Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

martes, 7 de abril de 2015

Miriam.

Se daban altas horas de la noche. En el apartamento persistía la luz encendida del pasillo mientras ella dormía en su cama. Se sentía incapaz de apagar todas las luces de la casa cuando llegaba la hora de acostarse, pues las presencias y sus demonios acrecentaban su temor cuando llegaba la noche.

En los últimos segundos de su sueño pareció escuchar un tintineo de campanas a su alrededor. De repente, notó una mirada intensa sobre ella, como si la observasen fijamente desde un extremo de la cama. Esto la sobresaltó e hizo que se despertara, empapada en sudor y aterrorizada. Ultimamente no dejaba de tener sueños perturbadores e incomprensibles, y no terminaba de acostumbrarse a esto. Apartó a un lado la colcha trapeada que cubría su cuerpo de mitad hacia abajo y se incorporó. Puso sus pies descalzos y fríos sobre el parquet de nogal, y vaciló unos instantes antes de decidir levantarse. Se sentía fatigada, así que tomó un sorbo del vaso de agua que depositaba cada noche sobre su mesa de noche antes de acostarse. Volvió a dejarlo en su lugar y se puso en pie. No estaba del todo decidida a avanzar hacia la salida de la habitación y encontrarse con aquél pasillo iluminado y solitario, pues parecía haber algo en el ambiente que la perturbaba, algo en alguna parte de aquella casa que la acechaba invisible. Estaba aterrorizada, pero hizo frente a su temor y salió de su habitación, cuatro pasos a la izquierda del pasillo estaba el cuarto de baño. Miriam entró en él, encendió la luz y se encaró ante aquél espejo que estaba sobre el lavamanos. Lo había tapado por completo con hojas de periódicos viejos, pues los reflejos eran algo que no soportaba ni de día ni de noche. Los pocos espejos que tenía en casa estaban tapados con periódicos o cubiertos con telas. Aún así miró al frente ante él, pareciendo ver ante sí misma su rostro triste, y se agachó para lavarse la cara. Al incorporarse notó aún más la opresión en su pecho, la seña de que la ansiedad que sentía era tan real como ella misma. Se dirigió a la bañera de cuatro patas que se situaba a lo largo de la pared frontal del cuarto de baño y abrió ambos chorros a la vez para llenarla de agua templada. Sobre la alfombra color turquesa del suelo se hallaba descalza, y comenzó a desnudar su cuerpo pálido y escuálido. Tenía los ojos caídos debido a la tristeza que soportaba, y la boca entreabierta que dejaba escapar ligeros gemidos de angustia mientras respiraba.

Se metió en la bañera una vez estuvo llena de agua y se recostó plácidamente en ella. Posó sus brazos sobre los laterales, su cuello sobre el extremo y fijó su mirada en el techo. Trató con éxito dejar la mente en blanco, y se quedó adormilada durante unos minutos. De pronto unos pasos rápidos y unas risas la desvelaron. Parecía que alguien había corrido por el pasillo, y aún parecía escucharse el eco de aquella risotada de una niña. Tajante, Miriam se puso en pie aún dentro de la bañera y salió de ella, tomó una toalla y envolvió con ella su cuerpo empapado. Caminó vacilante hacia la puerta del baño y miró hacia la izquierda, donde al fondo, el pasillo desembocaba en el salón- cocina del apartamento. Allí también se encontraba la entrada de la casa, pero aún así no se planteó que pudiese haber entrado alguien, pues sabía que aquello que ella percibía no era humano.

Su vida había sido un constante altibajo. Vivía acongojada y solitaria, y muy rara vez se encontraba con los pocos amigos que tenía. Anhelaba haber tenido una niñez que mereciese la pena recordar, en vez de la que provocaba humedad en sus ojos al pensarla. Aún podía oler el alcohol en el ambiente, y podía escuchar a su padre balbucear insultos a quien tuviera alrededor. Solía quitarse el cinturón mientras se tambaleaba, y empuñarlo con fuerza para emplearlo debidamente sobre el cuerpo cárdeno de su madre o de su hermana, Lydia. Su hermano mayor trataba de contenerle, y a veces su padre arremetía también contra él. Miriam era la pequeña, y rara era la vez que aquél engendro de ojos grises se ensañaba con ella. Una noche en la que él estaba tan borracho que no podía ni con su alma, resbaló en el cuarto de baño y su cabeza rompió la esquina del lavamanos. Aunque ella sólo tenía cuatro años, ante la muerte de su padre sólo pudo sentir alivio y cierto grado de alegría. Su madre iba de mal en peor según pasaban los años. Contraía idilios a menudo con diferentes tipos de hombre, cada cual peor. El único que se interesó por sus hijos fue Bruno. Solía dar cachetes en las nalgas de Lydia, y acariciar a Miriam cada vez que encontraba ocasión y escusa para decirle cuánto le habían crecido los pechos para tener sólo trece años. Un día su hermano, Paul,  lo sorprendió con ella, y lo sacó de la casa a punta de cuchillo. A pesar de que el tipo no volvió jamás, su madre se atiborraba a antidepresivos y alcohol, y Paul no tardó en marcharse de casa. A Miriam siempre le pesó no haberse marchado con él, pero con los años comprendió que dicha cosa no habría podido ser. En él encontraba la figura paterna que otros no supieron darle, a pesar de sólo tener nueve años más que ella.

Miriam llegó a la cocina, que se hallaba tenuemente alumbrada gracias a la luz amarilla del pasillo. Encendió una lámpara para ver mejor, y corroboró que allí no había nadie a pesar de que de allí provenían las risas de hacía unos segundos. Escuchó un chapoteo estridente y se giró lentamente para mirar el pasillo. Tenía miedo de ver algo inesperado que la dejase sin respiración. Aún así, caminó de nuevo hacia el fondo de la vivienda. Tenía un nudo en la garganta, y su corazón cada vez latía más deprisa. Cuando llegó a la altura del cuarto de baño, vio que la puerta estaba cerrada. Tragó saliva con dificultad y agarró el pomo helado de la puerta. Lo giró hacia la derecha con indecisión y empujó la puerta para que se abriese. De repente dejó de respirar, sus ojos se abrieron estupefactos ante lo que veían. Por su rostro comenzaron a caer lágrimas, pero ella no las sentía. Ya no podía sentir nada. Pues su cuerpo estaba yacente en la bañera. Sus brazos colgaban por fuera de esta, y tanto el agua como la alfombra estaban regados de sangre que había salido de sus muñecas. El cuerpo estaba tornándose grisáceo y la sangre estaba empezando a adoptar un color marrón granate oscuro. Contemplaba absorta el escenario e intentó sin éxito acariciar el cuerpo, pero su mano lo traspasaba. Se miró a sí misma las muñecas y las palpó, pero no veía los cortes ni sentía ningún dolor. Ya no le dolía.


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