Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

jueves, 15 de septiembre de 2016

T*

Se suponía que iba a ser fácil.
Como algo básico, respirar
el aire, sin más, nada más nacer.

Que sólo iba a ser amar
como algo natural, y todo
en su cauce fluiría cual agua de río.

Pero lo supe cuando te miré a los ojos,
nuestra conexión fue íntima
y ya no temí adentrarme
a pesar de que sabía que algún día
me perdería sin ti.

Y es un manar constante de amor y temor
pues sé que cuando te vayas, mi vida
se partirá en dos.

Y contigo llevarás lo que queda
de mi ajado corazón.

Y es por ello que siempre te susurro, cariño
dúrame para siempre.


lunes, 30 de mayo de 2016

Pura Felicidad.

 Hoy te quiero dar las gracias.
Por cómo me miras,
porque en tus ojos me encuentro
a la par que me sumerjo en ellos
para nadar hacia adentro, y vivir flotando
en un sueño.
Gracias, por cómo me sonríes.
Porque en tu sonrisa quedan
todas las razones por las cuales existo.
El mundo se para cuando
para mí arqueas los labios
con esa dulce delicadeza que te define
en cada momento.
Te doy las gracias por recibirme
entre tus brazos, y por recomponer mis pedazos
con caricias de estimación.
Gracias por darme el apoyo
que desesperadamente he necesitado.
Por ser mi pilar perfecto,
por ser sólido, firme, y darme
la seguridad de que jamás permitirás
que esto se desmorone.
Gracias por venir a mis sueños por las noches,
por no tener miedo a mostrarte como eres,
por esa manera tan especial que tienes
de hacer de mis momentos contigo
algo irrepetible.

Gracias,
por devolverme la vida.

domingo, 29 de mayo de 2016

Mi luz.

No hablemos de lo bien que se me da perderme
en tus ojos azules.
Ni de cómo me tiembla la piel cuando me tocas.
Ni de lo cortos que se me hacen los momentos
cuando estás cerca de mí,
mirándome de reojo, y sonriéndome
cuando por descuido nuestras miradas
celosas se cruzan.
Y tampoco hablemos de la excitación que me provoca
irremediablemente el olor de tu piel.
No hablemos de nada,
pues ya nuestros ojos se han hecho el amor
y sólo queda el momento de después.
Cuando seguimos mirándonos, vestidos
entre la gente. Y sonreímos.





miércoles, 18 de mayo de 2016

Fin y comienzo.

Durante estas últimas semanas he perdido mucho. Sin embargo he sido capaz de comprender muchas cosas, y lo que es más importante, me he encontrado a mí misma. La soledad, el silencio y las noches en vela han sido mis aliadas, me han ayudado a entender la vida, a desenredar los nudos, a desprenderme de todo lo demás. Ahora sólo soy yo. Y es como quiero estar. Comprendí que una mala decisión puede cambiar tu vida, que un paso en falso y ¡pum! lo pierdes todo. Y lo ganas todo, de nuevo. He dejado de culparme por errores que no cometí sola. He perdonado a todos a quienes tenía que perdonar, no sólo los que me han hecho daño y los que me han culpabilizado de todo últimamente, sino a todos los que me han herido durante mi existencia. Me siento libre. Me he perdonado a mí misma, entre lágrimas de desdicha y felicidad, en la oscuridad de mi habitación. Me he perdonado durante los paseos nocturnos en lugares solitarios a los que, me he permitido ir conmigo misma a altas horas de la noche. Jamás me he sentido tan libre, tan carente de miedo. He aprendido a amarme a mí misma, con mis virtudes y defectos. Y jamás diría que no me arrepiento de mis errores, sin embargo, no existe posibilidad de retornar y cambiarlo todo, así que de poco vale martirizarse de por vida. Ojalá hubiera aprendido esto antes, pero como ha sido ahora cuando lo he aprendido, aprovecharé el conocimiento en lo que me resta de vida. Mi último paso en falso me ha quitado tanto como tanto me ha dado.

Cierro este fascículo. Para siempre.

jueves, 12 de mayo de 2016

Aurora.

Me recuerdas a ella, con tus cabellos dorados y tus ojos marchitos. Tu voz baila como luz en el tiempo y tu sombra se tambalea como si helada de frío la pobre estuviera. Te encuentro cantando en voz baja, por si acaso te escuchen los ángeles, y es que ¿acaso no saben ellos que de tus labios rosados, la vida asoma de tus adentros más bella que nunca? Y es que te miro ahora, distraída mientras tarareas, y el azul de tus ojos se vuelve niebla en mis adentros. Retumba en mi interior tu dulce armonía, y soy capaz de ver el halo de luz que rodea celoso tu silueta, como si te protegiera de la realidad. Te observo y te escucho palpitar, hermosa como nunca, mientras tus cabellos recaen sutilmente sobre tus hombros, deslizándose con cautela sobre tu espalda y, los más ansiosos sobre tus pechos aguardan. Y no hablemos ahora de tu sonrisa, tan delicada y tan tímida, y del modo en que tus cejas se arquean sobre los ojos más bonitos de este mundo cuando sonríes. Y es que en este instante, sólo te quiero.


jueves, 5 de mayo de 2016

Adiós.

- ¡Cállate! ¡No tienes derecho a hablarme a mí de injusticias! Tú estabas delante, tú fuiste la responsable, y ¡te callaste! - comencé a llorar. Pero traté de mantener la voz firme.- Dejaste que me acusaran de ser una mala persona, de ser una falsa, una mentirosa, dejaste que mi mejor amigo me pusiera por los suelos, y aún sabiendo que yo no era la culpable, que habías sido tú la que la habías jodido, ¡te callaste! ¡Permitiste que me gritase, que me odiase, que me quisiese echar a la patada de su vida! ¡Tú lo permitiste! Ni estas lágrimas, ni las que he derramado a solas vas a poder compensarlas jamás. Permitiste que todos me dieran de lado por algo que habías hecho tú. Tú, que siempre tienes esa puta sonrisa en la cara y en el fondo no eres más que una amargada que trata de ir por la vida transmitiendo un buenrrollismo que, al parecer, todos se creen. ¡Yo sé cómo eres! Eres esa clase de persona que finge preocupación por todo el mundo, y que luego permite que machaquen a otra por su culpa, ¡perdona si no te beso el culo para darte las gracias! No eres más que un personaje que pretende agradar a todos y ser el centro de atención todo el tiempo. - Todos nos miraban a nuestro alrededor. La cara de ella era un poema de versos desencajados.- ¿Y él? Prefirió creerte a ti, porque al parecer las sonrisas, por muy falsas que sean, siempre triunfan ante alguien que se muestra siempre tal como es, que no está todo el día pretendiendo agradar. El prefirió creerte a ti, portadora de una careta, antes que darme a mí el beneficio de la duda, a MÍ, a su amiga, a su confidente. Porque yo no sonrío, porque siempre voy desganada, porque me muestro como soy. Porque al parecer en esta vida se ha de ser siempre hipócrita para que los demás vengan a abrazarte, para que te crean, para que te acepten. Me has traicionado, me has echado el muerto, has hecho que todos pensasen lo peor de mí. Permitiste que me gritaran a la cara por algo que no fue mi culpa. Y aún así eres capaz de mirarme a la cara, y ¿ahora me vienes con estas? A mí no te vuelvas a dirigir jamás, ni siquiera para pedirme disculpas. No quiero saber nunca jamás nada más de ti, tu existencia para mí ha terminado. Está claro que jamás he dejado de estar sola, pero mira, casi lo prefiero. Pues al parecer, debo cambiar mi manera de mostrarme al mundo para que los demás vengan a lamérmelo como hacen contigo, y eso jamás lo haré. Soy de esta manera, y aunque los demás nunca me vean como alguien inocente, yo sé que lo soy. Y no pienso cambiar para que me acepten. -Cogí mi bolso, que estaba sobre la mesa verde, y volví a girarme hacia ella. La miré directamente a los ojos y la sentí estremecerse. La señalé.- Siempre he sabido que es más fácil creer inocente a alguien que va de buena, a creer a una persona que se limita a existir, sin tener que demostrar nada. Y ahora yo sé, que según salga por esa puerta, -señalé la puerta, y acto seguido hice un movimiento en redondo con el brazo, señalando así a cada uno de los presentes- vendrán todos a abrazarte y darte apoyo, porque hasta tus lágrimas, al parecer, son más creíbles que las mías.


La miré con desdén y, con todo el dolor de mi corazón, atravesé la puerta de aquél lugar, a sabiendas que nadie saldría tras de mí.



domingo, 24 de abril de 2016

La puerta.

Ahí no había nadie, estaba segura de ello. Sin embargo no dejaba de escuchar murmullos que provenían desde el interior de la puerta. Posó su pálida mano sobre el pomo de la puerta y lo torció, cautelosa. Se abrió sin problema, pero en su interior sólo había oscuridad. No se distinguía suelo, ni paredes, absolutamente nada. Sólo una oscuridad palpable. De repente, un sentimiento invadió su corazón, una opresión tan fuerte que la hizo llorar. Sus lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, y se arrodilló ante la puerta abierta, expectante de la oscuridad.

Quizás fueron segundos, o puede que horas. La chica ya sólo tenía marcados en la cara los recorridos de las lágrimas que hacía rato se habían marchado, dejando tras de sí, la prueba irrefutable sobre sus mejillas, de que habían pasado por ese lugar. Seguía mirando la oscuridad y, sin darse cuenta, la comisura de sus labios se elevó hacia el techo desgastado. Apoyó la palma de la mano en el suelo para ayudarse a ponerse en pie. Agarró el pomo de la puerta y, ya no con cautela, sino con una delicadeza asazmente dulce, cerró la puerta.

Allí ya no quedaba nada para ella.


jueves, 21 de abril de 2016

Demonia.

De repente el cielo se tornó negro y dio paso a una estentórea tormenta. La tierra comenzó a agrietarse, y de las fisuras que aparecían salía un vapor que se mezclaba con la lluvia que, de repente cubría el lugar desde lo más alto. La azul luz de la noche esclarecía el lugar cuando, junto a ella, los relámpagos, fugaces, se manifestaban en silencio. Dando paso a los truenos, rabiosos, dolidos, que envolvían la atmósfera con su odio atroz.

Las fisuras se hacían cada vez más grandes, y una luz de color roja parecía salir de sus profundidades. Un ser comenzó a emerger de la tierra, de aquellas hendiduras que daban paso, sin duda, a algún tipo de infierno. Su tez era de color grisáceo, estaba desnuda. Su cuerpo era casi esquelético. El pelo negro y mojado por la lluvia, y el sudor provocado por el calor del lugar de donde provenía, cubría una parte de su cara. Estaba cabizbaja, agazapada en el suelo. Cuando levantó un poco la mirada, se distinguó una cara indudablemente inhumana. En su frente habían dos heridas, y de ellas brotaban unos pequeños cuernos de color gris oscuro. La sangre, cohagulada, seca, se extendía desde las heridas hasta sus mejillas, escuálidas. Sus ojos eran completamente negros, carecía de nariz y su dentadura era afilada, como los dientes de un escualo. Su respiración se volvió aún más agitada y su mandíbula comenzó a contraerse. Se puso en pie lentamente y su cuerpo fue deslumbrado por un relámpago. Sus costillas se veían a la perfección cuando cuando inhalaba.

Abrió sus brazos, alzándolos al cielo. Un grito colérico inhundó el lugar, y se aunó con el llanto desolado de los truenos.


jueves, 14 de abril de 2016

El gato.

Sentado sobre la mesilla miraba el gato por la ventana.
A través de la blanca cortina se divisaba la calle
con la perfecta nitidez que posee la mirada de un felino.

Por ella paseaban humanos cogidos de la mano,
extraños entre sí, y posesos del miedo.
También paseaba gente cabizbaja cuyas miradas,
seguramente tristes, se encontraban con la nada.

 Quizás por algún motivo
oculto en el pecho de aquellos humanos,
la vida no parecía ser más que un instante más,
envuelto en momentos malbaratados.

El gato miraba a través de sus verdes ojos
la vida a través del cristal. Y se sentía sobrecogido,
ante las adversidades de la vida.

Y pasaron las horas del gato,
sentado sobre la mesita.
Contemplando la vida pasar.



domingo, 3 de abril de 2016

Sobre tumbas.

Cuando despertó, estaba echada sobre un montón de hojas secas. Al principio no lograba disipar la niebla de su mirada, pero una vez parpadeó un par de veces seguidas, vió claramente que estaba en el cementerio. A su lado estaba la tumba de su amado, y alrededor, la soledad.

Incorporó un poco su cuerpo, e intentaba recordar qué había pasado. Tragó saliva, y notó un sabor a hierro y a óxido. Era el sabor de la sangre. Notaba su cuerpo diferente, tenía la sensación de poder escucharlo todo, de poder ver con vasta claridad. Escuchaba el sonido de cada hoja, luchando por desprenderse de la ramita que le había dado la vida. Como si ya no encontrase razón para permanecer, como si fuese consciente de que su tiempo se había agotado. Escuchaba también el silbido del aire, mientras la hoja se deslizaba hacia el suelo con elegante tristeza. Sus ojos grises miraban con cautela y con asombro a su alrededor. Volteó hacia arriba la palma de su mano; tenía una herida que había dejado de sangrar, que podía verse tras el agujero de su guante roto. Levantó la vista, y recordó que el día estaba gris cuando llegó, pero aún era de día, sin embargo parecía que llevaba horas allí tendida en medio del camposanto, puesto que el cielo ya comenzaba a alzarse oscuro, amenazante con dejarla a oscuras. Se puso en pie, y se sacudió las hojas que habían quedado enredadas en su pelo, y adheridas a su traje. Se apresuró en voltearse para mirar la lápida por última vez antes de marcharse.

EL agua de la bañera se tornó marrón, resultado de la tierra y la sangre que permanecía cohagulada en las heridas de sus brazos. Cuando salió de la tina, se miró al espejo empañado y con la palma de su mano acarició su nebuloso reflejo para eliminar el vaho. Necesitaba mirarse a los ojos para comprobar que seguía ahí. Sus pupilas parecían más grandes que nunca, y casi impedían ver el bonito tono grisáceo que tanto le gustaba. Se percató sin esfuerzo de que en su cuello había una herida. No le dolía, y parecía estar cerrándose con rapidez. Era una mordida. Quizá de algún murciélago, o alguna rata. Una voz femenina interrumpió sus pensamientos de forma brusca. Era su hermana, que vivía con ella y la avisaba para cenar. Hasta entonces no se había percatado de que no había comido en todo el día, pero lo cierto era que no tenía hambre. Así que se disculpó con su hermana, y se metió en la cama. Encendió la vela de su mesa de noche, y la observó consumirse en silencio. Escuchaba con total claridad el sonido del esperma, mientras se derretía con cautela y empezaba a escurrirse vela abajo. Todo iba hacia abajo.

Era plena madrugada cuando un sonido apabullante la despertó. Notó un ardor en su interior que la hizo asustarse. Era hambre, un hambre voraz. Un hambre de locos. Y de repente echó de menos el sabor óxido y metálico de la sangre. Se atavió con su fina bata de cama y se dirigió a la ventana. Se detuvo en seco al pasar por delante del tocador. De repente un pánico paralizante se apoderó de ella, Se encontraba de lado frente al gran espejo. Volteó lentamente la cabeza para tratar de encontrar su reflejo en él, pero estaba vez no hubo mirada con la que encontrarse. Su otra yo, no estaba ahí. Presa de su terror descendió las escaleras lo más rápido que pudo, abrió la puerta y salió a la calle. Vacía, muda para cualquier mortal. Y de repente lo recordó todo.





Aquél cabello largo, aquellas facciones perfectamente delineadas, rectas y escuálidas, aquella voz limpia, que danzaba dulcemente en sus oídos. Aquella esbelta figura masculina, que parecía haber salido de otra época, se había abalanzado sobre su cuerpo tendido, que lloraba sobre el sepulcro del hombre al que su corazón tanto daño con su ausencia le había hecho. Tapó su boca con su gélida mano, y la miró a los ojos. En ellos veía su tristeza, su belleza. Y la belleza que a su vez había en su tristeza. Y pensó que eso era algo merecedor de ser inmortal, una lúgrube hermosura que vagaría por el mundo conviviendo con sus demonios para toda la eternidad, si así lo deseaba ella. De modo que quitó suavemente la mano de sus labios y la descendió a su mentón. Le alzó la vista y le propuso su pensamiento. Ella no opuso resistencia, al fin y al cabo, ya parecía estar muerta en vida, y a juicio del vampiro, el concepto opuesto, estar viva aún cuando hubiera muerto, era mucho más atrayente. Recordó cómo su mirada fue ocultándose bajo su cara, y lo fríos que estaban sus labios. Y recordó además que no la mordió directamente, sino que besó su cuello despaciosamente, con deleite. Y sintió cómo su sexo se encendía, tras tantos años de anhelo después de la muerte de su amado. Su lengua se paseó a la par que sus húmedos y glaciales labios, y ella lloraba de deseo. Fue tanta la excitación, y el sobrecogimiento del momento, que se desmayó en sus brazos.

Y allí estaba ella, sin darse cuenta de que había empezado a llover y su cuerpo casi desnudo estaba empapado e inmóvil en medio de la calle. Levantó la vista y le vió a unos metros frente a ella. La lluvia le molestaba en los ojos, y debía bajar la mirada y pestañear con continuidad. Pero sabía que aquella efigie oscura, era él.

El sonido de la lluvia al estrellarse contra las piedras que formaban la calle era casi adormecedor. Repetitivo, era un sonido que le inhundaba el alma. En el caso de que aún poseyera una. Pero el sonido se vio interrumpido cuando la voz de aquél Ser la llamó por su nombre.

- « Lucielle »...

jueves, 31 de marzo de 2016

Carolina tenía un barco.

Cada mañana, despertaba con los primeros rayos de sol que llegaban a acariciar su faz angelical. Carolina tenía un rostro redondo y pálido, que con la luz del sol se tornaba brillante, casi mágico.

Su padre le regalaba un barco de papel dos sábados al mes, cuando él llegaba de faenar en alta mar. Cuando Carolina recibía su nuevo barco, podía permitirse el lujo de echar al lago el barco anterior, ver cómo navegaba, a veces lejos, otras veces se enriscaba en las orillas, y en otras ocasiones se hundía a los pocos metros. De esta manera ella siempre tenía un barco de papel sobre su estante durante la ausencia de su padre.

Sin embargo, ya era domingo y su padre no había regresado. Observaba desde la cama su estante, con la mirada triste y desconcertada de una niña de siete años que no comprendía por qué su padre no había llegado aún. Aún tenía la cabeza apoyada en la almohada, y sus ojos, verdes, brillaban con el sol.



sábado, 27 de febrero de 2016

Roullete.

Sólo sé que ahora todo da vueltas.
Mi sombra ya no me sigue, se queda tras la puerta.

Sólo sé que ahora soy nadie,
y por un tiempo quiero conformarme,
a simplemente haber dejado de existir.

Tan sólo quiero dejar que cuelguen
de mis ojos mis lágrimas,
y que de mis pestañas se balanceen,
como si no fuese el tiempo a acabar con ellas,
como ha hecho conmigo.

Necesito que nadie traspase esto
pues bastantes demonios tengo ahora dentro.
En mi soledad, en un silencio constante
inquebrantable, inalterable...
estoy aquí, queriendo no estar.

Tan sólo quiero, cual partícula de ceniza,
desaparecer con el viento.
Y así me siento. En un vacío constante,
del que no puedo salir.
Del que no quiero salir.


viernes, 26 de febrero de 2016

It's over.

De un lado a otro se paseaba inquieta tocándose las manos. Recogiendo sus mechones tras las orejas y remangando las mangas de esa sudadera enorme que llevaba puesta. ¿Qué más daba? De igual manera nunca había sido mujer que marcara silueta bajo una ropa apretada e, indudablemente femenina.

Escuchó el sonido inconfundible de una llave deslizándose en el interior de la cerradura. De repente plantó sus pies y fijó su mirada en la puerta, esperando que se abriese. Cuando J. entró, la miró fijamente. Parecía un dibujo animado, de esos ridículos con el rostro desencajado.


-¿Qué pasa? - preguntó J. sin haber aún cerrado la puerta.

-Ven, siéntate a mi lado. - R. se dirigió al sofá y se sentó en un borde. Con su mano izquierda acarició el lugar donde le indicó sentarse. Una vez los dos allí, se hizo el silencio durante unos segundos. Ella le miró, y en sus ojos se reflejaba una desesperación terrible, como si quisiera gritar, como si se hubiera vuelto loca... pero él sabía qué ocurría.

-Oye, ya lo hemos decidido.... -comenzó J. tratando de arrancar la conversación, pero R. le interrumpió alzando la voz:

-¡No! ¡Tú lo has decidido! ¡Yo no! - Unas lágrimas cayeron de sus ojos. R. trató de calmarse, respiró hondo y recordó que había decidido hablar con él, e intentar no discutir. - Cielo, yo...

- No me llames cielo.- Su voz sonaba áspera.

-...Yo te quiero. -Continuó ella con un hilo de voz que podía romperse con el aire.- No podemos acabar así sin más, no podemos tirar todo lo que hemos vivido durante estos años, ¿qué pasa con nuestros planes? ¿qué hay de lo mucho que decías amarme hace unos meses? ¿Qué ha pasado con nosotros?


Por la cabeza de R. pasaban de repente un millón de recuerdos. Se conocieron en un hospital, siendo compañeros de habitación. Las benditas casualidades de la vida trajeron ante ella al hombre que más amaría en toda la Tierra. Su amistad fue intensa hasta límites inimaginables hasta que mirarse el uno al otro resultó no ser suficiente. Eran una pareja perfecta, todos lo decían, pero en la intimidad eran tan pasionales que discutían desaforadamente por cualquier discrepancia. A ella le gustaba recostarse luego sobre su pecho y escuchar su corazón, frenético, alterado, después de hacer el amor. Pasaba el tiempo sobre él porque era su lugar favorito. El acariciaba su espalda desnuda y la rodeaba entre sus brazos. Cuando la besaba, la hacía sentir como si flotase sobre una pompa de jabón. Aún recordaba el calor de sus brazos envolviéndola mientras estaban acurrucados en el sofá, y ella lloraba sin parar con alguna escena romántica, de esas que a él no le gustaba ver. Pero lo hacía por ella, como muchas otras cosas. Su boda fue un gran acontecimiento, lleno de lágrimas, abrazos y flores por todas partes. Renunciaron a la idea de tener hijos tras intensas discusiones. J. nunca fue empático con que R. desease ser madre. Y ella, simplemente se adaptó a él, porque su amor le valía todo lo demás.

Y allí estaban sentados, tres años y seis meses después de aquél gran día en el que ambos emanaban felicidad por todas partes, un día en el que ambos creían que pasarían toda su vida junto al otro, porque desde el inicio, habían sido uno.


J. la miraba como quien mira a alguien que ruega. Con lástima. Sabía que eso la mataba, pero no conseguía mirarla de otra manera. La terapia no había funcionado, y los lapsus en los que se daban un respiro y satisfacían sus necesidades sexuales no eran más que espejismos de algo que no volvería a ocurrir de verdad. El había zanjado el tema por sí sólo. Porque simplemente había dejado de amarla.

-Lo siento, de verdad... hoy he hablado con mi abogado. No hagámos esto más difícil.

-Por lo que veo no está siendo difícil para ti. - R. se secó las lágrimas y, acto seguido se levantó del sofá. Miró fijamente y en silencio la foto de bodas que estaba enmarcada en la pared del salón. Y luego dirigió su mirada al collage que estaba también en la pared, donde podían verse varias de sus fotos; en el viaje a B., en un paseo por el parque, otra de cuando hicieron senderismo, otras en la playa. Había una en particular que le produjo congoja. Eran ellos dos, abrazados y sonrientes, con un bol de palomitas sentados sobre el mismo sofá donde ahora hablaban de separarse. De romper con todo aquello. De acabar con todo. Los ojos de R. volvieron a llenarse de lágrimas, y trató de contenerse. Pensó que sería mejor derrumbarse cuando él ya no estuviera allí, mirándola con compasión sentado tras ella.

-Lo es R...

-¿No hay nada que pueda hacer para volver atrás? ¿Para cambiar esto? - J. la miró y bajó la mirada, pero no respondió. - Es duro dormir en una cama en la que ya no estás, está helada. Imaginaba que siempre tendría un hogar al que volver después del trabajo, donde tú me esperaras, o donde yo esperarte a ti. Ahora tenemos una casa, y no quiero llegar a ella porque sé que estará sola, o estarás tú metiéndo tus cosas en bolsas de deporte. Por cierto, he encontrado tu camiseta amarilla, estaba en el cajón de las sábanas, no sé por qué. Llévatela también. - R., que seguía mirando las fotos de la pared, se giró para mirarle a él. - Creí que esto duraría siempre, perdóname por no poder encajar que ahora quieras marcharte. 




jueves, 25 de febrero de 2016

Soy tristeza.

Me preguntaron una vez si yo siempre estaba triste.
Me dijeron que mis ojos, por muy maquillados que estén
muestran mi realidad. Mi tormento, mi pasado,
muestran las grietas, tras la huella de los ríos de lágrimas
que por ellos parason.

Soy tristeza. Porque en mi vida no hay luz.
Con los abrazos hago nudos que no se pueden desatar,
tras mi sonrisa, tras mis dientres apretados
ahogo palabras de angustia y desconsuelo,
para que no sean oídas, y mucho menos, escuchadas.

Soy esa clase de personas que se acerca al mar,
sólo para mirarlo con deseo.
Y así puedo pasar horas, ante él
sin que se percate de mi presencia.
Como si no existiese.
Así soy yo.

Y que no me digan que una persona triste
no puede amar. Pues con mi amor
construyo puentes hacia brazos inalcanzables.
Quiero a la gente, a los animales, a la naturaleza,
a la vida, te quiero a ti, con tristeza.

Soy un trozo de cuerda deshilachada,
abandonada y desapercibida
en un rincón del universo.

Sé que las personas que se encuentran a mi alrededor,
se sorprenden cuando arqueo hacia el cielo
la comisura de mis labios.
Les gusta cuando río a carcajadas
aún siendo triste, aún estando rota.

Y les regalo de vez en cuando luz tras mi mirada,
y cuando estoy en soledad
me envuelvo en mis brazos,
y vuelvo a pensar en la magnificencia de la vida,
en todo lo bueno, y en todo lo malo,
y entonces, me destruyo de nuevo.

Soy tristeza cuando recorro su piel y me la como a besos.
Soy tristeza cuando le escribo poemas que jamás leerá.
Soy tristeza cuando miro al cielo, y al horizonte.
Soy tristeza cuando río, cuando lloro y cuando canto.
Soy tristeza al abrazar. Al acurrucarme en su pecho.
Soy tristeza, todo el tiempo.

Y aún no he encontrado una persona en mi vida,
que pueda con mi tristeza.
En su estado puro. Sin disimulos.
Por eso disfruto de mi soledad siempre que puedo.
Y en ella recreo un lugar,
donde poder ser triste sin tener que esconderme.
Donde nadie me juzgue.
Y, sin más, me quieran de esta manera.

Soy tristeza, todo el tiempo.



sábado, 20 de febrero de 2016

ild.

Sólo quiero poder envejecer contigo,
y si no es así, si la eternidad no existe para esto,
quiero que nos amemos hasta reventar,
hasta que este amor muera,
de agotamiento.

Que no sea por no haberlo usado.


Joy.

Le temblaban las manos. Pero a pesar de ello su decisión era firme. Había recreado este momento en su mente una y otra vez, planeando hasta el más mínimo detalle. Podía incluso oler el aroma a plomo que desprendía la bala que atravesaría su cabeza. Pudo escuchar ese sonido decenas de veces, tantas como lo había imaginado. Se observó a sí mismo boca abajo sobre un charco de su propia sangre, e imaginó con total claridad cómo la policía hallaba su cadáver tras haber echado abajo la puerta de su cutre apartamento. Pudo incluso asistir a su propio funeral, y luego a su entierro. Y vio a su madre, una mujer bajita con el pelo encanecido, llorar sin fuerzas. Como si le hubieran arrancado un trozo de su alma. O quizás el alma entera.

Allí estaba, su único hijo, en aquella caja, a punto de ser introducido en un nicho de hormigón, que sería tapiado, y tras el cual el cuerpo sin vida de su retoño, sería devorado por todo tipo de insectos a medida que se pudría en la oscuridad y la soledad de aquél lugar. Vio incluso a su madre, meses después, dejándose morir. Sentada en su sillón mirando fijamente su pequeño altar de fotografías y velas. Donde estaba su foto, la de su padre y la de otros familiares difuntos. Veía las velas encendidas y podía oler el humo que salía de ellas. Pudo saborear las lágrimas de su dulce madre, cuando espectralmente trataba de besarle la mejilla, colmada de lágrimas.

Pudo ver también a Clara, llorar por él, sentada sobre su cama. Envuelta por el azul de las paredes de su dormitorio, sola. Y arrepentirse de haberle abandonado cuando más la necesitaba. Y a pesar de seguirla amando, disfrutó imaginando que sufría arrepentida. Como si eso le diera cierto consuelo. Hacía tiempo que su vida era una espiral de errores. Se atiborraba a antidepresivos y buscaba aplacamiento a través de la autolesión. Su novia comenzó a cansarse, y le abandonó justo antes de tocar fondo. Al parecer había encontrado un punto de apoyo en un compañero de trabajo que ahora la cogía de la mano. ¡Cómo son las cosas!

Y allí estaba él, sentado en su afeado sofá de cuero sintético marrón. Con el revólver sobre la mesa. Descruzó los dedos de las manos, y con su mano derecha se secó el sudor de la frente.

Su decisión era firme, pero le temblaban las manos...


miércoles, 20 de enero de 2016

Tic. Tac.

Necesito tiempo.

Tiempo para mí, y también para ti.

Me ahogo todo el tiempo y nunca termino de hacerlo.

Necesito tiempo para superarte, para desconectar cualquier vínculo emocional que me une a tu imagen. Esa forma tuya que en su día idolatré, y puse en ella toda esperanza, y se convirtió duramente en un anhelo constante.

Necesito desprenderme de tu ropa, de tus manos, de tus ojos...
necesito que te vayas para siempre de mi vida.

Y no porque no quiera volver a verte, sino porque ya me hace tanto daño que he creído perder todo lo que quedaba de mí por el camino que seguí para buscarte. Necesito olvidarte.

Ya no quiero que formes parte de mi ser, no deseo seguir esperando una pista tuya para poder arrojarme a tus brazos. Ya no quiero quererte.

Necesito espacio. Necesito tiempo.
Y la música no ayuda. Las flores, el aire, el camino.... nada es favorable a tu olvido.
Porque a pesar de no querer, en este momento aún sigo queriéndote. Solo que ya no quiero.

Necesito que te vayas.