Un callejón oscuro, de pavimento empedrado y atezados tabiques, mojados por una larga noche de lluvia, con una ligera niebla que parece alzarse del suelo, es ahora el lugar donde camino. Con las manos a los bolsillos de mi largo abrigo y cabizbaja, mirando las puntas de mis zapatos al deambular por aquél lugar. No sé a dónde voy, ni a dónde quiero ir. Sólo sé que camino por un angosto callejón cuyo techo es el cielo completamente negro, y en mi cara seguramente podría reflejarse claramente la amarga luz de la incertidumbre y, probablemente desprendería un cautivador aroma a muerte.
Y así es que... en mi casa ya no hay espejos. Con mi alma ya no quiero hablar, pues no me brinda sosiego alguno ni en esta vida, ni en la que se vé en mis reflejos.
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