He abierto mi piel en pedazos esta noche, pero el dolor no se va.
Creo que estoy falta de hierro, porque ya no sepo a metal.
Las hendiduras son mi combate de esta noche contra la asfixia de sus manos alrededor de mi cuello.
Ya no puedo pedir ayuda, sólo cuento las horas.
Me lamo los dedos rojos, no es una estúpida cicatriz.
Yo soy la herida que nadie, nadie abraza.
Y en esta soledad sólo deseo que mi reloj deje de marcar.
Que mañana no amanezcan más mis días, que las lágrimas se acaben para siempre que esta angustia en el pecho por fin se encuentre ausente.
Que mañana lloren otros, que sólo en mi féretro un ramillete de mis flores favoritas pongan si ellos quieren. Violetas, Violetas. Que mis labios sean rojos al marchar, mi vestido negro y que me peine Zeus, que se le da bien: que al quemarme no me tiren como a todos al mar, sino que en las cumbres de mi isla llegue algún día a ser un árbol más.
Pero que por fin, que mañana no amanezca para mí. Lo siento por mi familia, si os deseo ése dolor. Pero el seguir hacia adelante no me hace sentir mejor. No nací para vivir, o mi vida se torció. Sólo sé que no sé en qué punto dejé de ser yo.
Y en esta fría noche, donde emano de mi interior, lágrimas, sangre y corazón, no encuentro en este universo alguien que quiera abrazarme hasta que me agote de llorar. Alguien a quien le importe tanto mi sentir que me apriete fuerte y me convenza una noche más de que valgo la pena, de que tengo que estar aquí. Y tan grande el universo dicen que es.
Que no amanezca. Por favor.
«Antes de ser grieta fui niña» |
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