nada. Joe volvió al estudio y se dio cuenta de que las cartas ya no estaban sobre el escritorio, y que la caja se hallaba perfectamente colocada en su sitio, como si él no hubiese estado allí segundos atrás. El reloj seguía sobre el estante. Todo parecía inalterable. El aroma a lavanda apareció de nuevo, esta vez Joe reconoció aquél olor. A su lado apareció tenue una silueta femenina y enseguida el anciano supo que se trataba del olor de su madre. Supo entonces que había venido a por él, pero antes de marcharse, Joe corrió hacia la sala, sin sentir dolor alguno  en sus piernas espectrales. Sintió un gran alivio al comprobar que había dejado provistos de comida y bebida a sus amados felinos. Esta vez, los animales sí se percataron de su presencia, y se observaron durante un rato entre sí. A Joe le apenaba profundamente dejarlos solos, pero confiaba en que alguien notase pronto su ausencia.




» A Charles Dekker le había extrañado que en las últimas dos semanas, su viejo compañero de guerra no respondiese al teléfono ni apareciese por el bar los domingos. La primera semana no pareció extrañarse demasiado, ya que sabía que Joe tenía cambios de humor muy recurrentes y a veces simplemente dejaba de socializar por unos días y le gustaba que le dejasen espacio. Fue después de quince días cuando Charles decidió acercarse a la cabaña de su amigo junto con dos policías pueblerinos que se habían ofrecido a acompañar al anciano. Un fuerte hedor y un sepulcral silencio provenían del interior del lugar. Aporrearon la puerta durante unos minutos, hasta que uno de los agentes decidió forzarla, y ésta abrió. El agente que entró primero hizo señas a su compañero para que impidiese el paso al anciano. El cadáver estaba sentado en el sillón, y parecía llevar bastantes días descomponiéndose. Charles logró entrar tras un forcejeo con el policía. Se echó las manos a la cabeza y acto seguido comenzó a llorar. Uno de los agentes informó por teléfono del  hallazgo a la comisaría, y ellos se encargarían de enviar un forense y avisar a los servicios funerarios. Tras varios minutos de llanto, Charles pareció recordar algo y miró los cuencos vacíos que estaban al pie de la ventana. Con desespero se adentró en la cabaña y empezó a revisar los diferentes espacios hasta que encontró a los gatos en el dormitorio. Ambos echados al pie de la cama, totalmente inmóviles.

Temiéndose lo peor, Charles se agachó y los acarició, dándose cuenta con alivio de que los pequeños cuerpos estaban calientes. Ambos gatos parpadearon débiles y uno de ellos maulló exánime. El anciano los cogió en brazos y les llevó a la cocina, donde les sirvió un poco de agua que bebieron con ansia. Los agentes le preguntaron si quería llevárselos consigo, hasta que revisasen si había alguna orden escrita sobre los gatos después de que su dueño falleciera. Charles asintió convencido de que a su mujer le encantaría la idea. Con los gatos en brazos se dirigió a la puerta y se volvió para mirar a su amigo una última vez. Se secó las lágrimas con la manga de su jersey, y aún con una inmensa congoja en su pecho, se encaminó a casa.

jueves, 1 de junio de 2017

Sólo un texto más sobre ti.

A veces da igual el cómo, el cuánto o el por qué.
Simplemente hay que aceptar que lo que no es, no es.
Da igual cuántas ganas, empeño o buenas intenciones tengas.
A veces la única opción es el silencio, la resignación.
El nuevo camino.

Por más que lo intento no logro hacerme de hierro,
y quizás es eso lo que hace que aún siga escribiendo sobre el dolor.
Le sigo escribiendo a la soledad cada noche,
y añoro con pasión y ferocidad aquellos labios que nunca fueron míos.

Son esos labios a los que canto cada noche
a sabiendas que tengo que borrarlos de mi memoria porque ya
no tienen nada más que darme. Ni una palabra, ni un beso.
Nada. Ni siquiera una sonrisa de esas que me removían por dentro.

A veces da igual cuánto te quiera, cuánto te desee,
cuántas cosas buenas pueda ofrecerte.
Da igual cuántas ganas tenga de mirar el mar contigo,
o de acariciar tu mano, en lugar de agarrarla sin más.

No importa en absoluto cuánta dulzura tenga dentro
guardada para ti. Da igual.
Si es que tú ya ni me ves, si hasta tus ojos te los has llevado.
Y ya no consigo verlos ni en sueños, ni siquiera logro pensarlos.

Y no importa ya si me siento sola, y vacía,
y es que ¿cómo puede alguien sentirse vacía con tanto amor dentro?
Es complejo, lo sé. Quizás por eso te marchaste.
Y quizás por eso te llevaste contigo un saco lleno de esperanza.
Quizás no lograste entenderme, o lo hiciste y te asustaste.

A veces no hay más que aceptar que no existen respuestas,
que nunca voy a saber qué ocurrió, y por qué te llevaste contigo
todo aquello que me hacía feliz. Y convertiste mis rincones favoritos,
mi música favorita, mis aficiones, en cosas que sólo me traen dolor,
porque en todas ellas está ahora tu ausencia.

En todas ellas resuena ahora el eco de tu voz
como si fueses un fantasma que me persigue para atormentarme,
para seguir recordándome que estuviste aquí, y que te marchaste.
Maldito seas tú, y el amor que te guardo.
Y sean malditos todos aquellos momentos que vivimos,
y que se han ido contigo.

Que aún me viene al olfato de repente el olor de tu piel,
y siento en mis manos el tacto de tus dedos.
Maldito sea el instante en el que decidiste que yo no era suficiente,
o que quizás era demasiado.

A veces, como ahora, no me queda opción más que esta.
Escribirle a alguien que no me lee, que no lo hará nunca.
Que está en este momento en algún lugar del mundo
donde no estoy yo. Pero que sigue estando en mi mundo.
A todas horas.


martes, 4 de abril de 2017

Carta a un anónimo. Una carta que necesito escribir.

Hola anónimo,

¿cómo estás? Espero que estés bien, que la vida esté siendo justa contigo. Yo por mi parte, estoy aquí. Mirando mis cicatrices, pero bien en general. No te creas que ha sido fácil sanar algunas cosas. Sobretodo aquellas que ya tenía asimiladas. Aquellas que llevo años jurando y perjurando sobre mí misma, y afirmándolas ante un espejo las pocas veces que conseguía mirarme en él. Aunque nunca lograba encontrarme conmigo misma en esas imágenes que me devolvía triste el espejo. Han sido años de estar desaparecida, y años de ni siquiera buscarme, pues tampoco creía que mereciera la pena. Pero vaya que merecía la pena hacerlo... y aunque he pasado años, miles de noches, de creerme una mierda en esta vida, llegó el momento de darme la mano a mí misma y ayudarme a saberme mejor.

Fueron muchas las noches que pasé dañándome,  y hasta mis días eran oscuros. A mi alrededor no había nadie que me convenciese de que yo valía la pena. Ni siquiera creía a aquellos que me quieren, y llegaba a pensar que no merecía ser querida, y por lo tanto había veces que también dudaba de la certeza de sus palabras.

¿Recuerdas los insultos? Yo sí. Recuerdo cuando me llamabas "gilipollas". Cuando decías que yo no valía nada como mujer, que no me extrañase si algún día te ibas con cualquier otra, porque seguro que cualquiera valía más que yo. Recuerdo cuando decías que no sabías por qué estabas con alguien tan mierda como yo, con alguien que no era ni sería nada en su vida. Y lo que peor llevo de esto en este momento, es recordar que yo te pedía perdón por ser tan poca cosa para ti, y te juraba que trataría de ser mejor para que estuvieses orgulloso de mí, y quisieras estar conmigo. Recuerdo con tristeza a tu madre, quien tantas veces lloró conmigo al teléfono, o sentadas las dos en aquella cocina. Recuerdo pedirte perdón una y otra vez porque te sintieras decepcionado de mí.

Recuerdo cuando me animaste a dejar de estudiar, porque aquello no era para mí. Recuerdo dejar bachillerato a mitad porque te creía cuando me decías que yo en el instituto no hacía nada. Y cuando lo hice, cuando lo dejé, me dijiste que nunca iba a llegar a nada en la vida, porque no tenía nada. Y que tú, sin embargo, tenías ya casi un título de un grado superior para el cual, no sé si te acuerdas, yo te obligué a hacer la matrícula, porque tú habías tirado la toalla. Yo te la rellené, te acompañé a pagar las cuotas y te acompañé a entregarla para cerciorarme de que hacías lo mejor para ti. No te equivocabas del todo al decir que no llegaría a nada en la vida, puesto que no ha sido hasta día de hoy que he decidido hacer algo con ella, y salir del pozo en el que estaba metida. Pero como puedes leer entre líneas, he empezado por sanarme desde adentro. He empezado por sanarte. Por sanar al hombre que entre susurros me humillaba siempre que podía, mientras que a ojos de los demás, era el bueno de la historia.Qué sola me sentí, anónimo. Sola mientras me fustigaba a mí misma por no ser nunca suficiente, o por ser directamente nada. Y ese sentimiento, esa percepción de mí misma, no te creas que desapareció contigo, no. Se está marchando ahora, tras muchos años en los que ya ni siquiera quedaban lágrimas para llorar tanta decepción. Años en los que reemplacé las lágrimas que no llegaban por arañazos y cortes en mi piel, pues era la forma de liberar mi ansiedad. 

Aún así te doy las gracias por la experiencia de casi 3 años de relación que tuvimos. Pues de ella saqué en claro qué es lo que no quiero para mí. Porque aunque me haya llevado años de trabajo personal, ahora afirmo que todo eso no es para mí. Yo no lo merezco. No nos merecíamos en absoluto. Y espero que aquello te sirviese de algo, para no tratar jamás a ninguna otra persona como me trataste a mí.

De ti no echo nada de menos, ni siquiera tu nombre. Sin embargo, quería escribirte para desearte lo mejor. Es el último paso para dejarte ir para siempre. Ya tus palabras han sido extirpadas, y las heridas, cosidas y sanadas. Y espero que por tu parte, hayas sanado también.

Hasta nunca, anónimo.
Eneida.


Detrás.

Vuélvete un segundo
¿acaso no escuchas mis pasos a tus espaldas?
¿No sientes mi aliento desesperado?

Vamos, vuélvete. Estoy aquí.
Mírame por un segundo y quizás así,
a través de mis ojos recuerdes los motivos
que me impiden dejar de seguirte.

jueves, 2 de marzo de 2017

El monstruo que siente y padece.

Se me echan encima las noches sin ti, se me escapan entre los dedos las historias que podríamos vivir para luego contar. Se me escurre tu mirada en mis adentros, como si se derritiera sin remedio. Y yo intento atraparla de nuevo para no perderla ni en mi recuerdo, pero no puedo. Te desdibujas suavemente y mis lágrimas, para colmo, limpian el camino de restos de ti que has dejado en mí. Pero yo no quiero que te vayas, a pesar de que recordarte, más daño me hace que desdibujarte para siempre de mis pensamientos.

Tus manos, perfectas. Podría esbozarlas sin problema de memoria, mientras sonrío e imagino cuánta falta hacen esas manos en el mundo. En mi mundo. Y luego pienso en que también las olvidaré, y que de mi mundo te las estás llevando.

Tu mirada, tan profunda. Con tantas historias que contar sobre tu atormentada vida. Esa mirada que lo cuenta casi todo, y deja un poco para el final. Para el que llegue a descubrirlo. Esa mirada que pide a gritos que le acaricien el corazón. Tu mirada. Una de mis cosas favoritas en este mundo. Esa con la que me paralizas al mirarme, con la que consigues que cada vello de mi cuerpo se erice, con la que me dices tanto, en tan poco. Esa mirada que ahora se desvanece, pues ya no me miras, porque has decidido no hacerlo. Para siempre, y nunca más.

Te veo en un túnel y me imagino corriendo hacia ti, pero tú te alejas cada vez más. Y no puedo alcanzarte, ni siquiera para despedirme de ti, y decirte cuánto te quiero. Porque te alejas, y no dejas de hacerlo. A cada paso que doy hacia ti, más lejos te tengo.

Y aquí estoy en esta madrugada, sabiendo que te vas para no volver, y sin poder hacer nada. ¿Imaginas cómo me siento? Rota, es la palabra.

martes, 28 de febrero de 2017

Seamos otros por un momento, pero siendo nosotros.

Esta madrugada me encuentro aquí,
a lágrima viva mientras te pienso,
llorando por ti, por el mar, por nosotros,
por la putada que somos.
Sin más.

lunes, 20 de febrero de 2017

Auténticos

Me gusta la gente auténtica.

Las personas realmente humanas.

Me gusta la gente que se para en seco para que la lluvia les moje.

Aquella gente a la que el olor de la lluvia, del mar; el olor de la tierra mojada, de las flores, les eriza el vello.

Esa gente que es como un suspiro, que no suena al entrar ni al salir.

Me gusta la gente profunda, que llora al contemplar una pintura, que se emociona al leer, que sonríe de repente cuando un recuerdo llega sin avisar.

Esa gente que se emociona con una canción, con una melodía, o con una mirada.

Adoro a esa gente que se muestra como es, en cada momento, con cualquier persona. Porque son así, auténticos.

Me gusta la gente que se comunica con la mirada y el sutil arqueo de labios, mediante una perfecta sincronía con la otra persona.

Me encanta la gente que no necesita palabras.

La gente que contempla en silencio, y que parece inalterable. Como si formara parte del cuadro.

Me gusta esa gente que quiere y protege sin necesidad de anunciarlo a todas horas.

Aquella gente que vista desde fuera, parece de otro color.

Esa es la gente que me gusta.

Y entre ellas, estoy yo.