Sugerencia

..................................................................................Recomiendo leer mientras se escucha la música que dejo en cada entrada..................................................................................
...................................................................................................................Advierto que tanto escribo elegante como soez....................................................................................................................

jueves, 9 de abril de 2015

Locke.

Estaba sediento. Caminaba espectante por aquél callejón andrajoso y mugriento mientras alzaba la cabeza intentando captar algún aroma apetecible. Las últimas noches sólo se había alimentado de condenados a muerte, apestosos y enfermos pobladores de clase baja. No esperaba encontrar algo mucho mejor por aquella zona, pero al menos tenía la esperanza de acabar con aquella sed que lo estaba matando. Locke había sido hijo de duques hacía ya muchísimos años. Unos cien al menos y ciento sesenta como máximo. Vestía un abrigo negro que le llegaba a mitad de los muslos, una camisa blanca de cuello almidonado que portaba un lazo voluminoso y unos pantalones negros medio cubiertos por unas botas de piel. Su cabello era largo y oscuro, recogido por una coleta baja hecha con una cinta de raso. De tez pálida y mejillas pronunciadas, ojos grises y nariz perfecta. Era alto y tenía un caminar elegante que iba a tono con su personalidad. Tenía la mirada tan profunda que los que se cruzaban con él durante la noche no eran capaz de mantenerle la mirada por más de dos segundos. Y más les valía no hacerlo y rehuirle todo lo posible, pues no aguantaba desafíos de ningún tipo.

Las calles empedradas estaban empapadas, pues no había parado de llover en varias horas. El chapotear de su caminar hacía eco en la noche fría y negra. De repente, un aroma dulce y fresco captó la atención de Locke. Siguió caminando lentamente por el callejón, pero ansioso e interesado en aquél aroma. Giró la esquina que le obligaba a rotar a la derecha y se percató de que esa calle estaba tenuemente iluminada por una luz amarillenta. Descendiente de una ventana en lo alto de una de las viviendas. El vampiro se paró en seco frente a la luz y miró hacia arriba. Sin duda el olor procedía de allí. Flexionó levemente las rodillas y de un salto se agarró a la cornisa del segundo piso. Con cautela miró el interior de la habitación que estaba iluminada por un candelabro con cinco velas a punto de consumirse. A pesar de que la estancia daba una apariencia completamente zarrapastrosa, había algo en el ambiente que olía exquisitamente bien y que le impulsaba a seguir allí colgado, en busca de su procedencia.

En el lado izquierdo del aposento había un camastro de madera y, sobre éste, una mujer que dormía plácidamente. Sin duda aquella fragancia era ella. Sigilosamente abrió la ventana y entró, con suerte ella dormía de un modo profundo y parecía que nada podía perturbar sus sueños. Se acercó a ella lentamente, pese a que debido a sus habilidades y a su desesperada sed, pudo haberse abalanzado sobre ella sin tan siquiera despertarla. Disfrutaba del perfume de su sangre mientras la contemplaba; una sábana cubría sólo su torso, mientras que el resto del cuerpo yacía desnudo. Su larga melena dorada trazaba caminos sobre la almohada e, incluso algún mechón colgaba fuera de la cama. Tenía unas pestañas largas y una piel blanquecina de mejillas sonrosadas. Locke hubiera jurado que su piel era tan suave como una nube, y se atrevió a acariciar su cara de una manera muy dócil. No se equivocaba. Debía tener unos veinte años. Por un momento sintió deseos de retirarle la sábana para contemplar su cuerpo desnudo. Hacía más de un siglo que su apetito sexual había desaparecido, no sentía atracción física por las mujeres y creía por perdida su virilidad en el ámbito carnal. Sacudió su cabeza intentando despejar esa idea, tan absurda como el hecho de estar allí de pie frente a su tan ansiada comida de la noche. El anhelo de beber de aquella sangre batallaba con la idea de no querer matarla. Tal vez si bebía sólo hasta cierto punto y luego le ofrecía su sangre a cambio de no dejarla morir, la convertiría inexcusablemente en su compañera eterna. Se inclinó hacia su cuello y deseó poder parar cuando fuese el momento para no acabar con su vida.

Con dulzura hincó sus colmillos en su cuello. Ella hizo el amago de despertarse y se movió un poco de forma aquejada, pero siguió durmiendo mientras Locke disfrutaba de su sabor. Aquella ternura con la que absorvía su delicioso plasma fue convirtiéndose en cuestión de segundos en un apetito voraz. Comenzó a perder el control de sí mismo y aún siendo consciente de ello, no podía parar. Su instinto animal le obligó a beber de ella hasta la última gota, a engullirla sin piedad. Cuando de ella ya emanaba sólo muerte, despegó su boda de su cuello con lentitud, empezando a sentirse débil y fracasado. De repente una tristeza invadió su corazón, que había dejado de latir hacía ya muchísimo tiempo. Cerró los ojos con fuerza. La luz que desprendía aquella muchacha cuando entró en su habitáculo, había desaparecido por su culpa. Intentó mantener la mente fría de nuevo, pues en todos sus años de cacería nunca sintió el más mínimo remordimiento. Y había bebido de toda clase de personas de cualquier edad, incluso de bebés.

Quizás aquella sensación le advertía de que debía buscar un compañero, o una compañera. Para conversar y compartir la eternidad, aunque él siempre había considerado que hablar estaba sobrevalorado, pero empezaba a sentirse vacío. Vagaba sin rumbo por el mundo con el único cometido de alimentarse y satisfacer sus necesidades hasta la siguiente noche.


Cuando abrió los ojos, ya la habitación estaba oscura. Las velas se habían consumido y a través de la ventana sólo había oscuridad. El sabía lo que eso significaba; estaba a punto de amanecer. Cerró la persiana y corrió las cortinas con sutileza. Se dirigió hasta la cama y se recostó junto al cuerpo de la mujer. La abrazó como en tiempos pasados había abrazado a su mujer, Isabella. Ella murió de cólera unos años antes de que él se transformase en lo que era.

Abrazó el cuerpo sin vida con fuerza y lo acogió en su pecho. Era extraño... ninguno de los dos corazones latía. Cerró los ojos y dejó pasar el día, junto a lo que quedaba de ella.



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