Tus manos, perfectas. Podría esbozarlas sin problema de memoria, mientras sonrío e imagino cuánta falta hacen esas manos en el mundo. En mi mundo. Y luego pienso en que también las olvidaré, y que de mi mundo te las estás llevando.
Tu mirada, tan profunda. Con tantas historias que contar sobre tu atormentada vida. Esa mirada que lo cuenta casi todo, y deja un poco para el final. Para el que llegue a descubrirlo. Esa mirada que pide a gritos que le acaricien el corazón. Tu mirada. Una de mis cosas favoritas en este mundo. Esa con la que me paralizas al mirarme, con la que consigues que cada vello de mi cuerpo se erice, con la que me dices tanto, en tan poco. Esa mirada que ahora se desvanece, pues ya no me miras, porque has decidido no hacerlo. Para siempre, y nunca más.
Te veo en un túnel y me imagino corriendo hacia ti, pero tú te alejas cada vez más. Y no puedo alcanzarte, ni siquiera para despedirme de ti, y decirte cuánto te quiero. Porque te alejas, y no dejas de hacerlo. A cada paso que doy hacia ti, más lejos te tengo.
Y aquí estoy en esta madrugada, sabiendo que te vas para no volver, y sin poder hacer nada. ¿Imaginas cómo me siento? Rota, es la palabra.