Lo escrito a continuación es ficticio. Es en lo que pienso, pero lo escribo desde casa, entre lágrimas con los ojos ya secos.
Desde la altura todo se ve más claro. En todos los aspectos de la vida.
Me encuentro aquí sentada, en la intemperie
al borde de mi puente. Este por el que tanto he cruzado.
Fumo y siento por última vez el aire en mi piel,
el frío rígido de esta cruel noche,
antes de que lo que cuelgue, ya no sienta nada.
Ni frío, ni dolor, ni quemazón en el alma,
que mis restos que serán ceniza plantada,
ya no sentirán jamás este grito ahogado en mis adentros.
La cuerda es áspera como lo ha sido mi existencia,
y áspero su tacto alrededor de mi cuello
será mi último ornamento.
Sentada aquí miro las estrellas por última vez,
esta luna creciente que me mira con tristeza
pues soy su fiel compañera con la que habla cada noche,
pero ya no tengo nada más que decir.
Las palabras han quedado atoradas para siempre en mi garganta.
Y conmigo mi tristeza se va.
No suelto, me la llevo conmigo.
Y se irá conmigo al fuego, donde lo que quede
de mi forma corpórea, desaparezca. Y ya nadie
pueda darme ese abrazo, que siempre necesité.
Se van mis ojos que ya no pueden llorar más,
se van mis manos que hace tiempo dejaron de pintar,
se va mi esencia, se van mis traumas, se va mi risa,
se va mi mirar.
Se van mis ganas de soñar, se va todo el amor que llevo dentro,
se van los lugares que nunca visité,
las personas que quedaron por conocer,
la comida que jamás probé.
Se va mi alma, se va mi ser.
Nunca más un "en línea", nunca más mi nombre.
Que se vaya todo de mí, y sólo queden las coronas de flores.
Las amargas madrugadas, los besos que no di,
la maternidad que quise vivir.
Y a mecer a mi niño me voy,
porque se va todo, todo de mí.
Todo lo que quise ser, todo lo que lloré,
el aroma de mi perfume, mis cualidades vacías.
Confío que existan más personas que saluden animales,
que el amor por ellos termine dominando el mundo.
Confío en que quien mire la luna,
la admire como lo hacía yo.
Que la maldad del ser humano quiebre,
que abunden personas que abracen árboles,
que ya yo dejé de hacerlo para no secarlos.
Ay, luna mía. De todos, pero mía.
Qué bella eres, incluso partida por la mitad como lo estás hoy.
Quién pudiera verse tan bella como tú,
aún estando rota.
Ser tan admirada como tú,
aún estando tan lejos.
Perdóname, fiel confidente de plata,
que tanto llanto bebiste de mis súplicas.
Y mientras te miro me viene a la mente la misma pregunta
que tantísimas veces te hice a ti.
¿Existe? ¿Le has visto alguna vez?
¿Él te creó?
Por si existe, me dirijo a él en mis últimas palabras.
Señor, Dios, seas cual seas, que dicen que existes,
ya para mí no quiero nada, Señor.
Le hablo desde el dolor de mis entrañas, y pido
por la poquita gente que hoy me quiere.
Para que fuerza les brindes, y sus lágrimas pronto sequen:
Hazlo por las mías, esas que ignoraste.
Déjame llevarme conmigo también sus pesares,
haz que sonrían, que sus ojos no se apaguen
como los míos lo hicieron hace tiempo.
Te suplico Señor, si acaso esta vez me escuchas,
si acaso estás en alguna parte,
que la calma que tendré tras exhalar por última vez,
sea para ellos, bendita calma que jamás yo tuve.
Yo que jamás me sentí alguien en este mundo que no es para mí,
yo que jamás me sentí más que un pellizco que salió de mi madre,
yo que jamás fui digna de nada, salvo de esto que llaman experiencia.
La misma que me ha forjado a frío y cristal,
y que ya estoy exhausta de arreglar.
He sido tan insignificante, que ni tú, "que todo lo ves", me has visto jamás.
Se dice que eres justo, y por ello este último intento
para pedir por quienes me van a llorar.
Apago mi cigarro. En mi mochila el resto del paquete
que quedará olvidado para siempre. Como espero que a mí me olviden.
Soy ceniza estando en vida, sólo queda soplar.
Sólo queda saltar.
Lo escrito es ficticio. Es en lo que pienso, pero lo escribo desde casa, entre lágrimas con los ojos ya secos.
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